Calma.
Algo le hace la ciudad al ánimo
de los millones que la pueblan en verano
porque en la noche el silencio es uniforme
como la oscuridad, como si un pacto
rigiera la relación entre los ojos y las voces.
Se oculta en la profundidad de las personas
un grado más en el espíritu gregario,
diríase que la naturaleza al moldearnos
previó la formación de las ciudades.
Como adolescentes que comparten dormitorio
fuera de casa, y tras la última palabra
se conceden un silencio penumbroso
preparatorio de aquel sueño que aún lo repara todo,
en la ciudad hay una hora en la que cesa la batalla.
Tras las ventanas abiertas a la noche que respiran
como estomas luminosos en la sombra de las plantas
veo a anónimas personas preparando su descanso:
flores que se cierran, aves silenciosas ya en sus nidos,
peces que retroceden y se ocultan en marañas coralinas.
Es domingo, acaba el día, termina la semana.
Tú no lo sabes, pero pienso en ti a esta hora,
cuando la noche acalla el zumbido de la calle,
cuando la multitud yace solidificada y duerme
en manada de diurnos animales.
De este domingo importa solo el lunes, ya.
Su inexorable fin y su futuro,
pero es ahora cuando al cerrar los párpados te visualizo,
y al recordarte, entre millones de silencios
que descarto, estoy seguro de escuchar como un hallazgo,
como una veta de mineral precioso, aisladamente,
la calidad acuática del tuyo.
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