Dicen que un poeta ha de haber leído,
que un poeta es como una antena parabólica de sueños
de emociones
y de belleza;
que un poeta no pisa el suelo nunca, va por el aire
porque flota, ligero como un átomo de oxígeno,
pero también hoja de árbol, pluma de gaviota,
beso hacia barco que zarpa entre brumas…
y que un poeta se cuela como la brisa
entre los labios de azúcar de los lirios
entre el cabello ondulante
de las ninfas;
entre el valor y la furia,
el miedo y el llanto,
dicen.
Yo he querido ser uno de ellos.
Creía de niño que me iba a estallar el tórax,
sentí en mi instinto el aroma de la tierra
antes de la tormenta, en mis nervios
antes de la tormenta, en mis nervios
su tensión eléctrica,
en el estómago su voltaico vacío,
preludio del rayo de la palabra.
preludio del rayo de la palabra.
No flotaba,
me arrastraba bajo el peso de un abismo,
tronco de árbol enraizado,
gaviota empapada de lluvia,
ala salvaje en cielos de plomo.
No. Yo no flotaba.
Suspiro lleno de sólido,
vacío de aire y de brisa y luz
entre los labios de azúcar
entre el cabello ondulante y lejano.
Poeta,
cómo ser otra cosa.
cómo ser otra cosa.
Qué medio para abolir el mundo y seguir en él
preso del tiempo.
Cerré los párpados.
Me deslumbró una ráfaga
de silencio, y no había nadie.
de silencio, y no había nadie.
Y de la nada se desprendió una nada
memorable.
memorable.