Deliciosos cuando están en calma.


Los hijos ajenos son como aire:

deliciosos cuando están en calma,

cuando están en movimiento, insoportables.

Y por doquier.

¿Y quién sopla un día de viento?

Los propios serían iguales,

puesto que no soy distinto.

Aunque en esto me distingo:

yo no los quiero tener.



Cosas que hace cualquiera:

jugar al yoyó, huevos fritos,

manejar unas tijeras,

tener hijos.

Requiebro español.


Podría vivir sin tu sonrisa,
como he hecho cada día.
Nací de noche, también creía
que se podía vivir sin el Sol.

Atardeceres rojos I.

http://www.flickr.com/photos/ibotamino/4298062763/in/photostream


No sé qué tengo en contra de la luz
naranja del crepúsculo mal entendido.
Me causa un hastío como si fuera yo el día que se termina,
que alumbra
como las bombillas antiguas, emulándolas,
para fastidiar.

Un trago de oro fundido, me parecen a mí los atardeceres,
por la garganta.

Cuando esté la noche que se quite el día, que solo se salva
por la mañana.

Touché, pero...


http://soytanidiotaquesoypoeta.blogspot.com/2008/10/pathos.html
Eva dijo...

Y junto a él, paradójicos (adjetivo plural)
tan sordos como los hombres,
como el albaricoquero cómplice,
e inermes, (sustantivo plural [o eso debería venir ahora]), su guarnición de orejones.

Soytanidiotaquesoypoeta dijo...

touché





Son
paradógicos,
los orejones,
e inermes.

Los orejones son paradógicos
como el albaricoquero cómplice.

No oyen, siendo orejones,
siendo orejones no son,
tampoco,
las orejas de Oregón.

Y es más, son cómplices, ellos, individuales
como son dulces, o bellos,
o naranjas, uno a uno,
como las puestas de sol,
que son bellas aunque son
individuales:
una a una cada tarde.

Porque no es cómplice
la guarnición
como si fuese cualquiera
cómplice
la que urdiese el peripato
de una argentina bandeja
ya fuera aquélla de arroz,
o de patatas, o almejas.
Que aunque también fuera inerme
no sería cómplice
ni paradógico su silencio,
su inacción,
por no tratarse de orejas.
Porque las orejas oyen, pero no los orejones.
Y menos las guarniciones
o el estado de Oregón.

Otro tema.
Es bastante paradógico
ser inerme y llamarse guarniciones,
aunque yo me refería a una oreja
y a una oreja, y a una oreja...
como a las briznas de hierba
que son prado
aunque ninguna lo sea por separado
(o a los tréboles).

Cómplices
como el albaricoquero que no rompe su silencio.
Porque el silencio se rompe
y el que lo rompe es culpable de romperlo
ya sea un hombre
el que habla,
o una almeja, o una patata.
Y los que callan, los cómplices,
son el resto.

Como las letras son cómplices
al formar una palabra,
porque conspiran y hablan;
no como el albaricoquero, no
como las almejas, el arroz
y las patatas.
No como los orejones
que son los más paradógicos
¡pues no oyen!
ya formen un kilo, un metro,
media docena,
la guarnición de un magret, o
un poema.

Fases del shock.


Me imagino a los poemas entrando por la puerta
del blog,
cada vez más pequeños,
como las personas que llegan al planeta,
más insignificantes, en relación
al todo,
aunque uno solo siempre me contenga.

Me imagino a alguien que lee por primera vez
"Soytanidiotaquesoypoeta"
y cree haber hallado algo moderno,
diferente,
y lo revisa de cabo a rabo
y es deslumbrado por sus ciclópeas
proporciones
(hablo, por ejemplo, del año 2030),
pero al pasar un rato,
que puede ser un año o dos,
no digo yo que no,
ya me conoce tanto que se aburre,
como quien mira el mar
y percibe sus corrientes,
su patrón rítmico en el olear,
su infinitud azul
y su salinidad onírica, afín
a la salinidad del líquido
que olea en sus pupilas
y las lubrica,
sean o no azules éstas
y estén o no clavadas
en algún sitio.

Yo creo que si supiésemos, al improviso,
que el mar lo causa un buceador desconsolado,
fases del shock serían la sorpresa,
la crítica,
el olvido.

¡Oh, la pereza de escribir siempre uno el mismo!

Chateau Latour.


No siempre todo es como siempre,
las cosas cambian sin cambiar.
La luz es otra, las manillas
del reloj dibujan otro ceño
hoy está lloviendo y ayer no.
Y tú no entiendes nada
porque vienes de entenderlo todo,
o ahora, quizá, es la primera vez
que me comprendes.
Tus ojos por primera vez son verdes
para mí, ayer era de noche
cuando te conocí.
Amor y odio se solapan.
Solo se besa el odio en el otro,
para no verlo,
y sabe a néctar hasta que amarga
como un Chateau Latour
al sol.

Un unicornio
puede llegar a convertirse
en un incordio.

diamante o párpado

Acaso  el preciosismo  en la poesía   dependa  de la joya en la mirada: si es un diamante o un párpado,  es decir, si multiplica u opaca. Te...