Vergüenza.

Mi vergüenza es tan grande como mi cuerpo,
pero aunque tuviese el tamaño de la tierra

no podría volver y despegar

el cable de aquel vientre, ni enviar

la carta del soldado.


Antonio Gamoneda





Mi hermano no quería ir si yo no iba,
una sola bicicleta para dos, era la infancia,
y yo prefería ir solo.
No siempre sucedió así, supongo,
pero es lo que recuerdo
de aquella época maldita
que solo puedo ver como a través
de unos cristales.
Así que sé que él,
dos veces, por lo menos,
se quedó en casa
y yo me fui a pasear en bicicleta.
Yo le decía "vete tú, si quieres,
pero entonces yo no voy,
ya iré otro día".
¡Pero él no quería ir si yo no iba
y yo prefería ir solo!

Yo quería a mi hermano más que a nadie
y le dejé tirado en casa
mientras sentía, pedaleando,
la nueva libertad,
la soledad,
que hoy es mi hermana.

Me siento miserable al recordarlo
aunque quizá mi hermano no se acuerde,
pero fue así, y mientras yo sea yo así habrá sido,
y mientras haya sido así habré sido miserable.

Soy tan idiota...



Soy tan idiota que soy poeta.
Salgo a la calle a compartir el aire
con los demás. A aprovechar la luz
que se refleja en los lugares
de los que brotan
las palabras.
A refractar aún más la luz
ya refractada.

Reloj de sol,
tú, mientras tanto
solo das sombra.

Soy tan idiota que soy músico.
Oigo el compás de los oscuros corazones
y deconstruyo la armonía secreta de la risa,
trato de asirla y así reírme yo también.
Toco mi música sin saber quién
está a la escucha.

Anda un tic-tac sonando,
mientras tanto, tan uniforme
como el silencio.

Soy tan idiota que soy filósofo.
Hablo de mí con hombres idos,
me busco a mí entre los átomos de las ideas.
Entre los tomos oceánicos persigo un salvavidas
y mientras tanto huyo de la abisal llanura
que me subyace,
alfombrada de clepsidras,
cronometrando el mar,
nadando.

Soy tan idiota que sigo vivo
mientras tanto.

Así es la noche.




Las uñas de animales inexistentes arrancan nuestros ojos en los sueños.

Así es la noche.

Antonio Gamoneda.



Yo sueño con la oscuridad
y con el vacío
y al amanecer el aire quema,
así sé que todo ha concluido.
No desayuno hasta bien llegado al día,
cuando mis mandíbulas maltrechas
de masticar la noche me lo permiten.
Y al declinar el sol
cierro los ojos a las estrellas y a la luna,
y aprieto los dientes,
como quien espera una descarga eléctrica.

Plantas y peces.


Plantas y peces
viven
en nuestro planeta sin saberlo.
Plantas y peces
nacen y crecen
peces nadan, plantas
florecen,
sin saberlo.
Sobre la tierra
respiran los animales
salvajes, sin saber nada,
como las plantas
como los peces.
En el aire, aves.
Nadie sabe, excepto
nosotros, sapiens.
Nosotros sabemos.
Nacemos, crecemos
sabiendo.
Morimos sabiendo.
La tierra gira
eternamente
sin saber.
La hierba no sabe
que es verde.
¿Qué será lo que nosotros no sabemos?

Plantas y peces.


La luz sabe
dónde tiene que venir,
no nos pregunta,
viene en plena noche,
mientras la mayoría de nosotros duerme.

Si no fuera por la sabiduría
intrínseca de la luz,
qué sería de nosotros,
cómo haríamos que viniese.
La mayoría dormiría para siempre.

Un minuto de silencio.


Las ideas está húmedas
y dejan rastro.
Su rastro húmedo atrapa, como polvo, tonterías,
malinterpretaciones.
Con el tiempo esas retahilas
parecen frases
hechas
por nadie,
ready-mades
estúpidos, conformados por residuos de lenguaje.

En cuanto a su sonido
son ondas estacionarias.
Nadie las elabora,
pero no cesan,
todo el mundo ha de oírlas cada día.

Después de años son parte de la cultura,
de nuestras tradiciones,
nos definen más que muchas de las otras frases,
las que se piensan antes de decirlas,
y es por eso que
yo pido un ruido blanco
que lo supere todo
o un silencio unánime
prolongado unos segundos.
Pido que cesen los periódicos,
las radios.
Pido que la tele calle,
que dejen de gritarse los anuncios.
Pido un minuto de silencio por las ideas
originales.
Un minuto es suficiente para que todo cambie.

Cola de león.


Hay, seguramente,
alguna sustancia emocional
que mi cuerpo segrega al verte,
que me hace sentir las manos
como manojos de nervios
saliendo por mis muñecas,
como al despertar, cuando no tienes fuerza
porque solo es la hora de las caricias.

Hay, mientras ya estoy hablándote,
algo en mi sangre diferente.
Digo cosas que no pienso,
como si le hablase a una chica,
aunque con las chicas no miento y
quiero quedarme,
y contigo miento para irme.

Debes de creer que soy idiota y lo soy,
en tu presencia,
porque es difícil pensar en ti
como yo pienso, con esta intensidad,
y hacer otra cosa, la que sea,
respirar...

Es una respuesta orgánica
parecida al terror paralizante de los ratones ante las aves rapaces,
pero como si los ratones tuvieran, para salvarse,
que moverse con estilo, o decir alguna cosa inteligente.

Además, al ver tus alas me siento ridículo
con mis incisivos
y mis avellanas.

Eso me ayuda, así no percibes en mí
ninguna amenaza y me dejas ir.
Cómo te gusta sentir tu pistola y tu placa
sobre tu uniforme de ángel,
cómo os va el plumaje.

GNRgrette Rien


No
(sé)
rían de mí.
No. Yo no comprendo nada.
No compré el pan.
No rían de mí,
no rían de rien.
¡No, yo no compré el pan!

Cámara lenta.


La nieve cayendo sobre el cristal en ángulo
de una ventana en un techo abuhardillado
es como el tiempo de los árboles, da la impresión
de que la vida es eterna, de que los niños nunca crecerán,
los mayores estarán ahí para siempre.
Raro es el día en que después de nevar no llueve.

...y tal.





San Valentín, y tal.
Y los jóvenes besándose en la calle
como los enamorados se supone
que deben
besarse.
Una profusión absurda de futuras mustias flores,
y bombones, que otro día
se aliarían
con pulsiones anoréxicas,
bulímicas.
Sin embargo hoy todo se permite.
Volveremos a juzgar a Julia Roberts
como a la cenicienta moderna,
mientras que las postmodernas
pasean arriba y abajo,
abajo y arriba,
por Montera.
Entre SIDA, hongos, chulos;
junto a otros desgraciados.
Tal vez Richard Gere se presente esta tarde
con sus veinte euros
y su chulería.
Cariño,
feliz día
de los enamorados.

Tras cada párpado en el metro


Late una historia oculta
-tras el telón del pelo, sobre los leves párpados
contorneando el mar, el cielo,
como las flores de la lavándula-
en el metro: la mirada.

En qué momento entró la niña no lo sé,
los ojos por el suelo,
no lee un libro ni escucha música,
no ve ni mira nada;
habita mientras viaja en un secreto
-quizá su vida entera-
invisibilizada.

Escruto la carcasa de sus sueños
y los intuyo árabes,
desérticos.
Un paraíso de silencio y soledad
donde cada sonido pudiera ser una palabra.

El metro
es una máquina del tiempo,
un subterfugio para estar en otro lado
y mientras dura el lapso negro de la apnea
cada persona es una cápsula de exuberancia.

diamante o párpado

Acaso  el preciosismo  en la poesía   dependa  de la joya en la mirada: si es un diamante o un párpado,  es decir, si multiplica u opaca. Te...