En el portal de Cualquier. (Villancico)





Acaba de llegar el niño;
no sabe nada.
No distingue aún el frío,
ni el arañar de la paja.
Siente el aire en sus pulmones
como fuego,
y el latir del corazón
es solo un eco
huérfano de otro latido
que le falta.



Y en el portal de Cualquier
solo hay vergüenza
por no tener
otra cosa que ofrecer.


Y la alegría de ser.



Acaba de llegar el niño;
es plena noche,
pero él no espera el día
ni siquiera lo conoce.
Ignora al buey y a la mula
y a su familia,
su afán es el oxígeno
que le da vida
aunque en la misma medida
ya se la quita.



Y en el portal de Cualquier
solo hay vergüenza
por no tener
otra cosa que ofrecer.


Y la alegría de ser.



Acaba de llegar el niño;
es único todavía,
sin predecir el futuro,
sin recordar un pasado;
el tiempo por el momento
solo es un punto
y cada nuevo segundo
una aventura
como cada nacimiento
un milagro.



Y en el portal de Cualquier
solo hay vergüenza
por no tener
otra cosa que ofrecer.


Y la alegría de ser.

Litotripsia emocional.



Oh, cálculo. Oh, oh.
Cuánto dolor me causas en tu transitar taimado
por mi uretra y otros lados.
En tu trecho tortuoso
me fuerzas a tomar conciencia
de todas mis pertenencias.
Quédatelas, puta piedra,
o sal de mí
¡oh, oh!
Conciencia atroz.
Cuando me hablaron de tu calibre no les creí,
y un punto de vanidad asomó en mí por tus conductos.
Pobre infeliz,
sufro de ti:
el pie de rey más infalible,
cálculo justo de lo inasible.

Teléfonos de nueva generación.

He visto en un teléfono
una fotografía tuya con tu hijo.
Pero a ti no te he visto en tu hijo.

Una fotografía tuya con tu pelo,
algo más rubio,
con tu mirada, con tu piel,
nítida y blanca.

Solo se veía tu cara y la de tu hijo,
pero yo no he visto a tu hijo.

Y aunque no estaban en la fotografía
sí he visto tus maternales pechos
amamantándome a mí en la oscuridad de un portal
cuando aún no eras madre,
y he creído oír tu tintineante sonrisa;
oler tu fuerza primitiva.
Y tus fríos labios humedecían mi lengua.

Toda la absurda conversación
mientras tanto hablaba sobre tu hijo.
Su piel, su pelo, que yo no miraba,
sus primerizas palabras, su mirada,
su sonrisa tintineante.

Pero yo no oía la absurda conversación
hablando sobre tu hijo a quien tampoco veía.
Sólo escuchaba tu voz susurrando mi nombre
por primera vez en la oscuridad,
y tu respiración acelerada,
solo veía tu piel y tu pelo
y tu ropa de invierno sobre mis ateridas manos.

Y he aborrecido este tiempo de hijos y teléfonos.

Matadero Cinco

El hecho de que exista un libro
como Matadero Cinco,
de un escritor
semidesconocido
[Vonnegut, Kurt, dirán algunos,
no es desconocido,
yo lo conozco;
no es conocido,
no sé quién es,
dirán, a su vez, otros.
(Hay que leer Matadero Cinco
para entender que Kurt
Vonnegut es, fue y será
semidesconocido)],
casi, casi, casi,
pero no,
pero casi,
a estas alturas tan felices de la vida
justifica
el bombardeo de Dresde:
pero no.
Pero casi.

Kurt Vonnegut
murió "hace poco"
y se quedaron los pajaros cantando.
Pío-pío-pi

En concierto.

tos tras tos,
el público modera el silencio.
Un acorde
tos!
un caramelo
tos!
tos!
un solo de
tos!
violoncello.

El aire del auditorio
vibra
de ondas estos!cionarias
repleto.

Un silencio...

Aplausos, estertores de butaca, pedos.
Cuchicheos...

Como en Viena, el director
dirige a los japoneses:
"plas, plas,"
ahora no,
"plas, plas,"
ahora sí,
el uno de cada enero,
quizá la costumbre debería extenderse
por todo el mundo entero.

Las orquestas tocan solas,
se demandan Tos!caninis.

Y que nadie grite ole.

Camino por la calle
y voy flipando al respecto
de la gente que abarrota
sus centímetros cuadrados,
sus baldosas,
coreografiadas sus trayectorias como en un tablao.
Es flipante su jaleo de multitudes
su taconeo de señoras
sus invisibles remates entre:
las obras,
los semáforos,
las varillas de los paraguas,
los niños,
las ruedas de sus cochecitos...

y que nadie grite ole.

Una gitana urbana está que regula el tráfico:

Miralá cara a cara, que es la primera...

La velocidad de lo que viene
aunque uno nunca vaya a ningún sitio.

La Plaza de España parece un encierro
miles de sanfermines simultáneos,
superpuestos...
quiero cruzar la Estafeta
que aquí se llama Princesa,
no hay momento.

Pobre de mí...

Amor, etc.



Como la maleta triunfante
que aguarda tranquila el viaje en la oscuridad,
junto a sus colegas cada vez más nuevas y vacías,
también hay palabras.
Porque ¿qué se le puede pedir a una maleta?
Que las cosas útiles ocupen menos dentro de ella
que en cualquier otro lugar,
que guarde más espacio que el que ocupa.
También hay palabras - maleta vieja,
útil, viajada;
aunque vacías, como las maletas útiles
no sirven de nada.

Noche.



No hay nadie en esta habitación.


Un ordenador sobre una mesa,
una cama vacía,
una silla,
yo...


aparecen letras en la pantalla
de una en una.
Mi personaje trata de describir sus emociones de una manera objetiva,
sin apasionamiento,
como son,
mejor dicho, como serían
si esas cosas existieran por sí mismas,
sin personas que las sustentasen.
Porque aunque hay más personas que emociones,
las emociones cambian en función de en qué cuerpo se hallan diluidas, y solas,
simplemente son ideas,
conceptos.


Amor,
tristeza,
soledad...
no es lo mismo en pantalla que en la vida,
por eso digo que no hay nadie.
Sólo yo, pero funcionando como un oficinista que trabaja para mí.


Amor:
te recuerdo porque te quise tanto como puedo
aunque ahora ya no tengo
ni un amor igual
ni más moderno.


Tristeza:
Que se diferencia del capricho en que persiste
mientras pienso en otra cosa,
como que tengo sueño,
como que tengo hambre,
como que tengo frío.
Como que estoy escribiendo
descalzo palabras que no leerás.


Soledad:
El sonido de mi respiración y mi llanto
pequeño y absurdo comparado con la noche;
tan pequeño y tan absurdo que se consume como una llama sin oxígeno,
por mucho alcohol que tenga a su alcance.



"Te quise tanto que llegué a creer
que decirlo era pecado. Corromper
un sentimiento así con palabras
con un fin, qué sé yo cuál;
enamorado los medios nunca lo justifican..."



pero ahora ya no estás, y no puedo ir a ese pasado,
no tiene sentido que mientras estoy ahí esté aquí,
sentado en esta silla en calzoncillos,
sin zapatillas...


veo la mesa, veo las letras aparecer en la pantalla,
veo mis dedos moverse por el teclado.


Son los dedos de otro.


Yo no puedo ser tan frío.

De ahí.


De ahí mismo;
de entre mis pasos, y los de la gente que abarrota la calle;
de entre mis pensamientos turbios,
preocupados.

Del regusto lejano del café,
entre el humo de los coches,
el estruendo de las obras,
y el tráfico.

Es de ahí de donde hablo.

De entre faldas, pantalones y zapatos;
de entre hombres y mujeres,
y otros hombres y otras mujeres,
y de entre ellos y yo.

De entre la infancia y la lasitud.

Del presente, sin privilegiarlo.

Busco el lugar que rodea la sombra,
el intersticio entre dos nombres,
el algoritmo para cada silueta,
el muro de lo inefable.

ritardando
Del regusto lejano del café,
entre el humo de los coches,
el estruendo de las obras,
y el tráfico.

...siempre...



...antes.
...algo antes.
...pasa algo antes.
...siempre pasa algo antes.


Es difícil ver desde dentro
un ciclo completo,
pero lo que nunca veremos
es su comienzo.
Porque no comienza él,
sino nosotros.
Y nunca pasa algo antes
que no pasará después,
ni viceversa.

Olbàp Anìtroc, poeta anterior.

diamante o párpado

Acaso  el preciosismo  en la poesía   dependa  de la joya en la mirada: si es un diamante o un párpado,  es decir, si multiplica u opaca. Te...