O quizá no respiraba.



Ya basta de palabrería.
Yo busco el alero de un tejado
al menos, para la lluvia.
Un trozo de pan
o unos calcetines secos,
y mientras tenso mis trampas de ratón
en el desván
las mujeres me olvidan,
los hombres extravían mi teléfono.

Hoy al despertar he descubierto
que habían pintado un grafitti sobre mi cuerpo dormido
sin percatarse de mi respiración
o quizá no respiraba.
En dos colores habían trazado sobre mi cara otra.
Sobre mis manos otras.
Al levantarme pude ver claramente de reojo en la pared
la silueta impoluta de un camaleón
y quise no ser yo.
Pero es que hoy hay tanto tráfico otra vez
que no he tenido tiempo de desayunar
antes de irme de casa
ni de mirarme al espejo.

Eones, meses, patatas.


Marzo ha pasado ante los ojos
de mis patatas. Pronto
dejará de estar presente,
engrosará el pasado, como todo lo demás.

Curiosa manera de inventarse un porvenir, el hombre,
el calendario, con sus meses.
Como si pudiera acotar el tiempo.
-Meses, qué será eso-
se pregunta Cronos, y se sujeta el vientre
temeroso por los puntos aún después
de tanta convalecencia elíptica.

De hecho a él, como a todos los dioses,
le parece que la rueda empezó a girar ayer,
porque siempre que la mira olvida que ya la ha visto en esa misma posición,
así soportan ellos la inmortalidad,
y por eso nosotros no.

Nosotros creemos verla distinta cada vez:
los padres, los hijos, las emociones,
las palabras, siempre distintas, pese a ser iguales.
Como los hamsters, trotando en la de su jaula.

Y sin embargo no me he comido las patatas
y parecen árboles otoñales.

Agróstico.



Parto de la base
absurda de que todo
tiene una,
a pesar de que tendría
tantas dudas
a mi alcance.

Elegía del escorbuto.



Si cada letra valiese una cebolla
valdría la pena.


Si cada palabra un guacamole,
cada frase una tortilla,
cada estrofa un estofado.


Pero como se ha demostrado, escribir
no mitiga en absoluto
la anemia de los poetas,
los poemas no se comen,
ni siquiera sirven ya para ligarse a una tía.


Tengo hambre de tu cuerpo
y mucha sed de tus besos;
dije yo aquella vez, y lo mantengo,
pero de amor no se muere,
ni se vive de poesía.


¡Oh, patatas, poèmes de terre,
os echo tanto de menos!

Pata(le)ta.




Dame patatas, que las cuezo y me las como.
Con su sal, su lubricante de oliva,
con su pimentón picante y tal
por encima.
Patatas. Amarillas.
Dame
patatas. Son mías.
Son grasientas
fritas, como
mantequilla,
cocidas.
Es igual.
Tú calla y dame patatas.
Dame ya patatas, coño.
Tengo hambre, no es amor.
No he comido en todo el día
y ya es por la mañana.
Dame patatas,
por favor,
Voy a llorar.
(Sollozos).
Soy patético cuando me pongo.
Patatético...
Plato hondo, plato pando
tanto monda, monda tanto.
No las partas tanto tonta.
Tonto.
Perdona.
Me va a dar un patatús si no me das
tús patatas.
Te quiero y tal.
Echa sal.
Dame patatas ya, puta, pronto.
Puto Paco*...
¡Más! ¡Más!
*Francisco Pizarro

Transferencia positiva.



Me encanta la puerta blanca de mi baño.
Es una puerta clásica, sin alharacas,
para entrar y salir, y suele estar abierta de par en par,
exhalando el vapor blanco de la ducha,
regalando el aroma de su gel.

Los objetos que poseo:

he elegido algunos entre muchos
comparándolos en tiendas y catálogos.
Otros fueron escogidos para mí
por otra gente.
Eso no tiene que ver con su objetivo
ni con cómo se comportan.
Me he encontrado sorprendentemente cerca de sentir felicidad
mirando tan tranquilo esa puerta.
Esa puerta blanca clásica.
Mirándola, sin traspasarla.
Es como yo la imagino cuando no está;
como debería ser:
sencilla, profesional,
abierta.
Y no necesita demostrar nada.
No tiene pestillo, su retórica es otra.
Es curioso que la principal materia de esa tranquilidad
consista en comprobar que todo es
como nosotros suponíamos,
y cuando miro esa puerta ella me reconcilia con el mundo.
Su existencia convalida la carpintería de mi organismo,
al mirarla sé de qué va todo,
que puedo equivocarme o acertar
que la vida puede ser normal,
que existe un canon de belleza más pacífico,
que cada lado de una puerta siempre tendrá
su otro lado.
Que no se puede estar toda la vida cuerdo
ni toda loco.

El tiempo a vista de pájaro.

(foto: ibotamino)

Una playa infinita
y el tiempo, incansable,
paseando,
dejando huellas
por allá donde transita,
dejando
millones de miles de granos
de arena
inutilizados
cada paso
lado a lado.
Tenemos las cabezas
llenas de pájaros.
Ese y no otro es el problema.
Pájaros anacrónicos
sobrevolando arena,
sobrevolando mar,
sobrevolando huellas
de paso.
Quién se atrevería a pensar
que cada pájaro en el aire
nace en una piedra
en un zapato.

Eco.



El ruido fuerte del tren del que acabo de bajarme
saliendo de la estación, adelantándome,
rugiendo como una amenaza,
comparando su estruendo con mi peso,
como si fuese a descarrilar, como si no
cupiese por el túnel de salida,
como gritaría un suicida.
Quiero gritar yo de miedo y pienso qué.
Te recuerdo inmediatamente,
bajo aquella autopista urbana
gritando te quiero, y era a mí.
Y no es justo, aún el tren no termina de salir.

Trato.



Trato de no parecer triste.


Solo, me hablo
y siento que, como suele ocurrir
con el resto de la gente,
hay palabras que no suenan igual
por los dos lados.


Al menos trato
de no parecer triste.


El camino que me trae hasta aquí es el que es,
no comprendo cómo puede parecerme
que el futuro está abierto a mis anhelos,
a mis decisiones, a mis algoritmos arcaicos.


Al menos trato...
no, no me justifico,
trato de no parecer triste.


Solo soy un analfabeto lleno de libros,
me gruño a mí mismo.
Sé lo qué parezco:
un perro persiguiendo su cola,
un extraño en el paraninfo.


Trato de no parecer triste
solo, sin zapatos.

San Valentín.



Hombres y mujeres
y hombres
y mujeres
y regalos

Hombres mujeres regalos
Y planes y palabras
Y flores
Y bombones
Y retrasos
Y finales premeditados
Y fracasos
Y convenciones


Brindis y albornoces

Y poemas bailes
y canciones y zapatos
y pisotones

Te-amos
No-llores


San Valentín patrono
de enamorados

Palabras
regalos

Febreros
catorces
patrones
pueriles almas
robot viril
valiente santo
el kiki DIN.

In Paths Untrodden


a Jorge del Valle



La hierba le dijo al árbol:
Los coches vuelan,
Y al árbol le temblaron las raíces de la risa.
Y la hierba insistió: no tiene gracia, insisto,
yo lo he visto.
Pero el árbol ya pensaba en otras cosas:
en el viento entre su fronda,
en los hongos a su sombra...
y la hierba repitió:
¡los coches vuelan!
Pero nadie le creyó.
Hasta que un coche voló
para darle la razón.
Dentro, su conductor reflexionaba:
la hierba es el cielo,
el suelo está vacío,
me voy a matar, de lo raro que es esto.
A veces la realidad se vuelve tan rara que resulta insoportable y nos morimos.
No es fácil ver el mundo dentro de un coche volador descontrolado,
sin embargo, la vida y la muerte no tienen nada que ver con lo que vemos,
por eso a veces no hay árboles en nuestro camino,
aunque invadamos su espacio aéreo.
Nosotros, como los árboles,
solemos tener la cabeza llena de pájaros
y creemos en dioses carpinteros.

diamante o párpado

Acaso  el preciosismo  en la poesía   dependa  de la joya en la mirada: si es un diamante o un párpado,  es decir, si multiplica u opaca. Te...