Ella llora sobre mí,
y es como si me lloviera
y aunque vengo del orbayo ya no sé
si llueve o estoy llorando.
Cuatro gotas, pero mojan
como caerse de un barco
por la borda en el Cantábrico,
con la sal, el frío, el desamparo.
Ella llora y yo naufrago.
Ella llora sobre mí,
y es como si me lloviera
y aunque vengo del orbayo ya no sé
si llueve o estoy llorando.
Cuatro gotas, pero mojan
como caerse de un barco
por la borda en el Cantábrico,
con la sal, el frío, el desamparo.
Ella llora y yo naufrago.
Siempre, al salir del garaje,
recorro unos cuantos metros de más
con el intermitente puesto.
Unos metros en la acera
sonrojados
otros no.
Ellos nunca saben
de antemano (depende de la velocidad,
depende del tráfico)
si serán iluminados. Después
no pienso más en eso en todo el día.
Acaso el preciosismo en la poesía dependa de la joya en la mirada: si es un diamante o un párpado, es decir, si multiplica u opaca. Te...