Un poema macho
saltando sobre unas palabras
lamiendo sus sílabas, penetrando
cada signo.
Un escalofrío recorre cada diptongo
y lo convierte en gemidos
entre ruido,
sentido entre significado.
No sabe de consonantes,
pero al amar a la o
la erre se abre de patas,
la eme se alarga,
la a se exclama:
¡Amor!
El poemacho ha cumplido.
Así que resulta que ahora el poeta juega a ser dios y engendra una criatura de su mente, infinita y atemporal, para darle vida en un jardín del edén particular que resulta ser hecho de papel, tinta, y unos pocos sueños.
ResponderEliminarVigila que tu poemacho no se escape y se vaya a pasear por el mundo, a contagiar a la gente corriente (y moliente) de sueños y amor al arte, porque lo último que necesita este mundo es que nos amemos los unos a los otros (véase: La guerra es la paz).
Sin más, un saludo.