Aproximación al soneto.
Problema básico de los poetas clásicos
es su creencia en la existencia eterna
y aunque aún viven, cantando en el Parnaso,
cierto es que los que ellos fueron no se enteran.
Raro es el hombre, aun el ingenioso,
que acierta siempre en la verdad de lleno,
y si se acerca resulta engañoso,
porque a su fallo lo denomina acierto.
Fraile ni Santo, Boscán ni Garcilaso
pudo con éxito cruzar el infinito
quien más lo busca halla antes el fracaso.
Los que hoy recitan a los poetas míticos
rastrean en ellos las huellas de sus pasos.
Más que su inspiración husmean su oxígeno.
Bastaría la palabra.
Te amo hoy,
por lo tanto no utilizaré
palabras como tul en mi declaración
de amor, que no sé qué significan,
aunque las respeto tanto como a otras
de uso más común,
como luz, como azúcar,
como tú,
como autobús.
Y no creo que lo que tengo que explicar
haya cambiado con el paso de los años,
ni siquiera de los siglos.
Porque este amor que yo siento
hoy
no es diferente de otros
y, si solo fuera para dar cuenta de él,
bastaría la palabra.
Como cuando, sin entrar en los detalles,
se dice mar, y todo el mundo sabe lo que es,
pese a que el mar no sea nunca igual,
pese a que haya más de uno,
pese a que se lo suele mencionar desde la tierra,
de oídas, sin conocerlo a fondo,
o quizá por eso.
Y en esa inexactitud se asemejan sobre todo mar y amor.
Te amo hoy,
y puedo ir por la calle pregonándolo,
porque eres la única persona que me hace olvidar que mi teléfono
no es un ser vivo, que su altavoz no es tu amado oído,
de forma que tengo que contenerme para no besarlo en los portales,
de forma que sonrío entre la multitud malhumorada
en el metro, en la calle, en el supermercado;
en casa, mientras mi compañero de piso trata de trabajar
con su portátil,
con lo triste que es ya de por sí
trabajar en vez de ver la tele; para algunos,
no para mí, que vivo en el amor amortiguante
y todo me parece enamorante.
Te amo hoy,
lo que conlleva una dosis de cinismo,
porque pienso que es difícil encontrar a una persona
con la que se pueda hablar durante horas
sin decir realmente nada,
que además coincida en el tiempo y en el espacio
urbanístico con uno,
y que no sea pobre ni rica,
ni viaje mucho,
ni tenga novio,
ni tenga novia,
ni quiera estar contigo “para algo”, entre comillas,
ni sea posesiva,
ni esté chiflada con violencia,
ni tenga ya dos hijos, exmarido
e hipoteca, nada mío.
(Tampoco todo).
Es tan difícil, que uno se enamora del amor,
más que de la persona. Más que de una elección
se trata de lo que queda.
Si queda algo
es amor hasta los tuétanos,
que son la sustancia interior
de los huesos, con la que hoy, con azúcar,
se sintetizan las gominolas.
Declaración:
Mi amor es una gominola azul,
como tu pupila,
y tú hablando por teléfono conmigo desde el autobús nocturno.
La luz se ha ido.
Intermitencia.
Hoy me acuesto pronto y me dormiré al instante.
De entre los ruidos del rumor de la ciudad atenderé a uno solo
por monótono.
El del motor de coches, o neumáticos sobre el asfalto;
o el de vecinos en la tierna última charla de la noche.
Descansa mi conciencia como el tronco de un árbol abatido,
como el agua en el fondo de un estanque,
nunca pienso en esa hora qué ha pasado o va a llegar, y sin embargo
es solo al despertar cuando reposa el masetero,
como si hubiese odio entre mandíbulas, como
si la nocturnidad fuese un veneno,
como si mi cráneo asumiese, en mis ausencias negras
que no va a besarte nunca más,
y que las puertas que no han de abrirse han de cerrarse con violencia.
Crujen los goznes de mi vida, nace el día,
y cada amanecer simula el final de una condena,
pero al ser tú oscura, muerte, amor, noche, la carcelera,
la luz solo asegura su intermitencia.
Es el otoño.
Tim Noble y Sue Webster, 1998
Temo que me interpreten
(Yo no lloro, es el otoño,
tras los cristales.)
mal, y lo hacen.
Miran mi rostro como si fuesen geólogos
buscando fallas y pliegues,
(No son suspiros, es viento.)
o minerales valiosos.
Buscan oro donde hay sueño,
(Son las hojas de los árboles,
no recuerdos.)
plomo, donde hay huellas de animales
aéreos, sonrisas
donde desprecio. (Es frío,
no desaliento).
Y en mi silencio hay fuego.
El eco que vuelve a ningún sitio.
Parting is all we know of heaven,
And all we need of hell.
Emily Dickinson
And all we need of hell.
Emily Dickinson
Sabía lo que hacía cuando te quise,
me rendí porque ansiaba tu gobierno.
Fueron años felices, luminosos,
y venenosos, sí, aunque su veneno era secreto.
De amor solo soy la palabra,
el eco que vuelve a ningún sitio,
solo soy la palabra,
la Primavera inservible de la Luna.
Mi camino sin ti no sabría recordarlo,
la memoria es un simple utensilio para revivir,
he estado muerto, solo soy la palabra,
hoy te quiero igual que entonces te quería.
Soy un eco que vuelve a ningún sitio.
Tú no eras como yo, ni como nadie,
te amaba de la forma en que aún te amo:
entonces por amarme, por haberme amado, ahora.
De amor solo soy la palabra,
el eco que vuelve a ningún sitio,
solo soy la palabra,
la Primavera inservible de la Luna.
Sabía lo que hacía cuando te quise.
Sé que lo sabía y sé
lo que hago.
Soy la palabra, la Primavera inservible de la Luna.
Tal vez.
Tal vez no fueron tantas veces
las que escuché aquella música
durante aquella época,
pero veo tus ojos mirarme y llorar de alegría cuando la oigo...
¿o quizá son mis lágrimas?
Veo tus oídos oírla,
veo tus labios cantar, tu sonrisa, tu cuerpo
moverse al compás,
veo tu piel con el vello erizado...
¿o quizás es la mía?
Te veo a ti en el pasado.
Tú ponías esa música
y pasaba como agua,
atravesaba mi alma, como una tela blanca,
que filtraba su tiempo,
que dejaba en el alma el sedimento,
de palabras, de besos, de rasgos,
de gestos...
la música se está siempre yendo,
pero sabe volver,
recuerda el camino a través de la tela
y la inunda, y diluye en el aire otra vez
los recuerdos.
Flotas tú en la música
y la cantas alegre
y tus ojos me miran,
y tu piel se estremece, tu sonrisa...
o quizá, aunque tuyos, mis recuerdos son yo.
las que escuché aquella música
durante aquella época,
pero veo tus ojos mirarme y llorar de alegría cuando la oigo...
¿o quizá son mis lágrimas?
Veo tus oídos oírla,
veo tus labios cantar, tu sonrisa, tu cuerpo
moverse al compás,
veo tu piel con el vello erizado...
¿o quizás es la mía?
Te veo a ti en el pasado.
Tú ponías esa música
y pasaba como agua,
atravesaba mi alma, como una tela blanca,
que filtraba su tiempo,
que dejaba en el alma el sedimento,
de palabras, de besos, de rasgos,
de gestos...
la música se está siempre yendo,
pero sabe volver,
recuerda el camino a través de la tela
y la inunda, y diluye en el aire otra vez
los recuerdos.
Flotas tú en la música
y la cantas alegre
y tus ojos me miran,
y tu piel se estremece, tu sonrisa...
o quizá, aunque tuyos, mis recuerdos son yo.
Teogonía.
Viendo cómo trata la entropía
de terminar con mi orden
me pregunto únicamente
cómo habré llegado a aparecer.
Qué poder supremo me ha generado
contrario a ella, ya que si alguien me ha creado,
aún, y tardaré, no le he dado las gracias.
Soy un pagano, que se deja impresionar
por el funcionamiento de las cosas
antes de por que existan.
Si fuese un animal estaría muerto.
Me imagino a un cocodrilo extático
ante la belleza silenciosa del antílope,
o a un cervatillo oliendo flores
en la sabana, me imagino un pez espada
tocándose las narices, en vez de hacer
lo que se suponga que hagan.
Cuando mi tren se detiene en la estación de Atocha
me pregunto a dónde irá tanta gente,
si no sería más sencillo llegar a un acuerdo
para no cambiarse el sitio cada mañana.
Un ser superior nos ordena viajar
como arenas de Chladni. Y viajamos.
El viento nos desordena cada tarde.
La vida es bellísima desde ese punto de vista,
aunque creo que hablar de moral,
del bien y del mal, del pecado,
de lo apolíneo
y de lo dionisiaco
es de frikis.
Recuerdo.
La mosca, enorme, zumba a mi alrededor.
Hoy, en otra vuelta al sol, ocurrió algo;
en otra vida.
Susurra junto a mis oídos
su zumbido estúpido, uniforme, como un aviso,
como un nudo en un pañuelo: inútil.
Ruido. Golpes contra el cristal
cerrado, mentiroso.
Tengo calor, de pronto.
Recuerdo el sol de otoño ese año,
la luz blanca, como una espada en los ojos,
el dolor de la hierba agostada.
La ventana se abre,
la mosca sale.
Hoy, en otra vuelta al sol, ocurrió algo;
en otra vida.
Susurra junto a mis oídos
su zumbido estúpido, uniforme, como un aviso,
como un nudo en un pañuelo: inútil.
Ruido. Golpes contra el cristal
cerrado, mentiroso.
Tengo calor, de pronto.
Recuerdo el sol de otoño ese año,
la luz blanca, como una espada en los ojos,
el dolor de la hierba agostada.
La ventana se abre,
la mosca sale.
El sueño de nadie bajo tantos párpados.
Rose, oh reiner Widerspruch, Lust,
Niemandes Schlaf zu sein unter soviel
Lidern.
Rosa, oh contradicción pura, placer,
ser el sueño de nadie bajo tantos
párpados.
Leo a Rilke, o a Emily Dickinson,
y entiendo que la poesía ha de empaparte.
Que, como persona debes ser frágil y pálida,
tener la determinación insana
de convertir tu sangre en tinta,
y tu sudor; de que los demás
desadhieran apenas surgen de tu piel
tus poemas
como quien cambia las vendas a un leproso,
con la enfermedad supurada intacta y venenosa aún.
Que has de explicar todas tus lágrimas,
alineándolas con mimo de entomólogo,
cubriéndolas con un barniz
que las preserve del sol y del olvido
y lloren siempre, así, como si hubiesen caído de los ojos,
diferentes, que las ven, tiempo más tarde.
Cierro el libro y pienso
que yo no sé vivir de esa manera,
y que quizá no me compensaría de las pérdidas.
Que yo quiero vivir pisando el suelo,
que aprecio demasiado el sexo y la comida,
que necesito el sol,
que amo el olvido.
Que prefiero leer a Emily Dickinson
-ella siempre vistió de blanco, como el papel sin ella-
que ser Emily Dickinson,
prefiero leer a Rilke que ser Rilke,
con su vida romántica de poeta.
Y después pienso que pienso tonterías
y que ellos no eran quienes yo creo que fueron,
y que escribían en los márgenes de su existencia,
como todo el mundo hace.
Y abro el libro y leo, tiempo más tarde.
Y punto.
Malditos todos los músicos que no son Barbra Streisand
porque son ¿hay que decirlo? usurpadores
de la escena, advenedizos,
sinvergüenzas.
Porque son unos intrusos
todos los músicos
que no son ¿hay que decirlo?
Barbra Streisand,
malditos.
A callar.
Malditos todos los músicos,
que no saben tocar y tocan
(la mayoría), malditos
todos los que tocan por tocar.
Malditos los que no tocan
y hablan sobre los demás
y los que, toquen o no,
hablan de lo que tocan,
por mal que toquen, que es mucho, los demás.
Malditos todos los músicos,
incluido yo.
Incluido yo.
Malditos absolutamente todos
los cantantes, de entre los músicos,
porque no sabe cantar ninguno.
Los que tienen voz son malos músicos,
y un buen músico no cantaría
porque es absurdo
usar la voz siendo músico.
A no ser, no hay que decirlo, que seas,
(y vale tanto para los cantantes,
como para los músicos,
como para los malditos,
incluido yo,
incluido yo, yo
incluido),
Barbra Streisand.
Y punto.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
diamante o párpado
Acaso el preciosismo en la poesía dependa de la joya en la mirada: si es un diamante o un párpado, es decir, si multiplica u opaca. Te...
-
Por favor, si desea obtener poesía de este poema continúe leyendo. Continúe leyendo por este poema. Continúe leyendo por est...
-
No sé si los patos parpadean. Yo parpadeo, tú parpadeas, él parpadea, pero no sé si los patos parpadean. Parpan seguro, los he oído, pero no...