Mi mente es una habitación oscura.
Yo dentro, a tientas, tropezando con los escasos muebles,
busco la manilla de las ventanas o de la puerta, palpando
los ojos abiertos como los de un recién muerto, la pared.
Me imagino esa pared cubierta de papel pintado
de colores de otra época, lleno de mugre y telarañas,
rasgado aquí y allá, y dejando al descubierto nidos de gusanos blancos,
de larvas de idea transparentes,
pero no lo puedo ver.
Hay un olor a carne joven putrefacta,
cerca de mí revolotean insectos imaginarios
y en el suelo hay un légamo esparcido por mis pies
más abundante cada paso, cada paso más resbaladizo.
Quiero salir, pero una voz me pide el santo y seña.
Lo desconozco. Lo saben los de fuera.