llamando a las palabras
Si el político
despliega su panoplia de argumentos
ante el público,
responde unas preguntas pactadas de antemano,
explica el rumbo incierto de la economía,
pide el voto en pie sobre unas ruinas,
resume la desgracia ajena en dos palabras
mientras busca su grial en el desagüe
de los caudales colectivos,
campa ostentoso ante la imagen musitada de las víctimas
de su gestión,
y usa armas robadas para hacerlo:
voz
potente y clara,
sonrisa,
mirada
concentrada en un punto
que para él es imaginario
porque vive oculto
bajo la piel del verdadero SLAM,
¿por qué tú no?
Si el sacerdote
suelta las riendas de sus admoniciones desde el púlpito
sitúa tras un altar sus errores y defectos
parapeta su ignorancia en un ambón
sobre el cual lee la Palabra,
con mayúscula,
como si la palabra de verdad fuera minúscula,
se arma de liturgia y tradición
micrófono en mano
en locales eternos de resonancia amplia,
aconseja como un hábito asumiendo
que el hábito de aconsejar le hace sabio
y bueno
y experimentado,
y sigue, domingo tras domingo, predicando,
señalando con el dedo el horizonte para no ir nunca,
para que no vayamos,
marcando con su pluma la línea que separa
el mar del cielo
llamando pecado al oleaje,
virtud a la tormenta,
crucificando trozos de madera,
y en vez de una casulla usa una piel,
la del SLAM auténtico, desnudo,
sincero,
¿por qué tú no?
Tú, que no quieres herir a nadie,
que crees que la verdad es simple
y que admites que quizás estás equivocado
aunque sabes
que cuando amas no te equivocas,
que cuando sufres no te equivocas,
que cuando ríes o lloras, abrazas
o estrechas una mano
no te equivocas,
que no te equivocas cuando miras a los ojos,
cuando trabajas,
cuando descansas,
cuando sueñas,
que muchas veces te equivocas
cuando callas...
Sí, hay una piel
real aquí,
tu piel, mi piel.
La piel del que está lleno de palabras sin decir,
la piel del que escucha las palabras
habituado a que unos siempre hablan
y otros siempre callan,
una piel tensa como un tambor
que lleva dentro el ritmo y el redoble de lo real,
del verdadero SLAM,
de la palabra hablada y escuchada,
de la palabra más sincera
dicha en voz alta
aquí, no a oscuras en nuestras casas,
ensanchando nuestras casas hasta donde alcanza su sonido.
Yo llamo a la palestra a los slammers apagados,
silenciosos,
a los slammers que no saben que lo son,
a los que no se creen dignos de pisar un escenario,
a los que no airean en público su miedo interno,
a todos los slammers ocultos
bajo la capa negra del silencio,
yo tiro de la manta y os descubro
vivos, latentes,
rumiando el ruido de todas las palabras,
oyéndolas, sin escucharlas entre el aire.
Hay que mover el aire,
hay que hacer viento,
hay que resucitar el gusto por la sinceridad.
Empiezo así,
llamando a las palabras,
sentándome, sin miedo,
para escuchar.
polvo eres
Mato plantas y animales
hallo oculta podredumbre de la tierra
y la esparzo por el aire,
disuelvo piedras, quemo árboles,
quiero que todos los humanos sean iguales.
Que la nada se confunda con el todo.
Que la luz pase de largo.
Alguien, nadie...
yo, no yo...
hallo oculta podredumbre de la tierra
y la esparzo por el aire,
disuelvo piedras, quemo árboles,
quiero que todos los humanos sean iguales.
Que la nada se confunda con el todo.
Que la luz pase de largo.
Alguien, nadie...
yo, no yo...
Madrid a cara o cruz
La vieja compungida
habrá hecho la cama y, sin ducharse,
con la bata de verano,
baja a la calle,
va a la compra.
Pide un café en el bar de la esquina
y en voz baja un anís
para endulzar ese sabor tan plano
de la leche, del café, del día,
de la vida.
Antes de ir al mercado
se toma otro chupito
y llega
disimuladamente
hasta un extremo de la barra.
Paga el café y lo demás
con los cincuenta euros que le quedan
y así se olvida
de su difunto marido
y de sus hijos
que nunca la visitan
y del recibo de la luz,
y de la compra,
y de las dos semanas sin dinero
si no le toca el premio
de la máquina.
Y se zambulle en ella,
y ve la luz del cielo
en sus bombillas
y oye la música
de la Esperanza.
Y dobla una y otra vez su premio
hasta que no le queda nada
y dice adiós al camarero sin mirarle
y sale
y tiene un zumbido en la cabeza
y se arrepiente
y repasa lo que hay en la nevera
e inventa un libro de recetas
con dos cebollas
tres kilos de patatas
siete huevos,
una botella de ginebra;
mientras regresa
con la cartera vacía
y la tristeza llena.
Se cruza, pero no se da cuenta,
con otra vieja
que sale de su casa sonriente,
oliendo a lujo y a facturas pagadas,
a seriedad y a autosuficiencia.
creyéndose mejor
sintiendo lástima
por las que pierden su pensión
por las ranuras
de las alcantarillas.
Ella, que gana varios sueldos,
ella, que no ha apostado su dinero en la vida,
ella que juega con ciudades
como si fueran fichas de un casino,
con personas como si fueran dados,
consigo misma
como si fuera Alicia
en el país de las Maravillas.
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Son cosinas,
Tréboles
Recién llegado a hoy. Televisión. Futuro.
Recién llegado a hoy
El agua que sale del grifo de la ducha
no se calienta en función
de si me meto en la bañera o no.
Es un proceso ciego.
Steve Jobs aún no ha metido mano
en esto.
Nos
desvanecemos.
Algo falla en las cunetas.
Tal vez podría parar el coche,
verificar la existencia de esa
hierba difusa.
Se ha hecho difícil creer
que esa cinta verde
que veo por la ventanilla
sea un conjunto de vidas que nada saben del progreso.
Televisión
La televisión emite unas imágenes:
el presidente (negro) de Estados Unidos.
La canciller alemana.
El presidente del Gobierno del Reino de España.
El que habla mi idioma es español.
No entiendo a ninguno.
Futuro
En el futuro la ropa será diferente,
la comida sintética,
habrá otras normas de circulación.
Llevamos siglos en la era del dinero
y aún durará mil años.
Se igualan las fuerzas entre los que quieren superarlo
y aquéllos que luchan para volver al trueque.
Mientras tanto yo trabajo para ahorrar unas monedas,
tal vez pueda adquirir algo de la capacidad de equivocarme
que cambié por ser mayor.
Días de perros
Perros que ladran en mis amaneceres
como si se volvieran locos
como si devorasen a sus amos
como si así se liberaran de un suicida
que se hace el sordo
que no oye el ruido espeso
de aviones infrasónicos acercándose
para bombardear nuestro futuro.
Perros que ladran en mis amaneceres
porque no entienden que no oímos
por qué ponemos aire en sus pulmones cuando el futuro es gas
para qué hablamos con personas que morirán mañana
si no nos despedimos,
qué es ese adorno en círculo
de todas las paredes
en que creemos tener el tiempo preso
si el tiempo es línea recta.
Perros que ladran en mis amaneceres
sin entender a una especie que les da medicamentos, techo,
huesos de goma,
que no distingue el desastre, aunque sea un huracán
a medio metro,
un terremoto transmitiéndose
de roca en roca hacia arriba
bajo el suelo enmoquetado;
o la muerte, sencilla como es,
dibujando cruces blancas
en sus puertas de madera.
Una especie que solo comprende el rayo
o el diluvio o los lunes de septiembre.
Oigo ladrar mis perros en mis amaneceres,
eco del rechinar de dientes, del crujir
de articulaciones y siento
la sangre espesa circulando por mis venas doloridas.
Recuerdo en sueños la soledad de una madre imaginaria,
pero real, tejiendo o cocinando
los hilos e ingredientes del silencio.
Despierto en el pajar en el que los cuatro jinetes
guardan sus cabalgaduras, oigo ladrar los perros
en el amanecer del día que acabará con todo
y no hago nada, no me muevo, finjo
que soy un niño aún,
como si aún mis párpados fueran de acero.
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