Trato.



Trato de no parecer triste.


Solo, me hablo
y siento que, como suele ocurrir
con el resto de la gente,
hay palabras que no suenan igual
por los dos lados.


Al menos trato
de no parecer triste.


El camino que me trae hasta aquí es el que es,
no comprendo cómo puede parecerme
que el futuro está abierto a mis anhelos,
a mis decisiones, a mis algoritmos arcaicos.


Al menos trato...
no, no me justifico,
trato de no parecer triste.


Solo soy un analfabeto lleno de libros,
me gruño a mí mismo.
Sé lo qué parezco:
un perro persiguiendo su cola,
un extraño en el paraninfo.


Trato de no parecer triste
solo, sin zapatos.

San Valentín.



Hombres y mujeres
y hombres
y mujeres
y regalos

Hombres mujeres regalos
Y planes y palabras
Y flores
Y bombones
Y retrasos
Y finales premeditados
Y fracasos
Y convenciones


Brindis y albornoces

Y poemas bailes
y canciones y zapatos
y pisotones

Te-amos
No-llores


San Valentín patrono
de enamorados

Palabras
regalos

Febreros
catorces
patrones
pueriles almas
robot viril
valiente santo
el kiki DIN.

In Paths Untrodden


a Jorge del Valle



La hierba le dijo al árbol:
Los coches vuelan,
Y al árbol le temblaron las raíces de la risa.
Y la hierba insistió: no tiene gracia, insisto,
yo lo he visto.
Pero el árbol ya pensaba en otras cosas:
en el viento entre su fronda,
en los hongos a su sombra...
y la hierba repitió:
¡los coches vuelan!
Pero nadie le creyó.
Hasta que un coche voló
para darle la razón.
Dentro, su conductor reflexionaba:
la hierba es el cielo,
el suelo está vacío,
me voy a matar, de lo raro que es esto.
A veces la realidad se vuelve tan rara que resulta insoportable y nos morimos.
No es fácil ver el mundo dentro de un coche volador descontrolado,
sin embargo, la vida y la muerte no tienen nada que ver con lo que vemos,
por eso a veces no hay árboles en nuestro camino,
aunque invadamos su espacio aéreo.
Nosotros, como los árboles,
solemos tener la cabeza llena de pájaros
y creemos en dioses carpinteros.

Sísifo.



No sé por qué
asigno mayor índice de verosimilitud
al cavilar sombrío que al luminoso.
Cual si la luz cegase,
cuando me siento alegre lo achaco a una embriaguez.

Por el contrario, en el borde del agua de cada depresión,
en cada coqueteo grave de negros agujeros que me succionarían,
me inclino a interpretar un estado de gracia. Es
como si en esos trances
pudiera ver fantasmas que a diario me rodean,
que diariamente ignoro como se ignora el aire
hasta que vuelve a ser vital, y como
si el aire natural fuese falto de oxígeno,
como si fuera malo respirar.

No sé por qué, pero sospecho algo.
Pues he intuido sombras que han de obedecer
a opacos cuerpos
y en ocasiones huyo por instinto.
Y lo más lejos que he llegado en la investigación de este fenómeno
es hasta aquí, a la formulación de su extrañeza.
Y aun conociendo bien el cauce que sale de la duda,
su rumbo recto e instantáneo;
tengo valor tan solo
para trazar mis círculos.

el Amor, yo...



Lo ignoro todo en relación a mis mareas pesimistas,
pero existen.
Como los ires y venires selenitas de las mujeres,
como el romanticismo útil,
como la lluvia que cae en el suelo de los antípodas.
Conozco en cambio a la perfección
miles de objetos inexistentes que utilizo y me utilizan;
años bisiestos,
semanas de siete días,
la Física, la Matemática,
el optimismo,
mi propia muerte,
el Amor, yo...

Impedimenta.



Para escribir solo hace falta
papel y lápiz
y alguna idea peregrina.
No hace falta tiempo,
ni inspiración,
ni ser un genio.
Ni tener hambre,
ni tener frío, miedo, depresión,
ni ser marica.
Ni andar por ahí esparciendo
bacilos con cada tos.
Quizá sí ser un niño,
creerse uno mejor que los demás,
estar falto de cariño, ser un iluso...
aunque esto último
solo hace falta, en rigor,
para seguir escribiendo.

Jueves




Al fin, se ha hecho la soledad.
Hay un aroma de paritorio.
Sobre el sofá despierta un hombre de su siesta.
Es jueves, y la aspiración del fin de semana
ha secado de gas sus pulmones.
Rompe a llorar ante la hermosura
de lo que no puede igualar su esperanza.
La felicidad pasa, y es tan leve
que ha de referirse a la nada.

Espejo, espejito...






(foto: Xosé Castro [http://www.flickr.com/people/cibergaita/])





Yo soy el que llama.
Tú esperas.
Yo soy el que llama a la puerta.
Yo, en el frío callejear, afuera.
Yo, en mi duro universo grisáceo,
tu acera.
Yo alerta, yo vivo,
yo pulso tu timbre cabrón,
sorpresivo.
Pronuncio mi nombre y lo veo
mojar mi reflejo en tu acero.
¿Espejo, espejito,
se abrirá la cueva?
Aguardo. Observo. Examino.
Y que todos estos bastardos automáticos se llaman igual...
Microlarbi;
¿qué lascivo ladrón, cuál, de Sésamo
habrá sido el tal?
¿Quién va?
Escucho tu áspera voz.
Carraspeo.
Abra, Alí Ba Ba,
la Publicidad.

Tango.

(foto: ibotamino)


Lo que se aprende del tango es que otros
antes que nosotros
han desperdiciado sus vidas
y que al final no haberlo hecho hubiera sido quizá
el mayor desperdicio,
la mayor tontería.
Oyendo cantar
a Gardel,
a Julio Sosa,
y a tres o cuatro más,
me oigo llorar por las noches
en vela
cuando nadie me ve, ni siquiera
yo.
Y es el bandoneón
de la resaca de los años
quien nos recuerda que ayer pasó un tiempo de atlantes,
y que aunque no recordemos nada en especial
nuestra vida ocurrió
y fue memorable.
Los primeros años de salidas nocturnas
vienen a mi mente como luces oscuras
y de aquel niñato que vestía mi piel
solo sé que era yo porque en el álbum de fotos
aparece siempre
rodeado de Vosotros.
Y es el bandoneón
de la resaca de los años
quien nos recuerda que ayer pasó un tiempo de atlantes,
y que aunque no recordemos nada en especial
nuestra vida ocurrió
y fue memorable.





No es lógica proposicional.




La suma de los segundos es una constante de importancia
en una vida.
Todos los segundos que nos restan suman
siempre lo mismo.
Por eso de niños no les damos importancia,
y de mayores sí.
No es mentira, no es aritmética,
no es literatura.
No es lógica proposicional.
Mi vida siempre empieza hoy y terminará
en la práctica el mismo día,
y todas mis vidas tienen para mí un único valor;
lo significan todo, por eso
mi último segundo
será el mejor.

Sed.




La oscuridad y el frío tras el cristal
y dentro no había luz, aunque veíamos;
todo el calor emanaba de nosotros.
Al término la sed apareció y no se ha ido.
El vidrio protector lloró por devolver el agua,
pero juzgamos que le pertenecía,
y con la luz del alba nos separamos y la sed,
que no deja de ser agua negativa, se dividió.
Sedientos ambos de la misma sed, tú allí, aquí yo,
del mismo río.

diamante o párpado

Acaso  el preciosismo  en la poesía   dependa  de la joya en la mirada: si es un diamante o un párpado,  es decir, si multiplica u opaca. Te...