Trabalenguas
Carpanta se harta de carpas
debajo de una pancarta
y cuanto más ve la pancarta
más carpas cata Carpanta,
porque en la pancarta hay carpas,
parcas carpas, pero carpas.
Sal.
Al bar La Luna
En la desvencijada playa,
hacia la orilla,
hay estrellas de mar
como imitando el cielo,
y trozos de cristal de las salinas.
Crustáceos, moluscos,
veleros
en los que ir a navegar.
El rancio pueblo costero se zambulle con estilo.
"Está buenísima",
y sonríe
camino del abismo.
No espero menos.
He ido a por la licencia
he ido a por el arma
he ido a por las balas.
Ahora iré
a por vosotros.
...
Una licencia
poética.
La última arma,
la palabra.
Balas de hierba
waltwhitmanianas
en la recámara.
Vosotros,
ahora.
Montes do Gozo.
Déjame ver mi nuevo cuerpo,
que la luz de la mañana lo dibuje y lo defina,
que mi nuevo aroma impregne para siempre mi memoria,
que mi nueva piel se palpe y que me reconozca.
Mis nuevos ojos miran: hoy quiero verlos ver
mi nuevo rostro, y aprender de sus manías
nuevos caminos.
Y recorrer mi nueva geografía
desde la atmósfera a los acuíferos.
Bajar de cada monte y de cada colina
y pasear de las llanuras a los valles
y sumergirme en las simas.
Hay en los cuerpos lugares misteriosos
donde confluyen formas sin fronteras.
Quiero explorarlos, hundir cada sentido en su espesura,
iluminar lo lóbrego, empaparme
en cada cauce de mis nuevas correrías.
Saborear mi cuerpo nuevo
y hablar contigo mientras también te saboreas
y a tu sabor le das otro sentido
y a tu latir le doy otro latido.
Desprestigiar la religión de lo remoto,
de lo escondido trazar cartografía,
cada milímetro cuadrado esclarecido
o por tu voz o por la mía.
!Montes do Gozo, horizontes infinitos,
revelaciones solo dichas al oído!
Niña...
Con ese vestido, niña,
me borraste la sonrisa.
Con ese vestido, ese cuerpo
y esos ojos
y cómo te sonreías.
Tú sabías que tenías superpoderes,
que tenías telepatía, aquella tarde,
telequinesis, hipnosis,
preferencia ante los taxis...
Me borraste la sonrisa
porque al acercarte aquella tarde
con ese vestido, niña,
yo notaba tanta carga,
y ese cuerpo
y esos ojos
y cómo te sonreías,
que me sentí responsable
de mi cuerpo, de mis ojos,
de mi vida,
de lo que yo puedo darte,
de si lo cuido bastante,
de si mis besos, mis brazos,
mis palabras
tienen arte.
Mira niña, tú eres arte
y ese vestido es artista.
Y esos ojos.
Y ese cuerpo.
Y cómo te sonreías.
Y por supuesto tú.
Hay una parada de autobús
junto a tu casa
y otra de tren,
y sus correspondientes carreteras,
líneas ferroviarias.
Y hay cafeterías, sucursales
bancarias, tiendas
de toda la vida, colegios,
polideportivos.
Y por supuesto tú.
Desde mi punto de vista
solo tu existencia justifica la existencia
de tu mundo,
aunque probablemente existiría
sin ti:
no para mí.
Y cuando voy en tren hasta tu barrio
soy como un glóbulo rojo transfundido
viajando por vasos sanguíneos sorprendentes.
Soy como un niño que lee a Julio Verne.
Veo el mundo paralelo, las paralelas vidas
de la gente para la que soy un solo rostro extraño
que asimilan sin pensar: una brizna más de hierba.
Para mí, ellos son un universo
nuevo del que solo sé sus leyes
y que tú estás.
Y mi sangre y mi literatura al fin se identifican
con la que yo creía inservible primavera
de la Luna.
Por proustiano que os parezca
Sobre las personas que duermen en mi casa
ocasionalmente, no mucho que decir,
excepto que se parecen.
Quizá son sólo los reflejos
de mi mente lo que veo,
tumbados en mi cama,
como en la novela del tal Lem ,
o más probablemente porque dormidos
sus cuerpos se parecen a carcasas
que insectos en su vuelo decidieron olvidar
y uno no se fija mucho nunca en las carcasas de la gente,
sí, por el contrario, en la infancia,
por su interés científico, se fijó
más en las de los insectos,
y se parecen, como los pisos
sin amueblar.
Las personas que velan en mi casa
no se parecen mucho, por el contrario.
Unos son hombres y otras mujeres,
unos madrugan y otros remolonean.
Algunos pocos quiero por la mañana
que se queden.
Por proustiano que os parezca,
cada vez que abro los ojos y junto a mí
hallo unos párpados cerrados,
una nuca o unos pies,
es quién soy yo
lo que entre el silencio y la penumbra me pregunto.
No es cuestión de color.
Te amo
como las hojas verdes aman
a las verdes ramas.
Como las ramas verdes al negro tronco,
el tronco negro a las raíces
blancas.
Las blancas raíces a la tierra.
Como la tierra al cielo.
No es cuestión de color, es de alimento.
Y tú me miras con esos ojos verdes y sonríes,
y de tus verdes ojos me congratulo, no es cuestión de color.
De tu sonrisa, es de alimento,
me maravillo.
Me maravillo como las hojas verdes se maravillan del azul cielo
el cielo azul del azul
mar, el mar azul de la luna
blanca.
Como la blanca luna se maravilla de la luz blanca
del blanco sol,
que la alumbra
porque la ama.
"Tú"
Digo “tú”
y es
que estoy vivo.
Y lo veo escrito
por mí,
y es
que viví.
Y al decirlo se me llena la boca de palabras.
Todas las palabras que te he dicho,
todas las que te he escuchado
decir. Todas las palabras que te rozan.
Digo “tú”
y digo todas tus palabras.
Leo “tú”
y tengo que decirlo,
que escribirlo.
Tengo que seguir viviendo,
diciendo “tú”,
¡tú!
Pensando en ti
con cada palabra tuya.
Tú eres todo lo que no soy yo
y mucho
de lo que sí.
“Cuando diga “ella” y lea “tú””.
Es la idea que me agrede por las noches,
la idea que me aterra hoy,
cuando aún escribo “tú”
y sé quién eres.
No quién eras
ni soy.
"Ella"
puede serlo cualquiera.
“Tú” solo puedes ser
tú.
La insensatez suprema.
El amor pasa
y resulta incomprensible en perspectiva:
es lo contrario de la Historia,
hay que vivir en él para entenderlo.
Yo vivo en un lugar absurdo
e imaginario, como la ínsula
Barataria, como Utopía,
como la Atlántida.
Y surgen por doquier los dones
de la naturaleza, sin embargo.
Y sin embargo voy
sonriente por las calles atestadas
de terráqueos.
Compro el pan en el despacho de una geisha,
viajo en metro y los demás viajeros, azorados,
me rehúyen por mi bonhomía.
Pero mi sonrisa está bien justificada
y estoy en mi derecho.
Solo los locos, los borrachos, yo y los niños
decimos la verdad.
No puedo hablar por ellos, pero yo estoy loco
por ti, ebrio de tu armonía
y balbuceo al verte como un recién nacido.
Y cuando estoy solo hablo contigo
¿acaso no me oyes?
y al entornar los ojos te veo sonreírme,
y en medio del silencio de la noche te escucho respirar mi mismo aire
y creo por eso que ha de merecer la pena
caer de lleno en la insensatez suprema del amor.
Y, diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que, sin duda alguna, eran molinos de viento, y no gigantes, aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran; antes, iba diciendo en voces altas:
–Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.
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