A-76 se desprendió de su casa materna, en la Antártida, grande como Mallorca.
Su tamaño le convenció para ser una isla como otras, tropicales, frondosas,
cercanas al Ecuador o totalmente ecuatoriales;
o como aquellas habitadas por dioses, como Eubea, o Chipre, o Creta
¿que podía A-76 saber del calor?
No sabía nada. Pensaba que todo el calor era su grieta con la Antártida, nadie,
ni siquiera un iceberg, puede soñar que el mundo albergue tanta agua.
Así partió la montaña de hielo en dirección al Norte cosquilleada por Coriolis.
Se diluyó como los hombres que ven su vida arder fabrilmente cada día
en una corriente fría que es la Antártida, que llora.
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