Nos unimos para hacer preguntas, a veces,
en las calles.
Ahora que, aunque es otoño, todavía hace buen tiempo.
Nos preguntamos cómo, quién, cuándo…
entre risas, sentados en el suelo, o
paseando. O simplemente de pie,
como si esperásemos a alguien.
Como si esperásemos a alguien que no llega;
porque estamos horas haciéndonos preguntas,
a veces,
sin conocernos, incluso.
Pero nos unimos, aunque no nos conozcamos.
Nos une no saber, hacer preguntas por si alguien
sabe las respuestas,
por si alguien sabe cuándo, quién,
cómo…
por si alguien que sepa quiere responder.
Entonces llegan algunos de nosotros
y nos dicen que dejemos de reunirnos,
que nos vayamos a casa,
que no esperemos respuestas.
Nos ponen, incluso, impedimentos
para salir a la calle:
nos dicen que va a llover,
nos dicen que ya es otoño…
pero todavía hace buen tiempo,
eso lo sabemos porque estamos en la calle
y vemos el cielo. Precisamente
porque estamos en la calle,
como es natural.
Y nacen nuevas preguntas de la falta de respuestas:
al cuándo, al quién, al cómo
esa ausencia, ese interés porque nos vayamos a casa
donde no veríamos el cielo
donde no sabríamos si llueve o no
donde el otoño sería una mera costumbre,
un paraguas apoyándose en la puerta
añadimos un ¿por qué?
y nos empujan, entonces, esos,
que son como nosotros,
que ignoran todas las repuestas,
que dicen cumplir solo órdenes,
a nuestras casas.
Olvidan,
no esos que están donde nosotros
-porque, como nosotros,
nunca supieron-
sino los otros,
los que les dan esas órdenes ocultos tras el silencio,
tras el otoño, tras el seudónimo de los adverbios,
que nuestras casas no son
nuestras,
son,
ya,
suyas.
Lo olvidan.
Y entonces tenemos que
asumir que ellos,
que nos las han robado,
que no responden nuestras preguntas,
que a veces, cuando ven que nos unimos
sin conocernos, incluso,
en la calle
-como es natural-
como si esperásemos a alguien que no llega porque no llega
nadie nunca ,
nadie escucha,
nadie quiere responder,
son precisamente aquellos que nos empujan.
Y al final todo se convierte en una lucha entre nosotros y
ellos,
una lucha sencilla.
Solo que ellos sabían desde el principio quiénes éramos
nosotros
y por qué, y cómo,
y sabían dónde.
Y nosotros no sabíamos que existían
ellos. Que existíamos
nosotros.
Y ahora ya no importa cómo,
quién, ni cuándo,
ni por qué.
Ahora importa dónde.
ésta es la poesía!
ResponderEliminarla de sangre, la de todos, la que no usa la cáscara poesía y es por la rabia, por la justicia, por la vida, por lo que es poesía hasta los tuétanos.
Me fascinó. Me engritó. Me revolvió.
Gracias. Gracias.
Muy bien, muy bien Pablo, y la dedicatoria perfecta.
ResponderEliminarAbrazo,
Nená