azeóTROPO
Veo a todas horas anuncios
sobre bebidas alcohólicas,
y mi familia las bebe,
han bebido siempre como esponjas.
Y mis amigos también.
(Punto y aparte).
He visto abrevando en la taberna
a desconocidos totales,
personas solas,
hombres, mujeres y niños.
He asistido al trasiego del alcohol por todo el reloj del sol
y de la sombra:
desde las seis, en el alba,
hasta las cinco.
Y en todas partes:
en el fútbol, los teatros,
las iglesias;
los medios de transporte públicos
y privados, valga o no la redundancia;
los más variados actos sociales, incluso los más luctuosos...
sí, he visto correr la bebida como alma que lleva el diablo, ojo,
literal:
me ocurrió en un funeral.
No sé de ningún otro remedio eficaz
para la vida social de los pueblos,
o para, de las ciudades, la soledad.
Aunque quizá exista, no lo dudo, en otros lares, en este lar
la solución son los bares.
Pero si preguntas a cualquiera
por la calle o en tu casa,
con resaca o sin ella,
y tenga la edad que tenga,
sobriamente te dirá:
¿beber yo?
no, no, qué va...
beber alcohol está mal.
Soy tan idiota que soy poeta.
Es como un peso en el aire:
como si la verdad fuera más densa.
Como un polen
que aumenta la sensación de atmósfera,
la arenilla que opone resistencia
a la ignorancia aérea;
leve, invisible, pero real.
Lo aspiro, entonces, en bocanadas lentas,
y dejo que se me prense en los pulmones.
Mi ser como las barbas de la ballena;
la jaula de mi cabeza abierta,
la idea volando como un pájaro, fuera de ella
aún, presa, tras los barrotes.
El papel blanco,
cubo de tinta,
la mano quieta.
Extraño.
Me extraña el ambiente aún ajeno.
Madrid socavada,
primavera muerta;
y mi húmedo yo, extranjero.
Luz falsa, aroma a cocina.
La ventana abierta un tintero negro, y en él,
estrellas hermanas,
la gente, que se siluetea buscando el aliento
usado del día, ya tibio, en la noche.
Murmura la brisa,
palabras auténticas entre la atenuación de los ecos
del ruido,
de cada palabra tasada
en la capital del viento
y su grito.
La hora de la verdadera tregua,
la última hora.
Revivo la intelección única, joven,
de un tiempo;
aquí aún soy un niño con zapatos nuevos.
D.E.P. Michael Jackson.
Rayos.
Primero la oscuridad,
después la lluvia
y luego la tormenta,
los truenos y los rayos.
Siempre es igual,
otras tormentas,
otras parejas
de verano.
No sé cómo no nos hemos dado cuenta.
En qué pensábamos
mientras se hacía la noche en pleno día.
Ya no me hablas,
yo ya no sé qué es lo que quieres que te diga.
Primero la oscuridad,
después la lluvia
y luego la tormenta,
los truenos y los rayos.
Arrecia,
con cada rayo un trueno
lejano, pero exacto,
y la tormenta acercándose,
acercándolos.
Ya no hay remedio,
ya no saldremos juntos de la lluvia.
Solo esperamos el momento
en que restalle la verdad.
Como un trueno
mientras refulge su relámpago,
y la tormenta no pueda estar más cerca.
Solo un instante, el que nos parta a la mitad,
y la tormenta, luego la lluvia, después la oscuridad,
comenzarán, de nuevo, a alejarse,
truenos y rayos alejándose entre sí.
Pero esta vez
te llevarán a ti con ellas,
lejos de mí.
Hipoteca blues.
De qué hablan los poetas,
me pregunto,
mientras clavas tu hipoteca
en mi hipoteca blues.
Y tú, grandísima hijaputa,
tú, gran banca,
no te preguntas nada,
solo haces números.
Ya en la calle
se me clavan las pupilas en el suelo
como pinchos traperos,
y así es como seguirán por muchos años.
Y mientras tanto, sobre mí, azul, el cielo,
negro de pájaros.
10 mandamientos.
Mi auténtico trabajo
consiste (1) en visitar mis límites,
rasgar (2) puesto de puntillas
mi perfil con un plumín
en una hoja de papel
desde debajo.
(3) Escribir intermitentemente
mi silueta
y unir los puntos con la mirada de los demás.
Salir a pasear con una sonrisa para todo el mundo (4),
y no (5) gritar jamás.
Besar a todo aquel que me lo pida (6).
Repartir mis bienes (7) entre los que los necesitan de verdad.
Amar y ser amado
al menos (8) por una persona en todos los momentos.
(9) Dormir sin rechinar los dientes.
Pensar dos veces (10).
Diez mandamientos que se resumirían en dos:
No amar a nadie como si fuera Dios, y
no amar, como si fuera Dios, a nadie.
M. B.
De Benedetti
siempre he pensado que era
un argentino raro,
hasta que de vez en cuando caía en la cuenta
de que era uruguayo.
Y pese a que todos hoy le lloran como poeta
yo lo primero que leí de él
fue La Tregua,
una novela.
Me llamaba la atención de aquel librito
una foto de Benedetti en blanco y negro.
Una cara que ya estaba vuelta de todo
y como si supiera que lo bueno en la vida es ir;
y supongo que lo sabía.
Luego leí su poesía (no toda)
y me sorprendió que alguien tan serio,
tan viejo y tan callado
pudiera escribir tanto
siendo la escritura un rasgo de los idiotas.
Sus poemas son como la luz que entra por la ventana,
pero en una oficina y por la tarde.
Escucho que ha muerto triste,
que irse supuso para él
una liberación.
Olvidan que este tipo de personas
conocen la naturaleza de las cosas importantes,
que él sabía que su vida se acababa,
que su vitalidad había sido mucho mayor,
que nunca más volvería a yacer con una chica,
ni a beber con sus amigos
ni a sentir pasiones correspondidas.
Que no habría más treguas en su propia existencia
y eso creo yo que entristece a cualquiera,
aunque tengas la apariencia de un viejo inofensivo
y miles de concejales quieran colgarte sus medallas.
Aunque vayan a visitarte ciertos amigos
que quieren cerciorarse de que te correspondes con tu foto,
tu firma en sus libros.
Mario Benedetti, como todos,
era un niño cuando murió,
y como todos lloraba, (aunque el suyo, sí, fue un llanto poético)
por el oxígeno.
La máquina del tiempo.
El destino viene
deprisa.
Se acerca sin hacer yo nada.
Yo no quiero que el tiempo pase,
pero pasa.
Todos, en esta jaula, somos lo mismo:
el mismo aire, la misma náusea.
Nobody habla.
Solo se oye el destino,
"el destino",
como el eco del mar sobre los acantilados:
lejano y monótono, socavándolos.
Termina el plazo de gracia,
el tren se detiene.
Llego al trabajo.
Vita flumen.
Veo vidas apiladas en estanterías,
rostros deformados por el peso de las otras vidas;
las sonrisas petrificadas:
risueños fósiles bajo toneladas de sedimentos.
Amigos muertos:
vidas fluyendo como corrientes marinas.
Veo la felicidad obligatoria,
relojes de luna marcando las horas.
Veo las gaviotas en las lonjas
haciendo retratos, graznando,
acarreando rosas.
Y creo que a mí no ha de pasarme,
que moriré de una manera individual, quizá peor.
¿O solo soy el sedimento que todavía no es roca?
¿Estrato superior, como lo fueron ellos algún día?
Amigos muertos:
vidas fluyendo como corrientes marinas.
He leído miles de libros sobre lo mismo.
He leído miles de libros sobre lo mismo.
Salen dos niños.
Los niños juegan.
Sale una niña,
besa a uno,
luego se pegan.
He leído miles de libros sobre lo mismo.
Sale una niña,
luego se pegan.
Sale una niña,
elige a uno,
el otro escribe
una novela.
He leído miles de libros sobre lo mismo.
La niña juega.
Salen más niños,
salen más niñas,
hay más peleas,
hay más novelas.
He leído miles de libros sobre lo mismo.
Salen dos niños,
los niños juegan,
ahí no hay novelas,
nadie pelea;
no salen niños.
Sale una niña,
elige a uno,
he leído miles de libros sobre lo mismo,
luego se pegan.
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