Calma.





Algo le hace la ciudad al ánimo
de los millones que la pueblan en verano
porque en la noche el silencio es uniforme
como la oscuridad, como si un pacto
rigiera la relación entre los ojos y las voces.


Se oculta en la profundidad de las personas
un grado más en el espíritu gregario,
diríase que la naturaleza al moldearnos
previó la formación de las ciudades.


Como adolescentes que comparten dormitorio
fuera de casa, y tras la última palabra
se conceden un silencio penumbroso
preparatorio de aquel sueño que aún lo repara todo,
en la ciudad hay una hora en la que cesa la batalla.


Tras las ventanas abiertas a la noche que respiran
como estomas luminosos en la sombra de las plantas
veo a anónimas personas preparando su descanso:
flores que se cierran, aves silenciosas ya en sus nidos,
peces que retroceden y se ocultan en marañas coralinas.

Es domingo, acaba el día, termina la semana.






Tú no lo sabes, pero pienso en ti a esta hora,
cuando la noche acalla el zumbido de la calle,
cuando la multitud yace solidificada y duerme
en manada de diurnos animales.

De este domingo importa solo el lunes, ya.
Su inexorable fin y su futuro,
pero es ahora cuando al cerrar los párpados te visualizo,
y al recordarte, entre millones de silencios
que descarto, estoy seguro de escuchar como un hallazgo,
como una veta de mineral precioso, aisladamente,
la calidad acuática del tuyo.

Los años sin erre.


Cuando yo era feliz

era más agradable

para todos.


Para mí el primero,

pero también para ella

y para ellos.

Ahora todo es aburrido y cuesta arriba.

Todo es verano o invierno,

Madrid o Barça,

grande o pequeño.

Todo estupidez o chulería.

Muerte o esto.

A mí ya no me traga casi nadie

y no les culpo,

yo no les echaré de menos.

Mis amigos demostraron ser unos pusilánimes

y yo un llorón molesto.


Pero me llama la atención que a ella

nadie le pida cuentas.

Todo el mundo da por hecho que aquél que dejó es éste,

pero no. Yo antes era alegre

y risueño. Contaba

las mejores anécdotas.

Nunca he dejado tirado a un amigo

un sábado.

Ni un lunes, ni un martes, ni un miércoles,

ni un jueves, ni un viernes;

algún domingo sí, nadie es perfecto.

Yo antes sabía escuchar, la gente

me pedía consejo.

Recuerdo que al llegar la Primavera

quería llorar de alegría

y que me contenía, y que a ella

la cubría de besos.


Antes había Primaveras y Otoños

y en los meses con erre

sidras, gamoneu y centollo.


Ella me dejó con los huevos rotos,

y eso es más desagradable para todos.


Para mí el primero,

también para ellos,

pero, de entre ellos,

el primero yo.


Para ella, que con mis besos se llevó mi primavera

y con mis lágrimas mi otoño,

ahora

ya no.

Interacción nuclear (fuerte).


Hay tanto amor en cada átomo de amor
como en el universo entero.
Porque el amor no existe a gran escala
-se ve en los telediarios-
y sin embargo, de uno en uno, todos
nos enamoramos.
Es como un virus, pero más pequeño.

El amor es una fuerza,
una norma, algo nouménico.
Yo no creo en los gluones,
o mejor dicho, no me los tomo en serio.
(Tampoco a los midiclorianos.)
Pero a la materia sólida, sea como sea,
sí me la creo, y me creo a las parejas
sólidas, sean como sean,
y me las tomo en serio.

El amor que haya entre ellos no me afecta,
es como la interacción fuerte,
que a distancia es como si no existiera.

Pero existe. Nouménicamente al menos.
Como los gluones, como los midiclorianos.
Como los fotones,
aunque el electromagnetismo es otro tema.

Y si no, ¿por qué en Ginebra
han instalado una máquina
para romper corazones en millones
de pedazos?

Te quiero.


Pienso yo y digo tú.

Mar de amor amor de mar.



A Rafael Alberti, lógicamente.

Mar de amor.
Por lo insondable,
por lo bello, lo salvaje,
por las bestias abisales.

Mar de amor por lo innegable,
por lo tenaz, por lo fiero
por su brutal oleaje.

Mar de caudales de ríos
que confluyen.
Mar de males de miradas
revisadas.

Mar de sal, que reflota los navíos.

Mar de sal, que reflota los navíos.

Mar de lágrimas perdidas
recobradas en el mar.
Mar de lágrimas pasadas
que vuelven a estar por llorar.

Mar de amor amor de mar.

Mar de amor
amor de mar.

Mar mortal que solo mata
si yo muero amor mortal
que solo muere
si muero.

Mar de amor
amor de mar.

Yo te quisiera amar
como esos marineros
que cuando tocan el puerto
no quieren desembarcar
porque les basta con verlo
y navegar.

Yo te quisiera amar
como esos marineros...
mar de amor
amor de mar.

Tururú.


Hoy voy a darme a la bebida
en casa, solo.
Sin explicarle a nadie mis motivos.
Acaso porque no tengo motivos,
acaso porque no son confesables,
acaso porque no tengo a nadie
más a mano a quien darme que me dé
algo de vida,
aunque con be.

Alcohol, maldito líquido,
hoy seré tuyo por una vez,
de nadie más.
Tú serás mío.
Compartirás mi sueño, me engañarás.
Y esperarás a mañana
para decirme la verdad.

Alivio de pie quebrado.


El mar ahoga la risa
y la noche la sonrisa.

Yo nado en la oscuridad,
entre el oleaje negro
de los sueños.
Me guío por el oído,
busco el lugar
en el que rompen las sábanas,
y ahí despierto.

El mar ahoga la risa
y la noche la sonrisa.

Negra noche al despertar
y un silencio inconcebible
al comparar
con la furia del rüido,
el fragor
horrible de pesadilla
de que vengo.

El mar ahoga la risa
y la noche la sonrisa.

Una vez de cada mil
me parece que descanso,
sueño contigo;
por la mañana te has ido
caminando,
mientras yo sigo nadando
de oído.

El mar ahoga la risa
y la noche la sonrisa.

Tengo los ojos cerrados
Y sueño que no respiro,
Que no hay oxígeno,
Pero sé que es solo un sueño y
al despertar
y ver dónde acaba el mar
lloro y me río.

El mar ahoga la risa
y la noche la sonrisa.

Éramos niños.




Éramos niños,
yo el más pequeño,
y en aquel pueblo no había nada que hacer.
Buscando amigos encontré a otros
guajes aburridos
que buscaban una víctima.
Hubiera sido un gato, de no ser yo.

Solo recuerdo un haz de luz cayendo
desde una lupa en mi pulgar,
y el dolor inesperado -era pequeño-
y una risa.
Ni antes ni después.

Apenas nada,
aunque aún se ve una cicatriz,
como en un libro que duerme hace cien años,
velando, asoma un marcapáginas.

Deliciosos cuando están en calma.


Los hijos ajenos son como aire:

deliciosos cuando están en calma,

cuando están en movimiento, insoportables.

Y por doquier.

¿Y quién sopla un día de viento?

Los propios serían iguales,

puesto que no soy distinto.

Aunque en esto me distingo:

yo no los quiero tener.



Cosas que hace cualquiera:

jugar al yoyó, huevos fritos,

manejar unas tijeras,

tener hijos.

Requiebro español.


Podría vivir sin tu sonrisa,
como he hecho cada día.
Nací de noche, también creía
que se podía vivir sin el Sol.

Atardeceres rojos I.

http://www.flickr.com/photos/ibotamino/4298062763/in/photostream


No sé qué tengo en contra de la luz
naranja del crepúsculo mal entendido.
Me causa un hastío como si fuera yo el día que se termina,
que alumbra
como las bombillas antiguas, emulándolas,
para fastidiar.

Un trago de oro fundido, me parecen a mí los atardeceres,
por la garganta.

Cuando esté la noche que se quite el día, que solo se salva
por la mañana.

diamante o párpado

Acaso  el preciosismo  en la poesía   dependa  de la joya en la mirada: si es un diamante o un párpado,  es decir, si multiplica u opaca. Te...