Hoy
he visto llorando un pato:
cuáa, cuáa,
cuán desgraciado soy,
cuáa...
su triste parpar carece de eco entre los humanos,
que lo preparan al horno,
que lo reducen a almohada,
que lo confinan en lata
confitado, o con cointreau
a la naranja...
patética contrariedad,
cuáa;
sin parpadear.
Sobre su estanque de plata
entreoí hoy los ecos de un planto de ánade onírico,
de pato proteico,
de magret sangriento
de oporto.
Y junto a él, paradójicos,
tan sordos como los hombres,
como el albaricoquero cómplice,
e inermes, su guarnición de orejones.