Estás empezando a leer esto.
Cuando lo leas te gustará.
Te dirás “qué bien dicho”, “qué gran verdad”,
pensarás que soy
un poeta:
“Qué cabrón, cómo ha visto el sentido
de la situación, qué fino. Con un trazo ha captado
la realidad.”
En ese momento buscarás a alguien que creas
que también al leer esto podría pensar lo mismo.
Cogerás al primero que pase y le dirás, “mira,
lee esto, detén tu vida, te merece la pena”.
Y te quedarás expectante ante la otra persona
mirando a sus ojos mirar estas líneas.
Tratando de saber qué pasa
por su cabeza. Como yo
me quedo ahora.
Te parecerá eterno el tiempo que durará su lectura.
Repasarás el texto sobre su hombro dos veces.
Reunirás argumentos para contrarrestar una absurda
opinión negativa. Empezarás a odiarle justo antes
de que por fin termine. Cuando levantará los ojos y sonreirá
desconcertado, cómo diciendo “¿qué?” o algo
parecido. Y en ese momento te dirá: “mola,
no lo entiendo del todo, está bien, un poco
raro.”
Y te sentirás solo. Como yo
me siento ahora.
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