Reviso mis armarios


a Euridize

Reviso mis armarios,
mis muebles, mis alfombras;
meticulosamente hurgo
en los desagües,
pongo a la luz mi ropa,
paso la aspiradora,
friego el baño.

Te irás y tus cabellos ignorantes
me seguirán hablando
y cada hallazgo de ellos
será como un destello de la esperanza rota.

No, mi amor...


No te amo como las señales de tráfico,
durante un trecho,
ni como los guardias urbanos, en un cruce,
o en una emergencia.
No te amo como los árboles plantados junto a la carretera.
Como los pájaros
que la cruzan, planeando.
No, mi amor es de asfalto
y está ahí también cuando tú no lo transitas.
Permanece en la tormenta, en la noche,
en el fulgor fundente del cénit,
en el olvido, inocente o no, de los GPS`s.
Y sobre él circulo yo hacia ti,
sin baches, sin lamentar las curvas,
con la paciencia de saberme en el único camino
que se extiende hasta mí desde el futuro.

Veintinueves Eses.



La libertad es un supuesto incuestionable.
I. Kant




Ser un niño es
como ser capitán de tu barco
y surcar con tu proa tu mar,
y tu viento escuchar
cuando hinche tus velas,
ser un niño es
tu niñez navegar.

Y por eso los niños
no precisan timón, rosa de los vientos,
conocer las estrellas
ni trazar una carta de navegación.

Pero llega la edad que desata tormentas
y ni el agua ni el viento obedecen
y los niños aprenden,
con el sol y la sal,
que la vida o se cuida o se pierde,
y que no hay rebeldía como no naufragar.

Para eso los hombres han medido este mundo,
inventaron la brújula, el reloj, el compás,
y aún estudian el cielo, la frecuencia del viento
y un timón bajo el mar determina su rumbo.

Aún así, cuando el mar está en calma
y se ve el horizonte sujetar las estrellas
cuando el viento amaina y la luna está llena
es la infancia en el hombre la que explica el motivo
de haber elegido una dirección.

Ser un hombre es
como ser capitán de tu barco
y surcar con tu proa la mar,
y el viento escuchar
cuando hinche tus velas,
ser un hombre es
tu niñez navegar.

Por qué (de la victoria sobre el morir)


a Euridize


Porque la tristeza es vida y la muerte es la prueba de la vida,
la tristeza es muerte viva y la muerte vida muerta.

Yo
te quiero cerca,
aunque portes la guadaña de mis sueños,
aunque hinches mi hojarasca melancólica para que arda
incontrolada y se convierta
en humo de ira y en ceniza de tristeza.
Porque amo tu presencia
y tu ausencia me vacía,
como sé que el oxígeno me quema
y lo respiro,
que la vida se termina, que el amor
muere muriendo
o matando;
porque he aprendido con el tiempo qué es peor.

Preciosas.


Lo cierto, lamento decirlo,
pero no sería un poeta si callase
o si mintiera, o si ocultara la verdad
detrás de metáforas opacas,
es que te amo y no sé por qué,
y es que estoy reconociendo en tu ausencia
todos los ingredientes de esa magia
que siempre termina por volverse magia negra.

Y el vacío, la soledad, es uno de ellos
y es independiente de tu rostro,
de tu persona, de mis recuerdos.
Es mi vacío el que me duele.

Los poetas deberían ser humanos
y retratarlo todo.

Otro ingrediente son tus tetas.
Pensar en ellas me entristece,
lamento decirlo si molesta, pero es cierto,
y no es menos poético.
Las recuerdo más perfectas aún de lo que eran,
de lo que son, que es peor,
pues existen, todavía, en mi ausencia.
Las he visto algunas veces,
las admiraré siempre.
Una vida entera sintiéndome como si acabaran de robarme la cartera.

Es solo otro ingrediente, pero tan verdadero
como lo es la nostalgia, o la melancolía,
como la soledad, como la primavera
(inservible, selenita) o como el fin
de todo tiempo.

Euridice.


Duerme, y sé que la pierdo entre sus sueños
sé que está ahí, sé que nunca estará más cerca,
que en el futuro nos olvidaremos el uno del otro.
Sin embargo aún la veo y mis ojos no lo admiten,
la toco, y mis manos no lo admiten,
hablo con ella y no admito que cada respuesta es
predicha, automática.
Es mi planeta Solaris,
porque la repetición es muerte,
porque la imitación de la vida
es muerte.
La muerte de lo que creía inmortal se eterniza.
El tiempo camina sin compadecerse.

La defensa es la huida, es el egoísmo,
el olvido, mi amor,
en la despedida.

Dos cuerpos.


Dos cuerpos yacen
separados
sobre un mismo lecho.
Entre ellos, nada más que sábanas
y aire.
Él tiene los ojos abiertos,
ella finge dormir,
a veces, sin hablar,
se ponen de acuerdo
y el sueño cambia de rostro.

Toda la noche se deleita con su compañía
toda la oscuridad con su incandescencia
todo el silencio con sus pensamientos.
El tiempo, sin embargo, no se percata.

diamante o párpado

Acaso  el preciosismo  en la poesía   dependa  de la joya en la mirada: si es un diamante o un párpado,  es decir, si multiplica u opaca. Te...