Niña...
Con ese vestido, niña,
me borraste la sonrisa.
Con ese vestido, ese cuerpo
y esos ojos
y cómo te sonreías.
Tú sabías que tenías superpoderes,
que tenías telepatía, aquella tarde,
telequinesis, hipnosis,
preferencia ante los taxis...
Me borraste la sonrisa
porque al acercarte aquella tarde
con ese vestido, niña,
yo notaba tanta carga,
y ese cuerpo
y esos ojos
y cómo te sonreías,
que me sentí responsable
de mi cuerpo, de mis ojos,
de mi vida,
de lo que yo puedo darte,
de si lo cuido bastante,
de si mis besos, mis brazos,
mis palabras
tienen arte.
Mira niña, tú eres arte
y ese vestido es artista.
Y esos ojos.
Y ese cuerpo.
Y cómo te sonreías.
Y por supuesto tú.
Hay una parada de autobús
junto a tu casa
y otra de tren,
y sus correspondientes carreteras,
líneas ferroviarias.
Y hay cafeterías, sucursales
bancarias, tiendas
de toda la vida, colegios,
polideportivos.
Y por supuesto tú.
Desde mi punto de vista
solo tu existencia justifica la existencia
de tu mundo,
aunque probablemente existiría
sin ti:
no para mí.
Y cuando voy en tren hasta tu barrio
soy como un glóbulo rojo transfundido
viajando por vasos sanguíneos sorprendentes.
Soy como un niño que lee a Julio Verne.
Veo el mundo paralelo, las paralelas vidas
de la gente para la que soy un solo rostro extraño
que asimilan sin pensar: una brizna más de hierba.
Para mí, ellos son un universo
nuevo del que solo sé sus leyes
y que tú estás.
Y mi sangre y mi literatura al fin se identifican
con la que yo creía inservible primavera
de la Luna.
Por proustiano que os parezca
Sobre las personas que duermen en mi casa
ocasionalmente, no mucho que decir,
excepto que se parecen.
Quizá son sólo los reflejos
de mi mente lo que veo,
tumbados en mi cama,
como en la novela del tal Lem ,
o más probablemente porque dormidos
sus cuerpos se parecen a carcasas
que insectos en su vuelo decidieron olvidar
y uno no se fija mucho nunca en las carcasas de la gente,
sí, por el contrario, en la infancia,
por su interés científico, se fijó
más en las de los insectos,
y se parecen, como los pisos
sin amueblar.
Las personas que velan en mi casa
no se parecen mucho, por el contrario.
Unos son hombres y otras mujeres,
unos madrugan y otros remolonean.
Algunos pocos quiero por la mañana
que se queden.
Por proustiano que os parezca,
cada vez que abro los ojos y junto a mí
hallo unos párpados cerrados,
una nuca o unos pies,
es quién soy yo
lo que entre el silencio y la penumbra me pregunto.
No es cuestión de color.
Te amo
como las hojas verdes aman
a las verdes ramas.
Como las ramas verdes al negro tronco,
el tronco negro a las raíces
blancas.
Las blancas raíces a la tierra.
Como la tierra al cielo.
No es cuestión de color, es de alimento.
Y tú me miras con esos ojos verdes y sonríes,
y de tus verdes ojos me congratulo, no es cuestión de color.
De tu sonrisa, es de alimento,
me maravillo.
Me maravillo como las hojas verdes se maravillan del azul cielo
el cielo azul del azul
mar, el mar azul de la luna
blanca.
Como la blanca luna se maravilla de la luz blanca
del blanco sol,
que la alumbra
porque la ama.
"Tú"
Digo “tú”
y es
que estoy vivo.
Y lo veo escrito
por mí,
y es
que viví.
Y al decirlo se me llena la boca de palabras.
Todas las palabras que te he dicho,
todas las que te he escuchado
decir. Todas las palabras que te rozan.
Digo “tú”
y digo todas tus palabras.
Leo “tú”
y tengo que decirlo,
que escribirlo.
Tengo que seguir viviendo,
diciendo “tú”,
¡tú!
Pensando en ti
con cada palabra tuya.
Tú eres todo lo que no soy yo
y mucho
de lo que sí.
“Cuando diga “ella” y lea “tú””.
Es la idea que me agrede por las noches,
la idea que me aterra hoy,
cuando aún escribo “tú”
y sé quién eres.
No quién eras
ni soy.
"Ella"
puede serlo cualquiera.
“Tú” solo puedes ser
tú.
La insensatez suprema.
El amor pasa
y resulta incomprensible en perspectiva:
es lo contrario de la Historia,
hay que vivir en él para entenderlo.
Yo vivo en un lugar absurdo
e imaginario, como la ínsula
Barataria, como Utopía,
como la Atlántida.
Y surgen por doquier los dones
de la naturaleza, sin embargo.
Y sin embargo voy
sonriente por las calles atestadas
de terráqueos.
Compro el pan en el despacho de una geisha,
viajo en metro y los demás viajeros, azorados,
me rehúyen por mi bonhomía.
Pero mi sonrisa está bien justificada
y estoy en mi derecho.
Solo los locos, los borrachos, yo y los niños
decimos la verdad.
No puedo hablar por ellos, pero yo estoy loco
por ti, ebrio de tu armonía
y balbuceo al verte como un recién nacido.
Y cuando estoy solo hablo contigo
¿acaso no me oyes?
y al entornar los ojos te veo sonreírme,
y en medio del silencio de la noche te escucho respirar mi mismo aire
y creo por eso que ha de merecer la pena
caer de lleno en la insensatez suprema del amor.
Y, diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que, sin duda alguna, eran molinos de viento, y no gigantes, aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran; antes, iba diciendo en voces altas:
–Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.
Calma.
Algo le hace la ciudad al ánimo
de los millones que la pueblan en verano
porque en la noche el silencio es uniforme
como la oscuridad, como si un pacto
rigiera la relación entre los ojos y las voces.
Se oculta en la profundidad de las personas
un grado más en el espíritu gregario,
diríase que la naturaleza al moldearnos
previó la formación de las ciudades.
Como adolescentes que comparten dormitorio
fuera de casa, y tras la última palabra
se conceden un silencio penumbroso
preparatorio de aquel sueño que aún lo repara todo,
en la ciudad hay una hora en la que cesa la batalla.
Tras las ventanas abiertas a la noche que respiran
como estomas luminosos en la sombra de las plantas
veo a anónimas personas preparando su descanso:
flores que se cierran, aves silenciosas ya en sus nidos,
peces que retroceden y se ocultan en marañas coralinas.
Es domingo, acaba el día, termina la semana.
Tú no lo sabes, pero pienso en ti a esta hora,
cuando la noche acalla el zumbido de la calle,
cuando la multitud yace solidificada y duerme
en manada de diurnos animales.
De este domingo importa solo el lunes, ya.
Su inexorable fin y su futuro,
pero es ahora cuando al cerrar los párpados te visualizo,
y al recordarte, entre millones de silencios
que descarto, estoy seguro de escuchar como un hallazgo,
como una veta de mineral precioso, aisladamente,
la calidad acuática del tuyo.
Los años sin erre.
Cuando yo era feliz
era más agradable
para todos.
Para mí el primero,
pero también para ella
y para ellos.
Ahora todo es aburrido y cuesta arriba.
Todo es verano o invierno,
Madrid o Barça,
grande o pequeño.
Todo estupidez o chulería.
Muerte o esto.
A mí ya no me traga casi nadie
y no les culpo,
yo no les echaré de menos.
Mis amigos demostraron ser unos pusilánimes
y yo un llorón molesto.
Pero me llama la atención que a ella
nadie le pida cuentas.
Todo el mundo da por hecho que aquél que dejó es éste,
pero no. Yo antes era alegre
y risueño. Contaba
las mejores anécdotas.
Nunca he dejado tirado a un amigo
un sábado.
Ni un lunes, ni un martes, ni un miércoles,
ni un jueves, ni un viernes;
algún domingo sí, nadie es perfecto.
Yo antes sabía escuchar, la gente
me pedía consejo.
Recuerdo que al llegar la Primavera
quería llorar de alegría
y que me contenía, y que a ella
la cubría de besos.
Antes había Primaveras y Otoños
y en los meses con erre
sidras, gamoneu y centollo.
Ella me dejó con los huevos rotos,
y eso es más desagradable para todos.
Para mí el primero,
también para ellos,
pero, de entre ellos,
el primero
Para ella, que con mis besos se llevó mi primavera
y con mis lágrimas mi otoño,
ahora
ya no.
Interacción nuclear (fuerte).
Hay tanto amor en cada átomo de amor
como en el universo entero.
Porque el amor no existe a gran escala
-se ve en los telediarios-
y sin embargo, de uno en uno, todos
nos enamoramos.
Es como un virus, pero más pequeño.
El amor es una fuerza,
una norma, algo nouménico.
Yo no creo en los gluones,
o mejor dicho, no me los tomo en serio.
(Tampoco a los midiclorianos.)
Pero a la materia sólida, sea como sea,
sí me la creo, y me creo a las parejas
sólidas, sean como sean,
y me las tomo en serio.
El amor que haya entre ellos no me afecta,
es como la interacción fuerte,
que a distancia es como si no existiera.
Pero existe. Nouménicamente al menos.
Como los gluones, como los midiclorianos.
Como los fotones,
aunque el electromagnetismo es otro tema.
Y si no, ¿por qué en Ginebra
han instalado una máquina
para romper corazones en millones
de pedazos?
Te quiero.
Mar de amor amor de mar.
A Rafael Alberti, lógicamente.
Mar de amor.
Por lo insondable,
por lo bello, lo salvaje,
por las bestias abisales.
Mar de amor por lo innegable,
por lo tenaz, por lo fiero
por su brutal oleaje.
Mar de caudales de ríos
que confluyen.
Mar de males de miradas
revisadas.
Mar de sal, que reflota los navíos.
Mar de sal, que reflota los navíos.
Mar de lágrimas perdidas
recobradas en el mar.
Mar de lágrimas pasadas
que vuelven a estar por llorar.
Mar de amor amor de mar.
Mar de amor
amor de mar.
Mar mortal que solo mata
si yo muero amor mortal
que solo muere
si muero.
Mar de amor
amor de mar.
Yo te quisiera amar
como esos marineros
que cuando tocan el puerto
no quieren desembarcar
porque les basta con verlo
y navegar.
Yo te quisiera amar
como esos marineros...
mar de amor
amor de mar.
diamante o párpado
Acaso el preciosismo en la poesía dependa de la joya en la mirada: si es un diamante o un párpado, es decir, si multiplica u opaca. Te...
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No sé si los patos parpadean. Yo parpadeo, tú parpadeas, él parpadea, pero no sé si los patos parpadean. Parpan seguro, los he oído, pero no...