El tiempo pasa para todos.
A mi hermano Jorge, en su cumpleaños
Él envejece en su burbuja
a la velocidad de un párpado
abriéndose por las mañanas,
a la velocidad de las corolas
amaneciendo, a la velocidad
del aire que no es brisa ni es viento.
Como la miel que cae de una cuchara,
como las estaciones intermedias,
como la lluvia empapa los sombreros,
como el silencio se contagia.
Él envejece en su burbuja y los demás envejecemos.
Tu se' morta
y el triste destino de Orfeo:
"...y que solo las ninfas más puras admiren tu arte,
y que sea su fragilidad la tuya, y que sea
su amor el vehículo
de tu perdición."
entre otras lindezas, clamaron las Parcas
en mi alumbramiento.
Y no olvido la inocencia sublime de Eurídice,
(aunque lloro por mí, no la olvido).
Quizá ella no lo merecía, o quizá sí, ése es otro tema,
pero yo la amé en este mundo
y bajé a los infiernos por ella,
y al volver a la vida, el mundo
absurdo y celoso
me cortó la cabeza,
y así voy, sin cabeza
para concebir un futuro
y con el corazón perfundido,
repleto de imágenes, recuerdos,
de futuros truncados,
y silencio.
Dios.
Siempre, al salir del garaje,
recorro unos cuantos metros de más
con el intermitente puesto.
Unos metros en la acera
sonrojados
otros no.
Ellos nunca saben
de antemano (depende de la velocidad,
depende del tráfico)
si serán iluminados. Después
no pienso más en eso en todo el día.
Como aceitunas verdes
Tus palabras son a veces como aceitunas
verdes recién caídas del olivo.
Las veo venir brillantes como una puesta de sol,
entre destellos veraniegos, como de aceite
flotando sobre el agua
de mi lágrima.
Y son tan suaves como un beso
y tan sabrosas como un abrazo.
Pero tus palabras, como las aceitunas verdes
recién caídas del olivo,
tienen su hueso.
Y yo mastico el hueso de tus palabras
inexorablemente
porque me gusta cómo eres,
completa, tú.
Y yo no escupiría un ápice de tus palabras
fuera de mí para olvidarlo
sin comprenderlo,
ni cambiaría el hueso de tus palabras
por otra cosa blanda y salada.
Las veo venir brillantes,
las saboreo, y
las digiero.
Trabalenguas
Carpanta se harta de carpas
debajo de una pancarta
y cuanto más ve la pancarta
más carpas cata Carpanta,
porque en la pancarta hay carpas,
parcas carpas, pero carpas.
Sal.
Al bar La Luna
En la desvencijada playa,
hacia la orilla,
hay estrellas de mar
como imitando el cielo,
y trozos de cristal de las salinas.
Crustáceos, moluscos,
veleros
en los que ir a navegar.
El rancio pueblo costero se zambulle con estilo.
"Está buenísima",
y sonríe
camino del abismo.
No espero menos.
He ido a por la licencia
he ido a por el arma
he ido a por las balas.
Ahora iré
a por vosotros.
...
Una licencia
poética.
La última arma,
la palabra.
Balas de hierba
waltwhitmanianas
en la recámara.
Vosotros,
ahora.
Montes do Gozo.
Déjame ver mi nuevo cuerpo,
que la luz de la mañana lo dibuje y lo defina,
que mi nuevo aroma impregne para siempre mi memoria,
que mi nueva piel se palpe y que me reconozca.
Mis nuevos ojos miran: hoy quiero verlos ver
mi nuevo rostro, y aprender de sus manías
nuevos caminos.
Y recorrer mi nueva geografía
desde la atmósfera a los acuíferos.
Bajar de cada monte y de cada colina
y pasear de las llanuras a los valles
y sumergirme en las simas.
Hay en los cuerpos lugares misteriosos
donde confluyen formas sin fronteras.
Quiero explorarlos, hundir cada sentido en su espesura,
iluminar lo lóbrego, empaparme
en cada cauce de mis nuevas correrías.
Saborear mi cuerpo nuevo
y hablar contigo mientras también te saboreas
y a tu sabor le das otro sentido
y a tu latir le doy otro latido.
Desprestigiar la religión de lo remoto,
de lo escondido trazar cartografía,
cada milímetro cuadrado esclarecido
o por tu voz o por la mía.
!Montes do Gozo, horizontes infinitos,
revelaciones solo dichas al oído!
Niña...
Con ese vestido, niña,
me borraste la sonrisa.
Con ese vestido, ese cuerpo
y esos ojos
y cómo te sonreías.
Tú sabías que tenías superpoderes,
que tenías telepatía, aquella tarde,
telequinesis, hipnosis,
preferencia ante los taxis...
Me borraste la sonrisa
porque al acercarte aquella tarde
con ese vestido, niña,
yo notaba tanta carga,
y ese cuerpo
y esos ojos
y cómo te sonreías,
que me sentí responsable
de mi cuerpo, de mis ojos,
de mi vida,
de lo que yo puedo darte,
de si lo cuido bastante,
de si mis besos, mis brazos,
mis palabras
tienen arte.
Mira niña, tú eres arte
y ese vestido es artista.
Y esos ojos.
Y ese cuerpo.
Y cómo te sonreías.
Y por supuesto tú.
Hay una parada de autobús
junto a tu casa
y otra de tren,
y sus correspondientes carreteras,
líneas ferroviarias.
Y hay cafeterías, sucursales
bancarias, tiendas
de toda la vida, colegios,
polideportivos.
Y por supuesto tú.
Desde mi punto de vista
solo tu existencia justifica la existencia
de tu mundo,
aunque probablemente existiría
sin ti:
no para mí.
Y cuando voy en tren hasta tu barrio
soy como un glóbulo rojo transfundido
viajando por vasos sanguíneos sorprendentes.
Soy como un niño que lee a Julio Verne.
Veo el mundo paralelo, las paralelas vidas
de la gente para la que soy un solo rostro extraño
que asimilan sin pensar: una brizna más de hierba.
Para mí, ellos son un universo
nuevo del que solo sé sus leyes
y que tú estás.
Y mi sangre y mi literatura al fin se identifican
con la que yo creía inservible primavera
de la Luna.
diamante o párpado
Acaso el preciosismo en la poesía dependa de la joya en la mirada: si es un diamante o un párpado, es decir, si multiplica u opaca. Te...
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No sé si los patos parpadean. Yo parpadeo, tú parpadeas, él parpadea, pero no sé si los patos parpadean. Parpan seguro, los he oído, pero no...