Me
gustan los helados, hay muchos tipos.
Los hay
primaverales y de otoño,
los hay
para el invierno y por supuesto
para el
verano. Es que hay cuatro estaciones.
Entiendo
a los que dicen los helados están fríos
y
hay que comerlos con calor, son para refrescarse.
Los
entiendo. No lo han pensado bien.
Se
quedan del helado con la temperatura.
El
nombre les engaña: helado. ¿Y qué?
Tratan
a los helados como medicamentos.
Será
que están enfermos. Pero no. Los helados son
alimentos.
Tenemos hambre todo el año.
También
podemos tener sed.
En
invierno un buen helado de limón te arregla el día
si
te has comido una fabada por ejemplo,
o
un chuletón. Casi mejor que en el verano
salido
de la playa. Ahí quieres beber agua
y
ya después si eso, algo de azúcar,
cuando
te da el bajón después de tanto sol
y
tanto abuso de brazada. Uno de chocolate,
directamente,
sin miramientos.
O
en mayo uno de melocotón,
cuando
empieza el melocotonero
a
resucitar a la polilla oriental,
al
pájaro frutero,
al
ser humano gordo, aún navideño.
En
primavera.
Y
en el otoño. Otoño mango. Es
temporada.
Los
hay que hasta el verano nada. Como es helado...
se
pierden muchos momentos de todo el resto del año.
No
entienden al helado.
Renuncian
al helado más sutil. No captan
la
comunicación con el helado. El mensaje.
La
elasticidad del tiempo, no el ambiental,
el
tiempo tiempo.
Tengo
calor, un helado. Hasta ahí.
Te
dan lecciones de sabores a menos cuatro grados.
Y
dale. Ya lo sé. Pero no digo nada.
Me
como un helado el veinticuatro de febrero.
Por
san Sergio.
Solo.
Como
se comen los helados.
Estáis
tú y el heladero.
Como
se lee un libro.
Me
gustan los libros, hay muchos tipos.
Y
así todo.