Amor, etc.



Como la maleta triunfante
que aguarda tranquila el viaje en la oscuridad,
junto a sus colegas cada vez más nuevas y vacías,
también hay palabras.
Porque ¿qué se le puede pedir a una maleta?
Que las cosas útiles ocupen menos dentro de ella
que en cualquier otro lugar,
que guarde más espacio que el que ocupa.
También hay palabras - maleta vieja,
útil, viajada;
aunque vacías, como las maletas útiles
no sirven de nada.

Noche.



No hay nadie en esta habitación.


Un ordenador sobre una mesa,
una cama vacía,
una silla,
yo...


aparecen letras en la pantalla
de una en una.
Mi personaje trata de describir sus emociones de una manera objetiva,
sin apasionamiento,
como son,
mejor dicho, como serían
si esas cosas existieran por sí mismas,
sin personas que las sustentasen.
Porque aunque hay más personas que emociones,
las emociones cambian en función de en qué cuerpo se hallan diluidas, y solas,
simplemente son ideas,
conceptos.


Amor,
tristeza,
soledad...
no es lo mismo en pantalla que en la vida,
por eso digo que no hay nadie.
Sólo yo, pero funcionando como un oficinista que trabaja para mí.


Amor:
te recuerdo porque te quise tanto como puedo
aunque ahora ya no tengo
ni un amor igual
ni más moderno.


Tristeza:
Que se diferencia del capricho en que persiste
mientras pienso en otra cosa,
como que tengo sueño,
como que tengo hambre,
como que tengo frío.
Como que estoy escribiendo
descalzo palabras que no leerás.


Soledad:
El sonido de mi respiración y mi llanto
pequeño y absurdo comparado con la noche;
tan pequeño y tan absurdo que se consume como una llama sin oxígeno,
por mucho alcohol que tenga a su alcance.



"Te quise tanto que llegué a creer
que decirlo era pecado. Corromper
un sentimiento así con palabras
con un fin, qué sé yo cuál;
enamorado los medios nunca lo justifican..."



pero ahora ya no estás, y no puedo ir a ese pasado,
no tiene sentido que mientras estoy ahí esté aquí,
sentado en esta silla en calzoncillos,
sin zapatillas...


veo la mesa, veo las letras aparecer en la pantalla,
veo mis dedos moverse por el teclado.


Son los dedos de otro.


Yo no puedo ser tan frío.

De ahí.


De ahí mismo;
de entre mis pasos, y los de la gente que abarrota la calle;
de entre mis pensamientos turbios,
preocupados.

Del regusto lejano del café,
entre el humo de los coches,
el estruendo de las obras,
y el tráfico.

Es de ahí de donde hablo.

De entre faldas, pantalones y zapatos;
de entre hombres y mujeres,
y otros hombres y otras mujeres,
y de entre ellos y yo.

De entre la infancia y la lasitud.

Del presente, sin privilegiarlo.

Busco el lugar que rodea la sombra,
el intersticio entre dos nombres,
el algoritmo para cada silueta,
el muro de lo inefable.

ritardando
Del regusto lejano del café,
entre el humo de los coches,
el estruendo de las obras,
y el tráfico.

...siempre...



...antes.
...algo antes.
...pasa algo antes.
...siempre pasa algo antes.


Es difícil ver desde dentro
un ciclo completo,
pero lo que nunca veremos
es su comienzo.
Porque no comienza él,
sino nosotros.
Y nunca pasa algo antes
que no pasará después,
ni viceversa.

Olbàp Anìtroc, poeta anterior.

Pathos.



Hoy
he visto llorando un pato:
cuáa, cuáa,
cuán desgraciado soy,
cuáa...


su triste parpar carece de eco entre los humanos,
que lo preparan al horno,
que lo reducen a almohada,
que lo confinan en lata
confitado, o con cointreau
a la naranja...
patética contrariedad,
cuáa;
sin parpadear.


Sobre su estanque de plata
entreoí hoy los ecos de un planto de ánade onírico,
de pato proteico,
de magret sangriento
de oporto.
Y junto a él, paradójicos,
tan sordos como los hombres,
como el albaricoquero cómplice,
e inermes, su guarnición de orejones.

Cuantico amor.




Al parecer existen miles de Universos,
no sólo Éste.
Uno tras cada decisión, tras cada posibilidad.
Solemos creer que lo que no ocurre no existe, pero,
parece ser,
la probabilidad gobierna el Mundo.
Se trata de conceptos que quizá la simple mente humana
no pueda comprender;
para eso ha creado el hombre
las matemáticas, la fe
y a Stephen Hawking.


Empíricamente yo,
un ignorante,
he descubierto que es cierto.
Porque estoy en una rama equivocada
del árbol en que la Física, a cada instante,
convierte mis infinitas vidas.
Y la memoria cuántica de mis neuronas
y de mi corazón
me grita
que dé la vuelta,
que hay miles de futuros junto a ti,
pero este no.


(Y de volver atrás
Stephen Hawking
no dice nada).

Calle/plaza/avenida/travesía.

foto: ibotamino (Fer)

Hay notas de Stradivarius
que más bien son desvaríos.


Rebotan aquí y allá:
una pared, una orquesta,
un tímpano desprevenido...


Por el contrario otras veces
la vibración simpatiza con alguien
y se queda agitando una cabeza,
explicando una emoción.


Ya suceda este fenómeno en un teatro,
auditorio, o una iglesia,
o aunque suceda en la
calle/plaza/avenida/travesía,
al recibir el mensaje, esa cabeza
convierte en artista al músico.


Y no importa que el violín
no sea un Stradivarius,
o sí,
ni el teatro, el auditorio o la iglesia;
ni por supuesto tampoco, entre público y artista
importa el tipo de vía.

Alegría.



De entre todas las formas de la alegría,
y son muchas, entrado ya el siglo veintiuno,
yo he elegido, por costumbre y por salud,
por socialismo, presión de grupo, o camaradería,
el cubalibre
de to’ la vida.
Y porque estoy de acuerdo en todo con su nombre,
pues yo me siento a veces una isla y me libera,
y porque pienso solo de corazón
en su vasodilatadora compañía.


Y porque es mejor beber de pie
que vivir, bajo la dictadura abstemia,
de rodillas.

Si los amaneceres pensaran...



Si los amaneceres pensaran discutirían
por nuestra causa.
Por no saber quién sabe más sobre nosotros:
si nos queremos,
si no,
si hoy es mejor o peor que ayer
o que mañana.


Unos amaneceres y otros no se pondrían de acuerdo, porque en algunos
amanecimos juntos en la misma cama y en el mismo beso.
Nos despertó la misma luz del mismo amanecer
al mismo tiempo.


Otros dirían que estábamos separados,
que despertaron a dos personas distintas
en dos distintas habitaciones,
atravesando cada ventana de una manera,
incidiendo en dos ángulos distintos,
sobre las sábanas.


Si los amaneceres pensaran se reunirían para charlar,
discretamente,
en las hemerotecas.
En torno a una gran mesa redonda
cuya presidencia habría de rotar cada día,
siendo además
el presidente de turno
el único ausente...


Yo mismo cedo a veces a la tentación
de no considerar a los amaneceres
como una sucesión continua.
Me resisto a pensar que la última palabra es la opinión última,
que la última emoción es más auténtica que las anteriores.
Que hoy es más mi vida que ayer,
que mañana.
Que yo existo, si he de ser
solo una procesión de individuos
que se repiten:
fotografías
que hacen cine.


Y no lo pienso, a la luz de algunos amaneceres
y a menudo confío mi vida a su discreción.


Si al acabar la vida de los poetas
no queda más que un libro de poemas,
qué va a quedar de hoy.
Imágenes calcadas, y sobre ellas
los mismos pensamientos.
Hasta la luz del alba es neutra
y en el resuello de los semáforos
se escucha al mismo locutor
hablándonos del tiempo
que hará mañana.
Hoy ha acabado todo,
somos carnada a barlovento
de los cronómetros hambrientos.

Vida.




Hay un resto poético
entre los alquileres que voy dejando a la deriva.
Todo movimiento periódico produce un sonido,
aunque su frecuencia sea inaudible
para la mayoría.
Yo salgo del banco con distinta ropa cada vez,
como en una elipsis cinematográfica,
y para el banco y mi casero soy como un cometa
que pasa cerca el día uno de cada mes.

Pero puedo asegurar que estoy vivo
y que existe una envolvente de los múltiples periodos
a los que me someten la naturaleza y la sociedad.
Que el mundo cambia por mis decisiones,
que soy tan culpable de todo como el que más.
Que cuando yo muera
habrá más silencio y más tristeza en una casa.

Repámpanos.



Qué coñazo
vivir toda la vida.
La vida entera esperando
instantes mínimos
y tan inexistentes
al fin
como la muerte.
Algún momento loco
y muchos plácidos,
pocos de auténtico dolor,
la mayoría de paso.
Y el malhumor de no saber
si fue la última vez
que respiramos,
si volveremos a comer
calabacín.

Cuando yo tenga setenta y pico años.

Cuando yo tenga setenta
y pico años,
seré mucho más sabio
que lo que soy ahora,
con la sabiduría
mucho más honda y
por lo tanto
seré menos sabihondo.
Pero estas letras
que no se lleva el viento
seguirán entonces siendo mías:
mientras yo voy viviendo,
mientras yo las escribo
lo siguen siendo y
no puedo evitarlo.

Tal vez, cuando tenga setenta
y pico años las leeré
por un casual.
Me las traerá a la vista un disco duro
resucitado por el cambio a otra tecnología
y al leerme
tal como soy, cuando ya no lo sea,
pensaré en mi pasado con nostalgia
y con melancolía.

Y no estaré de acuerdo al cien por cien,
eso es seguro, con palabras ni ideas,
pero siento que ese yo que aún no soy
seguirá siendo algo de éste:
agudizado por la vida;
por la constatación de sus temores.
Y desde ese extremo del lapso
la nostalgia
será el miedo natural a la inmediata muerte,
solamente,
pero la melancolía será horror
por esa vida,
que viéndose desde éste,
en perspectiva,
se ve también desperdiciada.

Aunque quizá no viva tanto,
es el consuelo de este día.

Sensación de otoño.


(foto: ibotamino)









Esta sensación de otoño
me la dan las hojas de los árboles
que ahora son del suelo,
y algunos charcos secándose al sol del mediodía;
ese sol lento que me hace ahora acarrear
mi abrigo matutino.


Me dan los niños la sensación de otoño,
hablando siempre con franqueza en el camino
de su escuela, con su uniforme, con su mochila,
con su peripatética jerarquía.
Yo me recuerdo a mí cuando era ellos
como recuerdo las hojas antes, en sus árboles.
Así comprendo quién ya no soy,
y quien no volveré a ser ya. De dónde vengo.
No cuándo es hoy. No a dónde voy.
No quién seré cuando ya haya llovido y llegue el hielo,
cuando yo haya ya vivido y mire atrás, nostálgico,
sin distinguir quizá las estaciones.


Siento un hastío fenológico por esta sensación, por este otoño,
por esta ilusión perenne de presente entre el frondoso tiempo caducifolio,
por este sol y por su declinar oblicuo.
Solo quizá cuando el viento se vuelva frío encontraré consuelo en el calor
absurdo ahora, como un fardo de futuro,
de mi abrigo vespertino.

Saliva seca.



Te di un último beso sabiéndolo,
saboreando su única categoría;
ese sabor, como el de las sílabas más próximas al silencio,
que anuncia el vano de ser
tan cerca de la nada.


Hay partes blandas en cada palabra
pronunciadas por delicadeza,
pero el significado no se halla ni siquiera en su núcleo,
está en la comparación de las miradas,
pide futuro.

Sílabas solubles en saliva,
últimos besos;
basura de la lengua:
mentira.

diamante o párpado

Acaso  el preciosismo  en la poesía   dependa  de la joya en la mirada: si es un diamante o un párpado,  es decir, si multiplica u opaca. Te...