Vida.




Hay un resto poético
entre los alquileres que voy dejando a la deriva.
Todo movimiento periódico produce un sonido,
aunque su frecuencia sea inaudible
para la mayoría.
Yo salgo del banco con distinta ropa cada vez,
como en una elipsis cinematográfica,
y para el banco y mi casero soy como un cometa
que pasa cerca el día uno de cada mes.

Pero puedo asegurar que estoy vivo
y que existe una envolvente de los múltiples periodos
a los que me someten la naturaleza y la sociedad.
Que el mundo cambia por mis decisiones,
que soy tan culpable de todo como el que más.
Que cuando yo muera
habrá más silencio y más tristeza en una casa.

Repámpanos.



Qué coñazo
vivir toda la vida.
La vida entera esperando
instantes mínimos
y tan inexistentes
al fin
como la muerte.
Algún momento loco
y muchos plácidos,
pocos de auténtico dolor,
la mayoría de paso.
Y el malhumor de no saber
si fue la última vez
que respiramos,
si volveremos a comer
calabacín.

Cuando yo tenga setenta y pico años.

Cuando yo tenga setenta
y pico años,
seré mucho más sabio
que lo que soy ahora,
con la sabiduría
mucho más honda y
por lo tanto
seré menos sabihondo.
Pero estas letras
que no se lleva el viento
seguirán entonces siendo mías:
mientras yo voy viviendo,
mientras yo las escribo
lo siguen siendo y
no puedo evitarlo.

Tal vez, cuando tenga setenta
y pico años las leeré
por un casual.
Me las traerá a la vista un disco duro
resucitado por el cambio a otra tecnología
y al leerme
tal como soy, cuando ya no lo sea,
pensaré en mi pasado con nostalgia
y con melancolía.

Y no estaré de acuerdo al cien por cien,
eso es seguro, con palabras ni ideas,
pero siento que ese yo que aún no soy
seguirá siendo algo de éste:
agudizado por la vida;
por la constatación de sus temores.
Y desde ese extremo del lapso
la nostalgia
será el miedo natural a la inmediata muerte,
solamente,
pero la melancolía será horror
por esa vida,
que viéndose desde éste,
en perspectiva,
se ve también desperdiciada.

Aunque quizá no viva tanto,
es el consuelo de este día.

Sensación de otoño.


(foto: ibotamino)









Esta sensación de otoño
me la dan las hojas de los árboles
que ahora son del suelo,
y algunos charcos secándose al sol del mediodía;
ese sol lento que me hace ahora acarrear
mi abrigo matutino.


Me dan los niños la sensación de otoño,
hablando siempre con franqueza en el camino
de su escuela, con su uniforme, con su mochila,
con su peripatética jerarquía.
Yo me recuerdo a mí cuando era ellos
como recuerdo las hojas antes, en sus árboles.
Así comprendo quién ya no soy,
y quien no volveré a ser ya. De dónde vengo.
No cuándo es hoy. No a dónde voy.
No quién seré cuando ya haya llovido y llegue el hielo,
cuando yo haya ya vivido y mire atrás, nostálgico,
sin distinguir quizá las estaciones.


Siento un hastío fenológico por esta sensación, por este otoño,
por esta ilusión perenne de presente entre el frondoso tiempo caducifolio,
por este sol y por su declinar oblicuo.
Solo quizá cuando el viento se vuelva frío encontraré consuelo en el calor
absurdo ahora, como un fardo de futuro,
de mi abrigo vespertino.

Saliva seca.



Te di un último beso sabiéndolo,
saboreando su única categoría;
ese sabor, como el de las sílabas más próximas al silencio,
que anuncia el vano de ser
tan cerca de la nada.


Hay partes blandas en cada palabra
pronunciadas por delicadeza,
pero el significado no se halla ni siquiera en su núcleo,
está en la comparación de las miradas,
pide futuro.

Sílabas solubles en saliva,
últimos besos;
basura de la lengua:
mentira.

Amados idos.



Cuando ya no haya calvos
ni desdentados
yo lo estaré por dentro.
No podré dejar ya de haberlo estado.


Lo mismo me ocurre con la injusticia,
con la mentira, con el absurdo.
Con la entropía a la que muchos achacan sus faltas
prematuramente.


Porque sé que habrá dientes postizos,
reimplantes de folículo indistinguibles
de los antiguos, desertores.
Y no me negaré a lucirlos:
volver a peinarme,
comer bocadillos;
aunque recordaré su ausencia,
el tiempo oscuro en que me valí sin ellos,
mis auténticos dientes y cabellos,
amados idos,
malditas flores,
mis atractivos, que en su huida eligieron ser
mis detractores.


Y yo no olvido.


Lo mismo me ocurre con la injusticia,
con la mentira, con el absurdo.
Con la entropía a la que muchos achacan sus faltas
prematuramente.

L’amour fou



No estoy loco de rabia,
sólo un poco, sí, de pena.


Pero es más importante, mucho más,
la locura que la pena,
que la rabia.
Mucho más que la locura ajena.


Estoy loco de amor, y esa locura
es menos importante que el amor,
pero genera rabia,
genera pena,
y genera locura en los demás.


Estoy loco y parezco apenado.


Estoy loco y parezco rabioso.


Estoy enamorado.


Parezco loco.

diamante o párpado

Acaso  el preciosismo  en la poesía   dependa  de la joya en la mirada: si es un diamante o un párpado,  es decir, si multiplica u opaca. Te...