crisis




La noche está preciosa con su luz
ausente
solo algunas estrellas dicen vente,
pero tú no has de ir, porque es corriente
correr hacia la luz entre polillas.
Y tú no eres.

Es en la oscuridad donde tu juicio
deja la vida fuera y se aclara
y las ideas que piensas tenuemente
sin los ojos se ven no vagas, claras.

Verás que lo que has visto por el día
será como un dios caido en desgracia
que alicaído nunca volaría.

Sabrás que abrir los ojos esta noche
te envalentonará ambas pupilas
y aprehenderán la luz sin su derroche.

Salva me




El ansia de un náufrago es la compañía,
somos náufragos
en islas repletas de náufragos.
El universo es el naufragio supremo,
cada ser vivo
una tabla a la deriva.

Sálvame, plural, de mí.

Es la oración
que Dios rezaba de niño,
que reza el hombre
ahora que el hombre es dios.

Plaza de San Ildefonso, 8 a.m.






Las uñas de los pies
negras de andar descalzo.
Pétrea mirada en blanco
invisible que se ve.

El lecho de cartón,
rubia de desayuno,
grises volutas de humo
entre brindis por el sol.

Borracho de la plaza,
fiel de los transeúntes,
traspiés de misa a casa
ausente de tu vida.

Midas de ojos azules
que olvida lo que mira.

Verbos de barro.





Les dice Jesús: Desatadle, y dejadle ir.
Juan, 11:44












Un poeta está escribiendo
su poema.
Ve imágenes, escucha, huele,
saborea, recuerda.
Resbala por el papel
como por un tobogán de la infancia,
uno de aquellos que terminaban
de pronto,
cuando dejaban de ser
toboganes.

La rampa solo es la rampa.
La rampa solo es la rampa.

Y se repite la historia que no estaba previsto repetir.

Un poeta está escribiendo su poema.

Poema escribiéndose: palabras muertas que resucitan.
Un funeral inverso
en el que los vivos reciben a los muertos.


Me imagino al hombre que escribe,
sentado en una silla,
sobre un papel, con un bolígrafo.

Creando un universo
sobre un papel, con un bolígrafo.

Tal vez dios de algunas leyes propias de lo escrito
sobre un papel...

es un hombre que se convierte en
un poeta, cuando crea.
Como Dios fue dios mientras creó.

Es un hombre que es solo un hombre
cuando deja de crear.
Un animal mortal respirando el aire del presente,
quemándose por dentro hasta la muerte con su oxígeno,
con su orden
cronológico.
Más cierto que los dioses
eternos, fuera del tiempo,
inexistentes
mientras no donan soplos animadores de las nadas.


Ahora imagino al poeta
que escribe, sentado en una silla.
Y deja de escribir unos instantes
y deja de existir, y esos instantes
los vive el hombre solo.
Pero no quiero imaginar al hombre:
borro al hombre.
Quiero ver la intermitencia del poeta
como una imagen en una tele mal sintonizada
en la que las imágenes vienen y van
mostrándonos el artificio técnico
que es llamar a una pantalla
realidad.

Así veo yo a ese poeta
que escribe ahora una letra
y escribe una letra
y piensa, y se distrae,
y la poesía agoniza a sus pies de hombre que no escribe
porque no hay ningún poeta rescatando a las palabras
de sus tumbas
y llamándolas a alinearse
en ese patio blanco de papel
que vela armas tras la letra
eternamente,
como un dios inmóvil, silencioso,
inexistente.


No hay
más tinta
que la tinta de las letras.
No hay más poeta
que el que termina su poema
y deja vivir a las palabras bajo sus propias leyes;
toboganes entre el cielo y la tierra,
verbos de barro
que no recuerdan el tiempo
en que solo eran ideas.

Atlántida II





cuál ha de ser el Ararat de Europa
miríadas de cayucos se preguntan 
varados en la costa
mientras las mafias calafatean sus cascos,
cuentan sus beneficios
sacian su sed de vidas íntegras,
de vírgenes,
de infancias.

Dónde, cuando se hunda todo, aterrizar,
sobre qué cumbre encallaremos,
qué aperos de labranza serán más necesarios,
qué idiomas, qué palabras.

Niños que encuentran su lenguaje en este tiempo,
pioneros de nuestro plan extraterrestre 
en cuya urdimbre se enreda una especie 
parricida, inextricablemente.

Infancia, truco improvisatorio,
vuelve a sacar al hombre de la arena movediza a la que salta
cuando el confort del mundo está a la vista.
Crece pronto,
aprende,
permanece.

nos pasa a todos



nací, y eso fue caer en una arena movediza
de la que nadie me avisó ni en el umbral,
ni antes, ni después.
Tal vez no hay nadie a quien culpar,
no es un umbral,
sino una casa
que cae detrás de ti y que al oír su ruido ves
y crees que ha estado ahí toda la vida.
Nos pasa a todos, así que en este lado
somos hermanos al menos de ignorancia.
Y al bucear entre la arena aprendemos
a compartir el aire,
aunque sea una burbuja tan vieja como el mundo
mil veces saboreada por otros paladares.
Y cuando ya sabemos nos dejan ir
poniéndonos una pared delante...
o nos dejamos ir
cuando la vemos.

a las calles




Al juez Santiago Pedraz y a los "pijos ácratas" como él


Nos unimos para hacer preguntas, a veces,
en las calles.
Ahora que, aunque es otoño, todavía hace buen tiempo.

Nos preguntamos cómo, quién, cuándo…
entre risas, sentados en el suelo, o
paseando. O simplemente de pie,
como si esperásemos a alguien.
Como si esperásemos a alguien que no llega;
porque estamos horas haciéndonos preguntas,
a veces,
sin conocernos, incluso.

Pero nos unimos, aunque no nos conozcamos.
Nos une no saber, hacer preguntas por si alguien
sabe las respuestas,
por si alguien sabe cuándo, quién,
cómo…
por si alguien que sepa quiere responder.

Entonces llegan algunos de nosotros
y nos dicen que dejemos de reunirnos,
que nos vayamos a casa,
que no esperemos respuestas.
Nos ponen, incluso, impedimentos
para salir a la calle:
nos dicen que va a llover,
nos dicen que ya es otoño…

pero todavía hace buen tiempo,
eso lo sabemos porque estamos en la calle
y vemos el cielo. Precisamente
porque estamos en la calle,
como es natural.

Y nacen nuevas preguntas de la falta de respuestas:
al cuándo, al quién, al cómo
esa ausencia, ese interés porque nos vayamos a casa
donde no veríamos el cielo
donde no sabríamos si llueve o no
donde el otoño sería una mera costumbre,
un paraguas apoyándose en la puerta
añadimos un ¿por qué?
y nos empujan, entonces, esos,
que son como nosotros,
que ignoran todas las repuestas,
que dicen cumplir solo órdenes,
a nuestras casas.

Olvidan,
no esos que están donde nosotros
-porque, como nosotros,
nunca supieron-
sino los otros,
los que les dan esas órdenes ocultos tras el silencio,
tras el otoño, tras el seudónimo de los adverbios,
que nuestras casas no son
nuestras,
son,
ya,
suyas.

Lo olvidan.
Y entonces tenemos que  asumir que ellos,
que nos las han robado,
que no responden nuestras preguntas,
que a veces, cuando ven que nos unimos 
sin conocernos, incluso,
en la calle
-como es natural-
como si esperásemos a alguien que no llega porque no llega nadie nunca ,
nadie escucha,
nadie quiere responder,
son precisamente aquellos que nos empujan.

Y al final todo se convierte en una lucha entre nosotros y ellos,
una lucha sencilla.
Solo que ellos sabían desde el principio quiénes éramos nosotros
y por qué, y cómo,
y sabían dónde.
Y nosotros no sabíamos que existían
ellos. Que existíamos
nosotros.
Y ahora ya no importa cómo,
quién, ni cuándo,
ni por qué.
Ahora importa lo que aún puede cambiar antes de que llegue el auténtico otoño, 
y -precisamente es lo que les molesta cuando a veces nos unimos para hacer
preguntas en las que son nuestras calles-
eso es dónde.

diamante o párpado

Acaso  el preciosismo  en la poesía   dependa  de la joya en la mirada: si es un diamante o un párpado,  es decir, si multiplica u opaca. Te...