Me extraña el ambiente aún ajeno.
Madrid socavada,
primavera muerta;
y mi húmedo yo, extranjero.
Luz falsa, aroma a cocina.
La ventana abierta un tintero negro, y en él,
estrellas hermanas,
la gente, que se siluetea buscando el aliento
usado del día, ya tibio, en la noche.
Murmura la brisa,
palabras auténticas entre la atenuación de los ecos
del ruido,
de cada palabra tasada
en la capital del viento
y su grito.
La hora de la verdadera tregua,
la última hora.
Revivo la intelección única, joven,
de un tiempo;
aquí aún soy un niño con zapatos nuevos.
Pues no aceptes caramelos de nadie
ResponderEliminarMejor pensado, aceptalos no vamos a andar aqui con mojigaterias.
ResponderEliminarAl final somos todos indianos. En Nueva York, en Dublín, en Madrid...
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