He leído miles de libros sobre lo mismo.



He leído miles de libros sobre lo mismo.
Salen dos niños.
Los niños juegan.
Sale una niña,
besa a uno,
luego se pegan.
He leído miles de libros sobre lo mismo.


Sale una niña,
luego se pegan.


Sale una niña,
elige a uno,
el otro escribe
una novela.


He leído miles de libros sobre lo mismo.


La niña juega.
Salen más niños,
salen más niñas,
hay más peleas,
hay más novelas.


He leído miles de libros sobre lo mismo.


Salen dos niños,
los niños juegan,
ahí no hay novelas,
nadie pelea;
no salen niños.


Sale una niña,
elige a uno,
he leído miles de libros sobre lo mismo,
luego se pegan.

Siguen y seguirán.



Mientras un poeta habla

poéticamente

hay un montón de mentes escapando

como las cucarachas, como peces.

Hay un montón de ojos en silencio,

oídos en blanco.


Hay durante el parlamento

anfibios del lenguaje al descubierto.

Y entre los dientes de las sonrisas, preso,

hay desprecio.


Pero siguen y seguirán hablando

los poetas.


Y hablan y hablarán

poéticamente.

Frenesí.



TE BESÉ, pero quería comerte.
Quería morderte la cara.
Masticar tus ojos,
tus pómulos,
tus pestañas.
Beber tu sangre, tu saliva,
tus lágrimas.


Te amo tanto
que te acabarías enseguida.
Por eso hablo contigo,
te llevo al cine y conozco
a tu familia,
a tus amigos.
Por eso solo,
solo por eso,
te beso.

Exhumación poética.



Me paso a la patata como hipótesis
poética de trabajo.
Me paso a ella porque la amo.
Porque empapa en mis entrañas
todo lo que hay en mí de bueno.
Porque rara vez no se ha dejado masticar,
porque en noches de luz amarilla
ha sido una amiga desinteresada,
porque se vista como se vista
está buena.
Y la hago puré
con mi parloteo y no dice nada.
Al amarla no creo hacer nada malo,
nada que los demás no hagan en la sordidez de sus madrigueras.
Solo que yo lo llevo gala.
Como con ella a plena luz del día:

me sobran huevos.

Francisco Sánchez.



Paco,
nervio ciático.
Traje azul
marino
diplomático.
Ácrata corbata sobre fondo blanco.
Consistorial passepartout.
Cráneo previlegiado
(e hígado).
Divino
abogado
avilesino.

Ya casi no me afecta.



El miedo de no saber
ni tan siquiera cuáles
son las preguntas menos insignificantes.
De que lo que me ocupa,
lo que hace que cada mañana
me duelan las mandíbulas por masticar mis dientes
no sea lo que me importará cuando no tenga tiempo
ni tan siquiera
que masticar.
Que nada importe,
ni tan siquiera nada.
Que salga por la puerta como un rayo de luz
y no ilumine a nadie.
Que mi letra debería ser soluble en agua dulce
y fría, no en lágrimas,
ni tan siquiera suyas,
y más pequeña.

Letra para una zamba.


(Primera)


Entre el hambre y el absurdo
algunos
hallamos la pena.
La hallamos buscando mucho.
Pero hay quien dice que quien busca mucho encuentra.
Si esto es verdad, la vida solo es hambre
y absurdo.
Como el día y la noche domésticos del hombre,
o como los universos cerrados.
O como el futuro
y el pasado.
Y yo aprecio la belleza de las llamas, su calor,
aunque se quema mi casa.

O quizá no respiraba.



Ya basta de palabrería.
Yo busco el alero de un tejado
al menos, para la lluvia.
Un trozo de pan
o unos calcetines secos,
y mientras tenso mis trampas de ratón
en el desván
las mujeres me olvidan,
los hombres extravían mi teléfono.

Hoy al despertar he descubierto
que habían pintado un grafitti sobre mi cuerpo dormido
sin percatarse de mi respiración
o quizá no respiraba.
En dos colores habían trazado sobre mi cara otra.
Sobre mis manos otras.
Al levantarme pude ver claramente de reojo en la pared
la silueta impoluta de un camaleón
y quise no ser yo.
Pero es que hoy hay tanto tráfico otra vez
que no he tenido tiempo de desayunar
antes de irme de casa
ni de mirarme al espejo.

Eones, meses, patatas.


Marzo ha pasado ante los ojos
de mis patatas. Pronto
dejará de estar presente,
engrosará el pasado, como todo lo demás.

Curiosa manera de inventarse un porvenir, el hombre,
el calendario, con sus meses.
Como si pudiera acotar el tiempo.
-Meses, qué será eso-
se pregunta Cronos, y se sujeta el vientre
temeroso por los puntos aún después
de tanta convalecencia elíptica.

De hecho a él, como a todos los dioses,
le parece que la rueda empezó a girar ayer,
porque siempre que la mira olvida que ya la ha visto en esa misma posición,
así soportan ellos la inmortalidad,
y por eso nosotros no.

Nosotros creemos verla distinta cada vez:
los padres, los hijos, las emociones,
las palabras, siempre distintas, pese a ser iguales.
Como los hamsters, trotando en la de su jaula.

Y sin embargo no me he comido las patatas
y parecen árboles otoñales.

Agróstico.



Parto de la base
absurda de que todo
tiene una,
a pesar de que tendría
tantas dudas
a mi alcance.

Elegía del escorbuto.



Si cada letra valiese una cebolla
valdría la pena.


Si cada palabra un guacamole,
cada frase una tortilla,
cada estrofa un estofado.


Pero como se ha demostrado, escribir
no mitiga en absoluto
la anemia de los poetas,
los poemas no se comen,
ni siquiera sirven ya para ligarse a una tía.


Tengo hambre de tu cuerpo
y mucha sed de tus besos;
dije yo aquella vez, y lo mantengo,
pero de amor no se muere,
ni se vive de poesía.


¡Oh, patatas, poèmes de terre,
os echo tanto de menos!

diamante o párpado

Acaso  el preciosismo  en la poesía   dependa  de la joya en la mirada: si es un diamante o un párpado,  es decir, si multiplica u opaca. Te...