Te llamas Sara.
a S. P. G.
Bajo el agua, en silencio, dormías, Sara,
en un universo sin noción de lo grande y lo pequeño.
A salvo de la luz y con los párpados aún cerrados,
oyendo sin saberlo un corazón,
desde el momento mismo en que tus oídos se formaron.
Y a tu alrededor tu madre, Sara, y tu padre,
entre las batas blancas de los médicos.
Y un miedo como tú, creciendo,
como para los hombres crece el tiempo desde que nacen
hasta que mueren,
pero ese tiempo del miedo era una cuenta atrás
hasta tu nacimiento.
Y simultáneamente corría hacia delante
y crecía como el tiempo de tus padres,
que estaban ya fuera del agua,
entre las batas blancas, con sus párpados abiertos
de par en par.
Te llamas Sara, pero podrías llamarte Esperanza.
No tienes que comprenderlo.
Vive y danos sabor al aire,
sabor al agua, sabor a la luz del Sol.
No tienes que comprenderlo. Vive.
Te llamas Sara,
pero podrías llamarte Esperanza.
Pluma periodista.
Si me pagaran por escribir versos sobre Cristiano Ronaldo
los escribiría encantado.
Porque es como Amadís de Gaula,
como el Cid,
como Tirante el Blanco.
Paladín de los maricas
y de las adolescentes;
el héroe de los macarras,
de los forofos del fútbol,
de las jóvenes promesas;
de portugueses
y portuguesas.
Si me pagaran por escribir
en su favor...
¡ay! si
me pagaran.
Escribiría los versos más bonitos
esa noche.
Lo haría encantado.
Loaría su sonrisa,
su estilismo, su calzado.
Hasta su bisutería.
Y lo defendería frente a sus adversarios.
¿Quién es Kakà?
La misma palabra lo dice,
su vulgar antagonista,
su colonia de ultramar
evangelista.
Cuando Cristiano Ronaldo
se ve empujado a probar su santidad,
la pone a prueba en un bar.
Y si alguna vez no la prueba
es que es humano.
No es difícil no gastar,
lo difícil es ahorrar
siendo un hortera
millonario.
Y Raúl, no es más que un simple futbolista.
¡Ay!, si me pagaran
yo sería su cronista.
Pero no me pagan nada
porque hay muchos voluntarios,
mucha pluma periodista.
La poesía no es la solución...
La poesía no es la solución,
la droga no es la solución,
la muerte no es la solución.
La solución no es la solución.
Una censura llamada amor.
Todo el mundo parece tener novia en el verano
menos yo.
menos yo.
Camino como un turista ávido
de ojos y de labios, y de pechos
y de vientres femeninos;
voy, calle arriba, calle abajo,
de monumento en monumento.
de monumento en monumento.
No es solo la lujuria, ni el calor,
ni la moda de lucir marmóreos muslos.
Es más la búsqueda de una respuesta a las eternas preguntas:
¿Qué tienen ellos? ¿Por qué yo no?
Y luego pienso en todo
lo que hay que hacer y que decir,
y en todo lo que no hay que hacer,
ni que decir, tampoco,
en lo que no hay siquiera que pensar,
o que dejar traslucir en la mirada.
Y pienso en que aún así,
no acabaría la lujuria ni el calor,
ni los marmóreos muslos,
comenzaría solamente una censura
llamada amor.
Y te imagino, a ti, poética, ideal,
pongamos de belleza irreprochable,
mirándome a los ojos ya en la noche,
y preguntándome en qué pienso,
a quién miraba,
si no te quiero...
Y tengo ganas de ser ciego a la belleza,
e insensible a la turgencia.
Pero no puedo.
Abro los ojos, me muerdo un labio
y solo sigo caminando.
azeóTROPO
Veo a todas horas anuncios
sobre bebidas alcohólicas,
y mi familia las bebe,
han bebido siempre como esponjas.
Y mis amigos también.
(Punto y aparte).
He visto abrevando en la taberna
a desconocidos totales,
personas solas,
hombres, mujeres y niños.
He asistido al trasiego del alcohol por todo el reloj del sol
y de la sombra:
desde las seis, en el alba,
hasta las cinco.
Y en todas partes:
en el fútbol, los teatros,
las iglesias;
los medios de transporte públicos
y privados, valga o no la redundancia;
los más variados actos sociales, incluso los más luctuosos...
sí, he visto correr la bebida como alma que lleva el diablo, ojo,
literal:
me ocurrió en un funeral.
No sé de ningún otro remedio eficaz
para la vida social de los pueblos,
o para, de las ciudades, la soledad.
Aunque quizá exista, no lo dudo, en otros lares, en este lar
la solución son los bares.
Pero si preguntas a cualquiera
por la calle o en tu casa,
con resaca o sin ella,
y tenga la edad que tenga,
sobriamente te dirá:
¿beber yo?
no, no, qué va...
beber alcohol está mal.
Soy tan idiota que soy poeta.
Es como un peso en el aire:
como si la verdad fuera más densa.
Como un polen
que aumenta la sensación de atmósfera,
la arenilla que opone resistencia
a la ignorancia aérea;
leve, invisible, pero real.
Lo aspiro, entonces, en bocanadas lentas,
y dejo que se me prense en los pulmones.
Mi ser como las barbas de la ballena;
la jaula de mi cabeza abierta,
la idea volando como un pájaro, fuera de ella
aún, presa, tras los barrotes.
El papel blanco,
cubo de tinta,
la mano quieta.
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