Da
vueltas, eso es lo que hace.
Y
si te fijas en él, parece que corre.
No
todo él se da prisa, es una cuestión de geometría.
Pero
su ápice nos deja atrás, soñamos con apresarlo
en
su viaje, como el surfista atrapa su ola
o
el niño mira la nieve caer hasta el suelo
concentrándose
en un copo.
Lo
más extraño de todo es
el
movimiento: circular,
una
y otra vez, una y otra y otra,
mientras
perdemos la vida oculta tras su giro.
Parte
a cada instante y llega. Él no lo sabe, él
avanza
sobre sus dígitos.
Sobrepasa
a la aguja de las horas muchas veces cada hora,
al
minutero cincuenta y nueve veces por minuto
-el
minutero se mueve, pero no se nota-.
Infinitas
-menos una- veces
a
nosotros.
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