En el portal de Cualquier. (Villancico)





Acaba de llegar el niño;
no sabe nada.
No distingue aún el frío,
ni el arañar de la paja.
Siente el aire en sus pulmones
como fuego,
y el latir del corazón
es solo un eco
huérfano de otro latido
que le falta.



Y en el portal de Cualquier
solo hay vergüenza
por no tener
otra cosa que ofrecer.


Y la alegría de ser.



Acaba de llegar el niño;
es plena noche,
pero él no espera el día
ni siquiera lo conoce.
Ignora al buey y a la mula
y a su familia,
su afán es el oxígeno
que le da vida
aunque en la misma medida
ya se la quita.



Y en el portal de Cualquier
solo hay vergüenza
por no tener
otra cosa que ofrecer.


Y la alegría de ser.



Acaba de llegar el niño;
es único todavía,
sin predecir el futuro,
sin recordar un pasado;
el tiempo por el momento
solo es un punto
y cada nuevo segundo
una aventura
como cada nacimiento
un milagro.



Y en el portal de Cualquier
solo hay vergüenza
por no tener
otra cosa que ofrecer.


Y la alegría de ser.

Litotripsia emocional.



Oh, cálculo. Oh, oh.
Cuánto dolor me causas en tu transitar taimado
por mi uretra y otros lados.
En tu trecho tortuoso
me fuerzas a tomar conciencia
de todas mis pertenencias.
Quédatelas, puta piedra,
o sal de mí
¡oh, oh!
Conciencia atroz.
Cuando me hablaron de tu calibre no les creí,
y un punto de vanidad asomó en mí por tus conductos.
Pobre infeliz,
sufro de ti:
el pie de rey más infalible,
cálculo justo de lo inasible.

Teléfonos de nueva generación.

He visto en un teléfono
una fotografía tuya con tu hijo.
Pero a ti no te he visto en tu hijo.

Una fotografía tuya con tu pelo,
algo más rubio,
con tu mirada, con tu piel,
nítida y blanca.

Solo se veía tu cara y la de tu hijo,
pero yo no he visto a tu hijo.

Y aunque no estaban en la fotografía
sí he visto tus maternales pechos
amamantándome a mí en la oscuridad de un portal
cuando aún no eras madre,
y he creído oír tu tintineante sonrisa;
oler tu fuerza primitiva.
Y tus fríos labios humedecían mi lengua.

Toda la absurda conversación
mientras tanto hablaba sobre tu hijo.
Su piel, su pelo, que yo no miraba,
sus primerizas palabras, su mirada,
su sonrisa tintineante.

Pero yo no oía la absurda conversación
hablando sobre tu hijo a quien tampoco veía.
Sólo escuchaba tu voz susurrando mi nombre
por primera vez en la oscuridad,
y tu respiración acelerada,
solo veía tu piel y tu pelo
y tu ropa de invierno sobre mis ateridas manos.

Y he aborrecido este tiempo de hijos y teléfonos.

Matadero Cinco

El hecho de que exista un libro
como Matadero Cinco,
de un escritor
semidesconocido
[Vonnegut, Kurt, dirán algunos,
no es desconocido,
yo lo conozco;
no es conocido,
no sé quién es,
dirán, a su vez, otros.
(Hay que leer Matadero Cinco
para entender que Kurt
Vonnegut es, fue y será
semidesconocido)],
casi, casi, casi,
pero no,
pero casi,
a estas alturas tan felices de la vida
justifica
el bombardeo de Dresde:
pero no.
Pero casi.

Kurt Vonnegut
murió "hace poco"
y se quedaron los pajaros cantando.
Pío-pío-pi

En concierto.

tos tras tos,
el público modera el silencio.
Un acorde
tos!
un caramelo
tos!
tos!
un solo de
tos!
violoncello.

El aire del auditorio
vibra
de ondas estos!cionarias
repleto.

Un silencio...

Aplausos, estertores de butaca, pedos.
Cuchicheos...

Como en Viena, el director
dirige a los japoneses:
"plas, plas,"
ahora no,
"plas, plas,"
ahora sí,
el uno de cada enero,
quizá la costumbre debería extenderse
por todo el mundo entero.

Las orquestas tocan solas,
se demandan Tos!caninis.

Y que nadie grite ole.

Camino por la calle
y voy flipando al respecto
de la gente que abarrota
sus centímetros cuadrados,
sus baldosas,
coreografiadas sus trayectorias como en un tablao.
Es flipante su jaleo de multitudes
su taconeo de señoras
sus invisibles remates entre:
las obras,
los semáforos,
las varillas de los paraguas,
los niños,
las ruedas de sus cochecitos...

y que nadie grite ole.

Una gitana urbana está que regula el tráfico:

Miralá cara a cara, que es la primera...

La velocidad de lo que viene
aunque uno nunca vaya a ningún sitio.

La Plaza de España parece un encierro
miles de sanfermines simultáneos,
superpuestos...
quiero cruzar la Estafeta
que aquí se llama Princesa,
no hay momento.

Pobre de mí...

Amor, etc.



Como la maleta triunfante
que aguarda tranquila el viaje en la oscuridad,
junto a sus colegas cada vez más nuevas y vacías,
también hay palabras.
Porque ¿qué se le puede pedir a una maleta?
Que las cosas útiles ocupen menos dentro de ella
que en cualquier otro lugar,
que guarde más espacio que el que ocupa.
También hay palabras - maleta vieja,
útil, viajada;
aunque vacías, como las maletas útiles
no sirven de nada.

Noche.



No hay nadie en esta habitación.


Un ordenador sobre una mesa,
una cama vacía,
una silla,
yo...


aparecen letras en la pantalla
de una en una.
Mi personaje trata de describir sus emociones de una manera objetiva,
sin apasionamiento,
como son,
mejor dicho, como serían
si esas cosas existieran por sí mismas,
sin personas que las sustentasen.
Porque aunque hay más personas que emociones,
las emociones cambian en función de en qué cuerpo se hallan diluidas, y solas,
simplemente son ideas,
conceptos.


Amor,
tristeza,
soledad...
no es lo mismo en pantalla que en la vida,
por eso digo que no hay nadie.
Sólo yo, pero funcionando como un oficinista que trabaja para mí.


Amor:
te recuerdo porque te quise tanto como puedo
aunque ahora ya no tengo
ni un amor igual
ni más moderno.


Tristeza:
Que se diferencia del capricho en que persiste
mientras pienso en otra cosa,
como que tengo sueño,
como que tengo hambre,
como que tengo frío.
Como que estoy escribiendo
descalzo palabras que no leerás.


Soledad:
El sonido de mi respiración y mi llanto
pequeño y absurdo comparado con la noche;
tan pequeño y tan absurdo que se consume como una llama sin oxígeno,
por mucho alcohol que tenga a su alcance.



"Te quise tanto que llegué a creer
que decirlo era pecado. Corromper
un sentimiento así con palabras
con un fin, qué sé yo cuál;
enamorado los medios nunca lo justifican..."



pero ahora ya no estás, y no puedo ir a ese pasado,
no tiene sentido que mientras estoy ahí esté aquí,
sentado en esta silla en calzoncillos,
sin zapatillas...


veo la mesa, veo las letras aparecer en la pantalla,
veo mis dedos moverse por el teclado.


Son los dedos de otro.


Yo no puedo ser tan frío.

De ahí.


De ahí mismo;
de entre mis pasos, y los de la gente que abarrota la calle;
de entre mis pensamientos turbios,
preocupados.

Del regusto lejano del café,
entre el humo de los coches,
el estruendo de las obras,
y el tráfico.

Es de ahí de donde hablo.

De entre faldas, pantalones y zapatos;
de entre hombres y mujeres,
y otros hombres y otras mujeres,
y de entre ellos y yo.

De entre la infancia y la lasitud.

Del presente, sin privilegiarlo.

Busco el lugar que rodea la sombra,
el intersticio entre dos nombres,
el algoritmo para cada silueta,
el muro de lo inefable.

ritardando
Del regusto lejano del café,
entre el humo de los coches,
el estruendo de las obras,
y el tráfico.

...siempre...



...antes.
...algo antes.
...pasa algo antes.
...siempre pasa algo antes.


Es difícil ver desde dentro
un ciclo completo,
pero lo que nunca veremos
es su comienzo.
Porque no comienza él,
sino nosotros.
Y nunca pasa algo antes
que no pasará después,
ni viceversa.

Olbàp Anìtroc, poeta anterior.

Pathos.



Hoy
he visto llorando un pato:
cuáa, cuáa,
cuán desgraciado soy,
cuáa...


su triste parpar carece de eco entre los humanos,
que lo preparan al horno,
que lo reducen a almohada,
que lo confinan en lata
confitado, o con cointreau
a la naranja...
patética contrariedad,
cuáa;
sin parpadear.


Sobre su estanque de plata
entreoí hoy los ecos de un planto de ánade onírico,
de pato proteico,
de magret sangriento
de oporto.
Y junto a él, paradójicos,
tan sordos como los hombres,
como el albaricoquero cómplice,
e inermes, su guarnición de orejones.

Cuantico amor.




Al parecer existen miles de Universos,
no sólo Éste.
Uno tras cada decisión, tras cada posibilidad.
Solemos creer que lo que no ocurre no existe, pero,
parece ser,
la probabilidad gobierna el Mundo.
Se trata de conceptos que quizá la simple mente humana
no pueda comprender;
para eso ha creado el hombre
las matemáticas, la fe
y a Stephen Hawking.


Empíricamente yo,
un ignorante,
he descubierto que es cierto.
Porque estoy en una rama equivocada
del árbol en que la Física, a cada instante,
convierte mis infinitas vidas.
Y la memoria cuántica de mis neuronas
y de mi corazón
me grita
que dé la vuelta,
que hay miles de futuros junto a ti,
pero este no.


(Y de volver atrás
Stephen Hawking
no dice nada).

Calle/plaza/avenida/travesía.

foto: ibotamino (Fer)

Hay notas de Stradivarius
que más bien son desvaríos.


Rebotan aquí y allá:
una pared, una orquesta,
un tímpano desprevenido...


Por el contrario otras veces
la vibración simpatiza con alguien
y se queda agitando una cabeza,
explicando una emoción.


Ya suceda este fenómeno en un teatro,
auditorio, o una iglesia,
o aunque suceda en la
calle/plaza/avenida/travesía,
al recibir el mensaje, esa cabeza
convierte en artista al músico.


Y no importa que el violín
no sea un Stradivarius,
o sí,
ni el teatro, el auditorio o la iglesia;
ni por supuesto tampoco, entre público y artista
importa el tipo de vía.

Alegría.



De entre todas las formas de la alegría,
y son muchas, entrado ya el siglo veintiuno,
yo he elegido, por costumbre y por salud,
por socialismo, presión de grupo, o camaradería,
el cubalibre
de to’ la vida.
Y porque estoy de acuerdo en todo con su nombre,
pues yo me siento a veces una isla y me libera,
y porque pienso solo de corazón
en su vasodilatadora compañía.


Y porque es mejor beber de pie
que vivir, bajo la dictadura abstemia,
de rodillas.

Si los amaneceres pensaran...



Si los amaneceres pensaran discutirían
por nuestra causa.
Por no saber quién sabe más sobre nosotros:
si nos queremos,
si no,
si hoy es mejor o peor que ayer
o que mañana.


Unos amaneceres y otros no se pondrían de acuerdo, porque en algunos
amanecimos juntos en la misma cama y en el mismo beso.
Nos despertó la misma luz del mismo amanecer
al mismo tiempo.


Otros dirían que estábamos separados,
que despertaron a dos personas distintas
en dos distintas habitaciones,
atravesando cada ventana de una manera,
incidiendo en dos ángulos distintos,
sobre las sábanas.


Si los amaneceres pensaran se reunirían para charlar,
discretamente,
en las hemerotecas.
En torno a una gran mesa redonda
cuya presidencia habría de rotar cada día,
siendo además
el presidente de turno
el único ausente...


Yo mismo cedo a veces a la tentación
de no considerar a los amaneceres
como una sucesión continua.
Me resisto a pensar que la última palabra es la opinión última,
que la última emoción es más auténtica que las anteriores.
Que hoy es más mi vida que ayer,
que mañana.
Que yo existo, si he de ser
solo una procesión de individuos
que se repiten:
fotografías
que hacen cine.


Y no lo pienso, a la luz de algunos amaneceres
y a menudo confío mi vida a su discreción.


Si al acabar la vida de los poetas
no queda más que un libro de poemas,
qué va a quedar de hoy.
Imágenes calcadas, y sobre ellas
los mismos pensamientos.
Hasta la luz del alba es neutra
y en el resuello de los semáforos
se escucha al mismo locutor
hablándonos del tiempo
que hará mañana.
Hoy ha acabado todo,
somos carnada a barlovento
de los cronómetros hambrientos.

Vida.




Hay un resto poético
entre los alquileres que voy dejando a la deriva.
Todo movimiento periódico produce un sonido,
aunque su frecuencia sea inaudible
para la mayoría.
Yo salgo del banco con distinta ropa cada vez,
como en una elipsis cinematográfica,
y para el banco y mi casero soy como un cometa
que pasa cerca el día uno de cada mes.

Pero puedo asegurar que estoy vivo
y que existe una envolvente de los múltiples periodos
a los que me someten la naturaleza y la sociedad.
Que el mundo cambia por mis decisiones,
que soy tan culpable de todo como el que más.
Que cuando yo muera
habrá más silencio y más tristeza en una casa.

Repámpanos.



Qué coñazo
vivir toda la vida.
La vida entera esperando
instantes mínimos
y tan inexistentes
al fin
como la muerte.
Algún momento loco
y muchos plácidos,
pocos de auténtico dolor,
la mayoría de paso.
Y el malhumor de no saber
si fue la última vez
que respiramos,
si volveremos a comer
calabacín.

Cuando yo tenga setenta y pico años.

Cuando yo tenga setenta
y pico años,
seré mucho más sabio
que lo que soy ahora,
con la sabiduría
mucho más honda y
por lo tanto
seré menos sabihondo.
Pero estas letras
que no se lleva el viento
seguirán entonces siendo mías:
mientras yo voy viviendo,
mientras yo las escribo
lo siguen siendo y
no puedo evitarlo.

Tal vez, cuando tenga setenta
y pico años las leeré
por un casual.
Me las traerá a la vista un disco duro
resucitado por el cambio a otra tecnología
y al leerme
tal como soy, cuando ya no lo sea,
pensaré en mi pasado con nostalgia
y con melancolía.

Y no estaré de acuerdo al cien por cien,
eso es seguro, con palabras ni ideas,
pero siento que ese yo que aún no soy
seguirá siendo algo de éste:
agudizado por la vida;
por la constatación de sus temores.
Y desde ese extremo del lapso
la nostalgia
será el miedo natural a la inmediata muerte,
solamente,
pero la melancolía será horror
por esa vida,
que viéndose desde éste,
en perspectiva,
se ve también desperdiciada.

Aunque quizá no viva tanto,
es el consuelo de este día.

Sensación de otoño.


(foto: ibotamino)









Esta sensación de otoño
me la dan las hojas de los árboles
que ahora son del suelo,
y algunos charcos secándose al sol del mediodía;
ese sol lento que me hace ahora acarrear
mi abrigo matutino.


Me dan los niños la sensación de otoño,
hablando siempre con franqueza en el camino
de su escuela, con su uniforme, con su mochila,
con su peripatética jerarquía.
Yo me recuerdo a mí cuando era ellos
como recuerdo las hojas antes, en sus árboles.
Así comprendo quién ya no soy,
y quien no volveré a ser ya. De dónde vengo.
No cuándo es hoy. No a dónde voy.
No quién seré cuando ya haya llovido y llegue el hielo,
cuando yo haya ya vivido y mire atrás, nostálgico,
sin distinguir quizá las estaciones.


Siento un hastío fenológico por esta sensación, por este otoño,
por esta ilusión perenne de presente entre el frondoso tiempo caducifolio,
por este sol y por su declinar oblicuo.
Solo quizá cuando el viento se vuelva frío encontraré consuelo en el calor
absurdo ahora, como un fardo de futuro,
de mi abrigo vespertino.

Saliva seca.



Te di un último beso sabiéndolo,
saboreando su única categoría;
ese sabor, como el de las sílabas más próximas al silencio,
que anuncia el vano de ser
tan cerca de la nada.


Hay partes blandas en cada palabra
pronunciadas por delicadeza,
pero el significado no se halla ni siquiera en su núcleo,
está en la comparación de las miradas,
pide futuro.

Sílabas solubles en saliva,
últimos besos;
basura de la lengua:
mentira.

Amados idos.



Cuando ya no haya calvos
ni desdentados
yo lo estaré por dentro.
No podré dejar ya de haberlo estado.


Lo mismo me ocurre con la injusticia,
con la mentira, con el absurdo.
Con la entropía a la que muchos achacan sus faltas
prematuramente.


Porque sé que habrá dientes postizos,
reimplantes de folículo indistinguibles
de los antiguos, desertores.
Y no me negaré a lucirlos:
volver a peinarme,
comer bocadillos;
aunque recordaré su ausencia,
el tiempo oscuro en que me valí sin ellos,
mis auténticos dientes y cabellos,
amados idos,
malditas flores,
mis atractivos, que en su huida eligieron ser
mis detractores.


Y yo no olvido.


Lo mismo me ocurre con la injusticia,
con la mentira, con el absurdo.
Con la entropía a la que muchos achacan sus faltas
prematuramente.

L’amour fou



No estoy loco de rabia,
sólo un poco, sí, de pena.


Pero es más importante, mucho más,
la locura que la pena,
que la rabia.
Mucho más que la locura ajena.


Estoy loco de amor, y esa locura
es menos importante que el amor,
pero genera rabia,
genera pena,
y genera locura en los demás.


Estoy loco y parezco apenado.


Estoy loco y parezco rabioso.


Estoy enamorado.


Parezco loco.

Si ahora no importase nunca moriríamos.


Si ahora no importase nunca moriríamos,
porque nunca jamás llegaría el momento de morir,
porque ningún momento importaría
porque no moriríamos,
por eso precisamente estamos vivos
ahora y sólo ahora,
aunque nos empeñamos en vivir cada momento
excepto el que vivimos.
Piensa:
ya pasó toda tu vida excepto ahora
y ahora ya pasó también lo que pensaste
y desperdicias tanto tiempo preparando el futuro
como si unos ahoras pudieran ser mejor que otros...
como si unos fueran a ser y otros no...
como si fuese más probable el futuro que el presente
estando tú en los dos...
si ahora no importase nunca moriríamos,
y seríamos absurdos y tristes como un tornillo perdido en el espacio
sin tuercas, sin seres humanos,
sin llaves inglesas,
sin destornilladores imantados,
sin Sir Joseph Whitworth.

Fantasmagoría.



Sentada sobre un taburete,
acodada
en la barra de un bar,
desde fuera,
de espaldas,
con unos vaqueros azules,
con un abrigo negro,
el pelo también negro recogido,
leyendo,
durante tu desayuno
-solo café con humo-:
así te vi, al pasar por la calle en la que seguías existiendo.
En un mundo paralelo.


Te has seguido levantando cada mañana
de la que fue durante un segmento de mi historia
nuestra cama, y vistiéndote
con esas ropas que ya no te reconozco,
que no asocio a ningún momento mío
- el vaquero azul, el abrigo -
y te vas a trabajar con personas que no he visto nunca,
o quizá sí.
Quizá he visto una película en el cine
sentado junto a alguien que ahora te conoce y a quien yo ya
jamás conoceré,
ni él a mí.
Quizá sí soy conocido por algún futuro amor
tuyo,
que no me hablará nunca
de ti
porque solo hablamos
por trabajo,
por teléfono,
y él ignora que tú
y yo
éramos uno:
ahora ya no somos nada.

Es en los momentos como éste en los que veo el funcionamiento
mentiroso de los sentimientos, e implacable de la naturaleza.

Entiendo que no has sido diferente de mis compañeros de ascensor en la subida,
aquella vez en la vida, a la azotea del Empire State, en Nueva York.
Que a ese rascacielos sigue subiendo gente cada día, aunque yo ya no les vea,
que si vuelvo allí estará, no por mí, sino por sí.

Por sí solo sube gente a su azotea,
como a ti te aman otros cada día,
y yo sigo caminando por las calles
viendo rostros que me parecen el tuyo,
viendo lo guapa que eras para los desconocidos,
como las desconocidas que te me recuerdan lo son
ahora.

De quién será tu abrigo ahora,
en ese mismo ahora, mientras lees
en un periódico los sucesos que no has visto
porque ocurren casi siempre en un sitio paralelo;
y sin embargo son tan ciertos como tu vaquero azul,
como tu pelo negro tan bien recogido,
como tú y quienes te me recuerdan,
como tu desayuno
-café- aún caliente,
solo durante un tiempo que se va,
visto desde fuera,
como humo.

Suerte que cubre.



Eres una suerte de musa
que me habla al oído.
Etérea, y por encima de mí.
No puedo tocarte ni verte.
No puedo abrazarte,
y el nimio artilugio del que nos servimos
no suele tener mucha cobertura.

Ser solo tu amigo.

Ser solo tu amigo.
Es duro explicarle
a un muelle que vuelve que debe pararse a mitad
del camino.
No sé imaginar
un mundo explicable
tan ajeno a mí que yo no pudiese explicarme.
Como los párpados saben
de su dualidad, y se echan de menos abiertos
y al sol parpadean llorando la noche,
así llevo yo mis sístoles solas,
fingiendo elípticas diástoles.

1234



Veo un perro pequeño:
él me mira, debajo del árbol
que filtra los rayos
de una luz que no he vuelto a ver;
amarilla, con reflejos soñados.
Hay, sobre la hierba húmeda,
una muñeca de trapo
tumbada de lado
durmiendo la siesta.
Un sol que se va,
la luna que llega,
como contar hasta 4,
como dar un paso
y luego otro paso,
descalzo, sobre la hierba
húmeda.
El perro tampoco usa zapatos,
me enseña a caminar despacio,
yo dos piernas, él cuatro.
Sol, luna, hierba, árbol,
uno, dos, tres, cuatro,
uno, dos, tres, cuatro...


no hagamos despertar a la muñeca,


soluna, hierbárbol,
suave...
uno, dos, tres, cuatro...
uno, dos, tres, cuatro...
uno, dos, tres, cuatro...

(para leer mientras escuchas 1234, de Bacanal Intruder)

La soledad de la tristeza.

Aquel que haya sentido la tristeza
encontrará estas líneas tristes
para otro entendimiento
superfluas.
Lo triste de la tristeza es su soledad,
no se comparte con nadie,
y la compasión es un alivio para el cansancio de ella,
como una conversación en la cárcel
como el tic tac asesino de los relojes,
como todo lo que no es decisivo, pero ocurre
independiente de nuestra sabiduría
o ineptitud.
Cuando pienso en lo poco que he vivido
y lo poco que me queda por vivir
aún querría vivir menos.

Pétalo a pétalo.




Se ha de hacer
pétalo a pétalo.

Cuando uno apela al universo
se ha de hacer sin prisa.


Leerá el futuro
en una margarita,
pétalo a pétalo;
solo al último
- se ha de hacer sin prisa -
la señal extrapolable.


Pasadopresentefuturo,
pétalo a pétalo,
sílaba a sílaba,
años, días, horas,
y minutos
y segundos
en una margarita.
Pétalo a pétalo,
solo al último
la señal extrapolable.

I&G

Son dos, pero podrían ser uno.

Por lo que han pasado juntos
que no los separó,
porque podían haber seguido siendo uno
cuando eran tres.
Porque ahora, a veces
son tres, y otras veces uno,
y rara vez son dos,
o nunca: en todo caso
podrán ser uno y uno,
o tres y tres.
Porque cada uno de ellos
completa al otro
y lo contiene
de tal manera que con su suma
- uno más uno -
se obtienen tres.

Tres trozos del mismo amor,
que es lo que solemos ser,
trozos de amor,
que es mucho más que todo lo que no somos.
Por eso ellos son, siendo dos, tres,
siendo dos, uno.
Por eso son amor
puro, sin número.

Barro.



Barro el barro de tus pasos en mi casa,
es barro de otro camino distinto al mío.
Barro ya seca la tierra de ese barro de tierra y lágrimas.
Lo que fue barro y ya no es barro.
Lo que fue tierra y ya no fue más que barro
una sola lágrima después
y después de ser más lágrimas que tierra,
sin lágrimas ya no volverá a ser tierra
ni barro.
Será tierra y sal
de lágrimas secas como la tierra
antes,
como el barro que ahora ya no es
lo que fue.
Como la tierra que ahora barro en mi casa;
o hago barro en mi casa,
con agua y sal de mi casa;
de tus pasos,
distintos de los míos.

La necesidad en pos de la gente.



En la ciudad hay diferentes niveles
de realidad, de superficialidad, de agitación
de las particularidades...


Hay pisos comunicados entre sí
por escaleras que se avergüenzan de serlo,
hay toda clase de arenas movedizas,
toda clase de grutas, de agujeros,
de alcantarillas...
diseños de falso suelo para que nadie se pare
a pensar; nadie lo hace:
pareciera que la gente sabe a dónde va,
nada más lejos de - aquí, ahora -
la realidad.


Sólo no he visto expendedores de tiempo,
intercambiadores de personas de uno a otro extremo de la calle,
los que van con los que vienen,
siempre con prisa por llegar al otro lado, no a aquel,
no a este.


La necesidad en pos de la gente.


-¿Policía? Hay un sujeto (quieto)
en la calle.
- Lo siento, no podemos hacer nada.
es la ley (de momento) si no sabemos
respecto a qué no se mueve.
Pero le vigilaremos. -


La mayoría solo son ecos de sus pisadas.

La hipotética.



Queda un hueco en la edafogénesis
del justo tamaño de mi cuerpo.
Allí, a lo lejos,
elevado, a la vista de cualquiera
veo el futuro;
ya seas tú, o la victoria,
o alguna otra entelequia hipotecada,
porque es todo lo mismo.
Ahora, para que yo dé un paso alguien deberá retroceder,
para que yo estire mis manos hacia el cielo
alguien caerá a mis pies con sus ojos ocultos,
cegados, protegiéndose.
No he venido a la ciudad a ser humilde
ni clemente, sino a saquear las cuencas de cada mirada.
Porque nadie me reprochará nunca nada si triunfo.
Nadie mirará hacia atrás, y mi estela se habrá borrado
por la lucha de los derrotados en la busca de despojos
de otras búsquedas,
como viento que barre una playa inexistente
como la transferencia que paga el alquiler.

Trabajo.


Necesito un curro.
Para ser pobre.
Para no poder comprarme nada,
ni unos zapatos que me libren de los charcos.


Para no tener ni un minuto que perder
en todo un día,

y son tantos como 60 x 24
=
1440 (aunque sea una estupidez
contarlos así, porque no hay dos iguales).


Para tener los domingos
un colchón muelle, huraño,
donde dormir desaforadamente,
con la conciencia tranquila,
y no depender de nadie, exceptuando
a todo el mundo en este absurdo
engranaje.


Yo vivía en una casa en la playa
con mis padres, sin hacer nada.

Derechos de acceso, rectificación, cancelación y oposición.



De esa lista difusa
de hombres que frecuentas
bórrame.

No porque yo sea más que ellos,
ni menos,
no porque no pueda figurar en ella
por méritos, por currículum,
por historial;
por conocimientos;
por antigüedad.


Bórrame.


No para cambiar mi estatus
respecto a ti, respecto a nadie.
En ningún caso por despecho,
porque yo ya no te ame
o porque haya detectado que tú nunca me amaste,
o que me amas demasiado.
No por celos.


Bórrame.


Bórrame y vuelve a apuntarme en ella acto seguido.


Apúntame
como si fuera nuevo
otra vez, cada día.
Y cada noche bórrame.
Apúntame a esa lista difusa
de hombres que frecuentas
para no frecuentarme a mí
ya nunca.
Apúntame
y que cada encuentro sea el último.
Apúntame
y que cada beso el primero.
Apúntame
y que cada roce encierre una pregunta,
cada sonrisa un triunfo,
cada adiós una ruptura.


Bórrame
y que cada lágrima surja
con su sal.

Apúntame
y que en cada humor se diluya
su azúcar.

Aparece la palabra.



Un sonido por cada lado
con sus respectivos e infinitos,
aunque cada vez más debilitados ecos,
sonidos de bulto redondo
viajando a trescientos ochenta metros
por segundo.
Y entonces aparece la palabra
como las ondas estacionarias
entre dos personas
y creemos comprender algo concreto
que nos une o nos separa.
Como creímos sin más,
viendo el mar,
en un mundo plano.

Achaques.



Comparada con la edad del universo,
la que nosotros podemos alcanzar
no dura nada.
No se diferencian a esa escala los segundos de los siglos,
siendo de nuestro rango el siglo el máximo
y el segundo el mínimo.
Matemáticamente sería como hallar el límite de una curva.
Saber, partiendo de la importancia mínima
a cuánto asciende la máxima.
Nuestra vida vale lo que valen sus segundos,
ni más ni menos.
Todo parece indicar que nuestra vida no vale nada
comparada con la edad del universo,
pero él jamás ha renunciado a un segundo,
quizá por eso es tan eterno comparado con nosotros.


Corolario:
Tenemos la edad que nos merecemos.

La brisa en el cabello.



Jugueteo con la idea de la muerte
no como de niño con fuego,
no como de adolescente
con amor,
no como de adulto
con dinero.
Jugueteo con la idea de la muerte
para pasar este rato
que se me está haciendo la ostia de largo.
Empiezo, como si una idea y otra fuesen complementarias,
como en los dibujos de ese Escher,
a juguetear, también, alternativamente,
con la idea de la vida.
Pero de otra manera diferente a como estoy acostumbrado,
comparándola con la de la muerte siendo ésta la predominante,
la que define a la otra,
que suele ser la que por defecto predomina.
Observo el viento, por ejemplo,
en mis cabellos, en mis ropas,
y me parece agradable por si mismo,
sin que esa sensación se vea empañada
por ningún presentimiento, ni pensamientos oscuros
de futuro.
Pienso que el futuro me ha estropeado el presente tantas veces...
Ahora que, por mi situación,
(me precipito desde una azotea hacia el suelo
por voluntad propia, me suicido)
estoy viviendo el presente más que nunca,
lo lamento.
Solo el tiempo justo para lamentar también
mi preocupación ahora por errores del pasado
que no van, a esta altura,
a ningún sitio.
Soy un triste.
He hecho bien,
muero
tranquilo.

2001/09/11


Mientras solo una estaba en llamas
todo iba bien.
Era igual que otros días en este mundo de desgracias.
Pero dos puntos, por muy próximos que estén,
definen una línea
- cuanto más juntos, más difícil precisar su dirección -
y la otra torre también ardió.
Y el mundo fue surcado por un nuevo meridiano,
cartografiado solemnemente
por el único con la prerrogativa de intentar paliar sus trazos,
el casual centro de una elipse de derrumbados focos,
como si solo el óvalo determinase el lugar de la razón y de la libertad
y no al revés,
o se difuminasen ellas entre el simple polvo catastrófico,
encomendándose a Dios, como los santos, como
los terroristas.

tobeornottobe



Dicen que se crece por las noches.
Supongo, entonces,
que mientras estaba creciendo no me reconocían.
Eso me da un margen de unos dieciséis años,
tiempo durante el que mi peso cambiaba casi
cada día, pero
desde aquello, y ya hace tanto tiempo,
he sido el mismo cada paso.
Y me avergüenzo de pisar
los mismos suelos todavía,
que ya me reconocen las baldosas,
y mira que son tontas.


Huyo o engullo, that is the question.

Poemacho.



Un poema macho
saltando sobre unas palabras
lamiendo sus sílabas, penetrando
cada signo.
Un escalofrío recorre cada diptongo
y lo convierte en gemidos
entre ruido,
sentido entre significado.
No sabe de consonantes,
pero al amar a la o
la erre se abre de patas,
la eme se alarga,
la a se exclama:
¡Amor!
El poemacho ha cumplido.

Cuchicheos



Hay otras mentes creando universos. De ellos sólo vemos su rastro, indicios que hablan de una existencia que se pregona. Anécdotas ocurridas fuera de nuestro mundo nos son relatadas con el valor añadido de la verdad, pero para mi cabeza todas podrían ser cuentos, yo no las viví, para mí no ocurrieron.
Para las otras mentes creadoras de universos mi vida es una diversión más, como una película, un libro, pero mejor. Como un telediario en el que sale un conocido.
Y no hace falta haberse ido para que se queden los pájaros cantando, porque ya hay miles de pájaros cantando que no oímos.



Mientras murmurabas
yo seguía viviendo.
Ajenos ambos al quehacer del otro,
tú a mi vida y yo al murmullo.
Pero no tenía conciencia en ese tiempo
del susurro de las hojas de los árboles,
de la respiración del bosque y la ciudad,
de miles de pequeños ruidos enmascarados
por un único rumor.
A ese continuo leve crepitar
yo lo solía llamar silencio,
como un folio gris puede parecer blanco
y adelantar aparentemente la tarde.
Hoy se hará la noche y junto a mi ventana
una voz negra iluminada me hablará en son de amigo
con el grillar tan reluciente
como un vaso de cristal
recién lavado
secándose a su brisa veraniega.
Ya vuelve a oler a azahar y es tan callada
que te oiría murmurar.

En el fondo...



En el fondo
todo termina siendo
sólo
un vaso.
De cristal, de porcelana,
de barro.
Vacío de té, de agua, de cerveza,
de orujo de hierbas,
de McCallan de 18 años...
al final
todos -abstemios, borrachos-
calvos.

Amor etílico.



Así como la erre del teclado
se siente de sola
hasta que la pulsan
y va a parar a un escrito junto a otras letras
como la o en amor, como la ele en burla,
como la e y la erre en erre,
pero peor,
me siento yo.
Me siento peor que la erre,
y que la o
y que la ele;
en realidad me siento tan mal
como la abstrusa uve doble,
como la rígida ka.
Como la hache ignorada, la ese líquida...
Como si nadie me necesitara
sólo porque tú
ya
no
me necesitas.
Me pregunto si existirán otras palabras
como tú
y la vida me arrulla
con sus erres libres,
metempsicóticas, asesinas:
otra, sí,
sí,
una:
w-
h-
i-
s-
k-
y...

Gruñido de monotrema


Recurro al otorrinolaringólogo,
pero no me arregla nada.
No hay ornitorrincos en África.
Pues yo los oigo. Una de dos,
o yo estoy loco
o esto es Australia.
Quizá si le consultase al cónsul...


Me desazona (y cómo)

el dilema

entre práctica y teoría.

(Gruñido de monotrema).

Para ser optimista.


Primero, optimizar el tiempo,
que no parezca que pasa mientras lo hace.
Sufrir un poco cada día, para notar la diferencia.
Sentirse amado por alguien que no te conoce.
Sonreír a los espejos, aunque ellos no sonrían primero.
Beber con moderación.
No escribir.



Ilustración:
EL PAYASO TRISTE
MANUEL PARREÑO RIVERA (España)
Pintor con el Pie
Óleo 55 × 46 cm

Memorias.



Del tiempo, conservo engaños.
Daguerrotipos de algo que no ocurrió así
ni de ninguna otra manera,
porque aunque el tiempo exista simultáneo
ahora, y después, y antes,
yo no soy consciente de esa coincidencia;
sólo veo lluvia cayendo
y el suelo mojado,
y agujas dando vueltas.
Y el futuro es un perjurio
de un dios que sólo busca su propia salvación.

POPetry

Eso del arte simbólico,
eso de no poder decir te quiero porque ya está dicho,
eso es lo que hace que los intelectuales lleven gafas
y los obreros no.
Y las gafas son para verte mejor, amor,
no para que con el calor y el frío
y la lluvia y el polvo y los mosquitos
se empañen,
son sólo
para ver mejor,
si no, a veces,
mejor quitárselas y dejarse llevar por alguien.
El arte mejora al rato,
hagamos arte también,
¿por qué no?
para que pase el rato.

Poética musical

Palabras entre ruido,
entre rostros, bajo la lluvia,
lluvia que cae sobre un desierto pedregoso,
o sobre el fondo de un valle,
sobre musgo y hierba húmeda,
que la desea, exhalando luego niebla.
Vino rojo en una bodega
compartido por amor,
y el mismo vino solo,
emborrachando deprisa
tras la derrota.
Nada es lo mismo dos veces,
no existe el mismo río.

Alguien me habló en la calle.
Yo iba deprisa, pensando en mis cosas
y un susurro me sacó por un segundo de ellas.
Desde una esquina me siguió hablando,
me llevaba con su música a otro lugar,
a otro tiempo,
como si el tiempo de esa música, sus intersticios,
no fueran hoy, ahora,
como si el tiempo en que la oí por vez primera
hubiera empapado las notas de aquella melodía.
Volví a otra época y de pronto ésta ya no era lo único importante,
era un momento más, un tiempo que como todos pasa,
un tiempo gemelo de otro, unido a él por la canción
de un músico desconocido,
pero que habló conmigo como lo solía hacer el mundo
cuando todo era nuevo, cuando aun mi oído era niño.

El tiempo moja la música
para que transcurra disuelta
en él.
Así, el tiempo se endulza
como agua con azúcar,
o sabe a la sal del mar
o de las lágrimas.
Y la música termina
y alguien la quiere usar en otro tiempo
y la usa.
Porque la música nunca pone impedimentos.
Pero hay algunas
que no llegan a secarse entre sus interpretaciones,
y al disolverse, mezclan un tiempo con otro,
y traen a éste la sal de aquél
y nos recuerdan aquel sabor de las lágrimas
y su dolor,
que de esta forma rejuvenece,
y de la misma manera otras veces nos traen el azúcar
de la infancia
y nos hacen sonreír con alegría,
como casi nunca los adultos sonreímos.
Esto no es malo, y ocurre por cualquier sitio,
y explica que en el metro
hay esquinas que sólo doblan los niños,
extraños niños gigantes
llegando tarde a la oficina,
zapatos y traje oscuro, sí,
pero niños.

No te culpo de los pájaros...



No te culpo de los pájaros
que atiborran mi cabeza
aunque seas tú sola el aire en que aletean.

La conjetura de los necios.



Entre tantas conjeturas,
llaman la atención
las que provocan emociones.
Amor, tristeza,
alegría, etc.
Más que la luz que rebota
por todas partes
hasta llegar a mí
y me hace pensar
"silla",
más que el aire en que mi calor
se disipa y digo
"frío";
incluso más
que el orden
aparentemente sucesivo
de los acontecimientos
que nos da la idea extrañísima
del tiempo.
Más que nada, me llaman la atención
las reacciones químicas de mi cerebro
ante subterfugios de la especie
para su conservación,
como que yo te ame tanto
o que tenga miedo de perderte si me duermo,
o que prefiera no existir si no es contigo
hablándome,
sonriendo.

Orgullo gay.



El nuestro es un amor de piernas
debajo de las mesas,
es el latido de otra sangre a través
de las venas, de la carne, de la piel,
los pantalones. Es la emoción de saber
que el otro sabe de frases y de miradas
y de caricias de los que los demás no saben.
Es un amor de presencia en forma de presión
en la rodilla, mientras los otros hablan, siempre
de otras múltiples, variadas, pero siempre otras,
cosas. El nuestro es un amor de pierna
derecha contra izquierda, o viceversa,
pero por fuera; es uno de sentarse juntos,
porque no nos dejan estar solos, enfrentados.
Es el nuestro un amor de los dos unidos frente al mundo
como si fuésemos tan sólo uno,
porque en la práctica lo somos,
no cabe nada entre tu pierna y mi pierna,
unidas por amor como siamesas que compartieran
amor y medias.
El nuestro es un amor
de piernas, un amor loco-
motor, de lo más lógico,
aunque algunos no lo entiendan.

Intersticios vitales.


Hay, entre los átomos, algo sustancial,

y nos empeñamos en ponerle nombres.

Nombres como energía, como vacío. Nombres como nada.

Nos extraña que entre dos partículas

pueda haber una atracción desinteresada, pero la hay.

Como cuando los ojos buscan imágenes sin ver,

o cuando no se está pensando;

como cuando dos puntos se unen en la distancia.


Como cuando yo te amaba

mientras simplemente te atabas los zapatos.


Lo que es ser átomo no tiene tanto mérito

como no serlo, como rodear al átomo para que sepa que lo es

por el contraste.

Entre los huecos de la materia se cuela el tiempo

y aprovecharlo es dejar de contar moles, saborear el vano,

escoplear la música para tocar silencios.

Perderte y seguir viviendo muerto

por encontrarte.

El tiempo es líquido.

El tiempo es líquido.
Fluye.
No resiste una tensión de corte,
se adapta al recipiente que lo contiene,
días, horas, segundos,
años, noches.
No se deja comprimir de forma fácil.
Tampoco se expande como si fuera un gas,
como nosotros acostumbramos.
No mancha, no es viscoso.
Como el mercurio, te toca sin mojarte;
como él, te contamina.
Al final, el tiempo resulta ser venenoso,
pero mientras no morimos nos da la vida.
Es irracional, si no, sería para matarlo.

Yo no soy capaz de llevar desde la orilla de la playa hasta tus labios un puñadín de agua sin derramarla,
menos aún podré volver al pasado.
No puedo hacer que los besos que me dabas sirvan de algo.

¿Qué otra cosa debería obsesionarme?



Me obsesiona el paso del tiempo.
¿Qué otra cosa debería obsesionarme?


Cuando uno es sólo tiempo, o por lo menos necesita de él para seguir siendo,
como el agua puede decir que es oxígeno porque sin él sería hidrógeno...
...
pero qué tontería, el agua no habla
y no dirá nada.


Me obsesionan las palabras.
¿Qué otra cosa debería obsesionarme?


Me van a decir que el tiempo, los que me lleven leyendo
un minuto.
Claro, ellos están obsesionados por SUS
cosas.
¿No acabo de decir algo del agua? También ella podría decir
que es hidrógeno, porque sin él sería oxígeno,
si el agua hablase.


El agua no habla,
también está compuesta sólo
por dos elementos
–lo que nosotros consideramos agua-
que son hidrógeno y oxígeno, que danzan
para ser líquidos.


Me obsesiona el agua.
¿Qué otra cosa debería obsesionarme?


Exprímeme como a una naranja
y verás que soy más agua que otra cosa.
Agua parlante
del tiempo.


(el tiempo es líquido, por cierto)

Para Alba Huerta

Mira que he visto girar la Tierra sobre su eje...
¡pues hoy la Tierra giró dos veces!
Eso lo he visto.
Aunque la vista no es la más lista de los sentidos...
Es más rápida la mano
de un Tamariz (Juan, el mago), o los radios de una rueda,
o las patas, cabalgando,
de un caballo. ( No se nota que son cuatro)...


Ha sido el alba de muchos días,
susurrándolo hoy el Sol
salía ¿ o sería el llanto
de vuestra hija ? Algo
he oido, y he visto
girar la Tierra sobre su eje
miles de veces, con alegría.







20 de Junio de 2003

Existen enotecas...





Existen enotecas como etnotecas,
pero la mayoría están llenas de botellas vacías
y cabezahuecas.

S.C.A.

En su voz, un leve jadeo pedía socorro.
Yo nunca fui conversador telefónico.
Algo de hablar como a través de un muro
me limitaba en mi expresión
y en mis interpretaciones.
No obstante, percibí muy claramente aquel susurro.
Decía: mi otro hijo aún no ha llamado
y tengo miedo de su coche
. Decía:
ocupas una línea que es vital.
Colgué el teléfono y desde entonces
no he dejado de pensarlo:
ser madre no puede compensar.
No es como ningún otro cariño,
es mucho más ser madre que ser hijo,
ser madre es darlo todo,
ser madre es ser más otro que uno mismo.

Tiesto presente.

(Foto: ibotamino)








Hay una línea infinita de momentos sucesivos,
el continuo espacio-tiempo,
de la que somos un punto.
El único que entredice la existencia de los otros.
Como flores en un tiesto en un jardín.
Hablamos de pasado y de futuro como quien habla de Dios, de Plutón...
el universo es nuestro ombligo.


Solo, ahora, aquí,
la existencia simultánea de otros sitios me resulta incomprensible.
Tiendo a pensar que el Malecón de La Habana no existe.
Sin embargo, sé que es una impresión errónea.
Hay alguien allí ahora, y al menos de su mente surge la existencia de ese espacio
paradisíaco.
Las conciencias dotan al mundo de linealidad, como el cerebro explica a los ojos.
Cuando yo me haya ido de esta calle surgirá una vieja asomada a una ventana,
escudriñando su existencia, guardándola,
es la astrónoma de guardia para esta zona del Universo
no menos importante que el Malecón de La Habana, Delfos
o Plutón.

Competencias.



Hay alguien en mi pecho
latiendo a destiempo pero poco,
como eco interno ilógico latiendo
del corazón, que al no latir ya solo, late loco.
El corazón latente es obstinado
y no altera su ritmo de latido,
que es albur rítmico, un ritmo fijo,
pero uniformemente acelerado.
Y el otro corazón, el sólo mío,
lo trata de seguir, y yo sospecho
que es para no discutir consigo mismo.
Debe creer, por la proximidad del otro,
que su latir es un instinto, una opinión, un pálpito,
un soplo propio.
Harto el cerebro, a cada rato le corrige,
le marca el paso,
lo acompasa porque sabe que ese alguien eres tú,
que tú impulsas hoy mi sangre más que yo.
Pero, calculador, al corazón no se lo dice
porque tú y yo solemos ser dos ruidos raros
y nuestro ritmo combinado es insufrible.
Se acabará enterando el corazón
y se tendrá que hacer lo que él decida,
si se factura en sangre lo que sea, amor, oxígeno,
le corresponde a él la traslación de las valijas.

(cen)ando solo



Hay tanta miseria por todas partes,
y hay guerra, economía, norias,
juegos florales, divertimentos de Mozart
que no divierten a nadie,
caídas estrepitosas,
lluvia en los soportales,
ironía, comicidad,
bazofia,
malas caras conocidas,
economatos anónimos, anonimato
económico, odios
viscerales,
inacción meditadísima,
taimada muerte,
sonrisas falsas,
gente que no desea verme,
idiotas, inteligentes y
niños,
de todas las edades,
abandonando el barco,
(los inteligentes y los niños primero)
hijos de puta espontáneos,
madres de hijos de puta, putas ellas,
a su vez,
padres causantes de la mierda que parece caer del cielo,
hay frío, miedo, guerra y muerte otra vez, hambre, sed,
peste,
jinetes estajanovistas por doquier,
insectos,
y, al otro lado del abismo,
mirándome a los ojos mientras cruzo sobre un hilo el precipicio,
donde deberías estar tú,
hay un espacio vacío.

diamante o párpado

Acaso  el preciosismo  en la poesía   dependa  de la joya en la mirada: si es un diamante o un párpado,  es decir, si multiplica u opaca. Te...