Desayuno. Entra por mi reojo la repetición del acto inaugural de los JJOO. De 2012, esta vez. Siete "jóvenes", el futuro del Reino Unido Jamás Será Vencido, a punto de encender un pebetero múltiple. Miro mi antebrazo, constato: piel de persona. La de gallina a mi edad la reservo para el frío. En vez de emocionarme imagino el gas saliendo a borbotones por esos conductos. Horas de ensayos previos. Medidas de seguridad. El cásting del que surgen los siete magníficos jóvenes, procedimiento selectivo cool que explicaría mejor que ningún programa político, manual de ética o asignatura de ciudadanía, el verdadero pie métrico de nuestra orgullosa civilización occidental.
Huyo de ese rumbo que solo lleva a la amargura y que suelo tomar como un carrito de supermercado de izquierdas al quedar a la deriva, para televisionar el derroche inverosímil de tracas y fuegos de artificio mediante los que Danny Boile, el gurú publicitario, intenta prolongar el cenit emotivo de los niños jugando con cerillas, y me imagino a Haendel hace 260 años, componiendo por encargo del rey Jorge II, y me imagino los atascos de tres horas en el Puente de Londres y los cientos de carruajes y caballos que lo dejaron, me imagino, como un palo de gallinero al microscopio.
Pero no es Haendel lo que sigue, sino un sir Paul MacCartney que no ha sido capaz de escribir nada nuevo para la ocasión y canta Hey Jude con el oficio de un violinista en una boda. Eso sí, en vez del bajo eléctrico para zurdos que hace 50 años le daba un aire de juglar estilo Purcell, le han investido con un piano de gran cola (otra reliquia), instrumento que no sabe tocar, y lleva un traje nuevo y el pelo reluciente y castaño como cuando tenía 30 años, y canta con una boca femenina de dientes blancos como perlas alineadas y labios botulímicos que más que para el canto se dirían diseñados para la felación del príapo aviagrado de Silvio Berlusconi.
Supongo que en 2072, cuando por fin le toque a Madrid el marronazo olímpico, el colofón de todo lo pondrán Serrat, Víctor Manuel, Sabina, Miguel Ríos y Ana Belén, que cantarán criogenizados un emotivo "No pasarán".
Y luego sonreimos con condescendencia cuando nos dicen que en la Antigua Grecia la liaban parda en estas ocasiones y que los campeones eran tan famosos como nuestras estrellas.
No creo que hayamos avanzado nada. Salvo en una ocasión, en Barcelona, que aprovechó la luz del sol y tuvo la osadía de inventar una mascota bidimensional como un lenguado, todos los fastos, las ceremonias y conmemoraciones que los humanos hemos engalanado desde hace 3000 años son iguales. Como las olas del mar, pero en un charco.