¿Te
acuerdas, Juan Carlos, cuando lo de tu hermano?
Tú
apenas hablabas castellano y yo,
bueno,
yo no había nacido.
Pero
estábamos unidos ya, Juan Carlos,
éramos
una unidad de destino en lo universal ¿O no?
Tú
y yo, Juan Carlos, hemos vivido de todo.
Entre
los dos apuramos la precariedad
y
el lujo, el paro y el ocio, la crisis
y
la oportunidad.
¿Qué
importa el reparto, somos pedazos de lo mismo.
Y
a lo mismo volveremos cuando los dos muramos.
Yo
aquí y tú allí, para estar bien repartidos.
Al
fin, ¿qué importa la vida, acaso no es un breve periodo
que
dona sentido a la eternidad?
Ahora
que difuminas tu figura para que te brille el rostro campechano en
las monedas,
ahora
que ni huyes ni te exilias, sino que te vas, oh, taimado caimán,
hay
que quitarse el sombrero. Lo has vuelto a hacer, y ha costado:
naciste
en Italia y al África ofrecerás tu orto,
oh,
soberano, para ti un merecido nací en el Mediterráneo.
Yo,
mientras tanto, en España, manteniendo tirante la piel del último
toro.
Bajo
el sol, saludando descubierto y prorrumpiendo un viral,
¡Viva
España y muchas gracias, Majestá!