Murió Ángel González. Lo sabe todo el mundo. Lo que quizá no supo tanta gente es que vivió, pero eso suele suceder con los poetas y con los músicos. Ángel González era un señor viejo de barba blanca y gafas al que hicieron el otro día doctor Honoris Causa en la Universidad de Oviedo. Era un poeta resurgido por el éxito de sus admiradores, los poetas de la experiencia: Luis García Montero, sobre todos, Jon Juaristi, y algún otro. Pero tras todas las etiquetas y los reconocimientos, queda la obra. Y es una obra de alguien que no era viejo, ni tenía barba, ni usaba gafas, ni, mucho menos, era doctor. Ahora que ha muerto hay que leer su poesía prescindiendo de su personaje, imaginando en los versos una voz como la que oímos de nosotros dentro de la cabeza, que no es como la que el espejo nos devuelve casi nunca. Este hombre escribió lo siguiente:
Estoy Bartok de todo...
Estoy Bartok de todo,
bela
bartok de ese violín que me persigue,
de sus fintas precisas,
de las sinuosas violas,
de la insidia que el oboe propaga,
de la admonitoria gravedad del fagot,
de la furia del viento,
del hondo crepitar de la madera.
Resuena bela en todo bartok: tengo
miedo.
La música
ha ocupado mi casa.
Por lo que oigo,
puede ser peligrosa.
Échenla fuera.
y también:
Canción, glosa y cuestiones
Ese lugar que tienes,
cielito lindo,
entre las piernas,
ese lugar tan íntimo
y querido,
es un lugar común.
Por lo citado y por lo concurrido.
Al fin, nada me importa:
me gusta en cualquier caso.
Pero hay algo que me intriga.
¿Cómo
solar tan diminuto
puede ser compartido
por una población tan numerosa?
¿Qué estatutos regulan el prodigio?
Este es el poeta que ha muerto, entre otros.
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Vi hablar a Ángel González en el homenaje que hicieron a Alarcos al poco de que muriera. El resto de la gente que había allí dijo cuatro lugares comunes o habló de sus pequeñas paranoias. Ángel González fue el único que supo decir que había sido amigo de Alarcos, y lo que había sido esa amistad, y lo que sentía al volver a un Oviedo sin Alarcos. Y al decirlo hizo que se sintiera la realidad de esa amistad, y al traer esas realidades consiguió decir algo que nos llegó a todos, por lo menos a los que estábamos escuchando y no figurando, y dejó de tener importancia que hablara de su amistad con Alarcos, porque lo que estaba diciendo era la definición misma de lo que es tener un amigo, y efectivamente, no importa que tuvieran gafas, o barba, o fueran doctores o no. Lo que importa son las voces, y si podemos ser nosotros, alguna vez, los que carguemos con la responsabilidad de tener esas voces, o por lo menos tener un amigo que lo haga por nosotros en nuestro funeral.
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