Si los amaneceres pensaran...



Si los amaneceres pensaran discutirían
por nuestra causa.
Por no saber quién sabe más sobre nosotros:
si nos queremos,
si no,
si hoy es mejor o peor que ayer
o que mañana.


Unos amaneceres y otros no se pondrían de acuerdo, porque en algunos
amanecimos juntos en la misma cama y en el mismo beso.
Nos despertó la misma luz del mismo amanecer
al mismo tiempo.


Otros dirían que estábamos separados,
que despertaron a dos personas distintas
en dos distintas habitaciones,
atravesando cada ventana de una manera,
incidiendo en dos ángulos distintos,
sobre las sábanas.


Si los amaneceres pensaran se reunirían para charlar,
discretamente,
en las hemerotecas.
En torno a una gran mesa redonda
cuya presidencia habría de rotar cada día,
siendo además
el presidente de turno
el único ausente...


Yo mismo cedo a veces a la tentación
de no considerar a los amaneceres
como una sucesión continua.
Me resisto a pensar que la última palabra es la opinión última,
que la última emoción es más auténtica que las anteriores.
Que hoy es más mi vida que ayer,
que mañana.
Que yo existo, si he de ser
solo una procesión de individuos
que se repiten:
fotografías
que hacen cine.


Y no lo pienso, a la luz de algunos amaneceres
y a menudo confío mi vida a su discreción.


Si al acabar la vida de los poetas
no queda más que un libro de poemas,
qué va a quedar de hoy.
Imágenes calcadas, y sobre ellas
los mismos pensamientos.
Hasta la luz del alba es neutra
y en el resuello de los semáforos
se escucha al mismo locutor
hablándonos del tiempo
que hará mañana.
Hoy ha acabado todo,
somos carnada a barlovento
de los cronómetros hambrientos.

Vida.




Hay un resto poético
entre los alquileres que voy dejando a la deriva.
Todo movimiento periódico produce un sonido,
aunque su frecuencia sea inaudible
para la mayoría.
Yo salgo del banco con distinta ropa cada vez,
como en una elipsis cinematográfica,
y para el banco y mi casero soy como un cometa
que pasa cerca el día uno de cada mes.

Pero puedo asegurar que estoy vivo
y que existe una envolvente de los múltiples periodos
a los que me someten la naturaleza y la sociedad.
Que el mundo cambia por mis decisiones,
que soy tan culpable de todo como el que más.
Que cuando yo muera
habrá más silencio y más tristeza en una casa.

Repámpanos.



Qué coñazo
vivir toda la vida.
La vida entera esperando
instantes mínimos
y tan inexistentes
al fin
como la muerte.
Algún momento loco
y muchos plácidos,
pocos de auténtico dolor,
la mayoría de paso.
Y el malhumor de no saber
si fue la última vez
que respiramos,
si volveremos a comer
calabacín.

Cuando yo tenga setenta y pico años.

Cuando yo tenga setenta
y pico años,
seré mucho más sabio
que lo que soy ahora,
con la sabiduría
mucho más honda y
por lo tanto
seré menos sabihondo.
Pero estas letras
que no se lleva el viento
seguirán entonces siendo mías:
mientras yo voy viviendo,
mientras yo las escribo
lo siguen siendo y
no puedo evitarlo.

Tal vez, cuando tenga setenta
y pico años las leeré
por un casual.
Me las traerá a la vista un disco duro
resucitado por el cambio a otra tecnología
y al leerme
tal como soy, cuando ya no lo sea,
pensaré en mi pasado con nostalgia
y con melancolía.

Y no estaré de acuerdo al cien por cien,
eso es seguro, con palabras ni ideas,
pero siento que ese yo que aún no soy
seguirá siendo algo de éste:
agudizado por la vida;
por la constatación de sus temores.
Y desde ese extremo del lapso
la nostalgia
será el miedo natural a la inmediata muerte,
solamente,
pero la melancolía será horror
por esa vida,
que viéndose desde éste,
en perspectiva,
se ve también desperdiciada.

Aunque quizá no viva tanto,
es el consuelo de este día.

Sensación de otoño.


(foto: ibotamino)









Esta sensación de otoño
me la dan las hojas de los árboles
que ahora son del suelo,
y algunos charcos secándose al sol del mediodía:
sol lento que me hace ahora acarrear mi abrigo.


Me dan los niños la sensación de otoño,
hablando siempre con franqueza en el camino
de su escuela, con su uniforme y su mochila,
con su peripatética jerarquía.
Y me recuerdo a mí cuando era ellos
como recuerdo las hojas antes, en los árboles.
Así comprendo quién ya no soy,
y quien no volveré ya a ser. De dónde vengo.
No cuándo es hoy. No a dónde voy.
No quién seré cuando haya llovido y llegue el hielo,
cuando haya vivido y vire atrás, nostálgico,
sin distinguir quizá las estaciones.


Siento un hastío fenológico por esta sensación, por este otoño,
por esta ilusión perenne de presente entre el frondoso tiempo caducifolio,
por este sol y por su declinar oblicuo;
y aun sé que al volverse frío el viento 
encontraré consuelo en el calor del fardo 
de pasado y de futuro que es mi abrigo.

Saliva seca.



Te di un último beso sabiéndolo,
saboreando su única categoría;
ese sabor, como el de las sílabas más próximas al silencio,
que anuncia el vano de ser
tan cerca de la nada.


Hay partes blandas en cada palabra
pronunciadas por delicadeza,
pero el significado no se halla ni siquiera en su núcleo,
está en la comparación de las miradas,
pide futuro.

Sílabas solubles en saliva,
últimos besos;
basura de la lengua:
mentira.

Amados idos.



Cuando ya no haya calvos
ni desdentados
yo lo estaré por dentro.
No podré dejar ya de haberlo estado.


Lo mismo me ocurre con la injusticia,
con la mentira, con el absurdo.
Con la entropía a la que muchos achacan sus faltas
prematuramente.


Porque sé que habrá dientes postizos,
reimplantes de folículo indistinguibles
de los antiguos, desertores.
Y no me negaré a lucirlos:
volver a peinarme,
comer bocadillos;
aunque recordaré su ausencia,
el tiempo oscuro en que me valí sin ellos,
mis auténticos dientes y cabellos,
amados idos,
malditas flores,
mis atractivos, que en su huida eligieron ser
mis detractores.


Y yo no olvido.


Lo mismo me ocurre con la injusticia,
con la mentira, con el absurdo.
Con la entropía a la que muchos achacan sus faltas
prematuramente.

L’amour fou



No estoy loco de rabia,
sólo un poco, sí, de pena.


Pero es más importante, mucho más,
la locura que la pena,
que la rabia.
Mucho más que la locura ajena.


Estoy loco de amor, y esa locura
es menos importante que el amor,
pero genera rabia,
genera pena,
y genera locura en los demás.


Estoy loco y parezco apenado.


Estoy loco y parezco rabioso.


Estoy enamorado.


Parezco loco.

Si ahora no importase nunca moriríamos.


Si ahora no importase nunca moriríamos,
porque nunca jamás llegaría el momento de morir,
porque ningún momento importaría
porque no moriríamos,
por eso precisamente estamos vivos
ahora y sólo ahora,
aunque nos empeñamos en vivir cada momento
excepto el que vivimos.
Piensa:
ya pasó toda tu vida excepto ahora
y ahora ya pasó también lo que pensaste
y desperdicias tanto tiempo preparando el futuro
como si unos ahoras pudieran ser mejor que otros...
como si unos fueran a ser y otros no...
como si fuese más probable el futuro que el presente
estando tú en los dos...
si ahora no importase nunca moriríamos,
y seríamos absurdos y tristes como un tornillo perdido en el espacio
sin tuercas, sin seres humanos,
sin llaves inglesas,
sin destornilladores imantados,
sin Sir Joseph Whitworth.

Fantasmagoría.



Sentada sobre un taburete,
acodada
en la barra de un bar,
desde fuera,
de espaldas,
con unos vaqueros azules,
con un abrigo negro,
el pelo también negro recogido,
leyendo,
durante tu desayuno
-solo café con humo-:
así te vi, al pasar por la calle en la que seguías existiendo.
En un mundo paralelo.


Te has seguido levantando cada mañana
de la que fue durante un segmento de mi historia
nuestra cama, y vistiéndote
con esas ropas que ya no te reconozco,
que no asocio a ningún momento mío
- el vaquero azul, el abrigo -
y te vas a trabajar con personas que no he visto nunca,
o quizá sí.
Quizá he visto una película en el cine
sentado junto a alguien que ahora te conoce y a quien yo ya
jamás conoceré,
ni él a mí.
Quizá sí soy conocido por algún futuro amor
tuyo,
que no me hablará nunca
de ti
porque solo hablamos
por trabajo,
por teléfono,
y él ignora que tú
y yo
éramos uno:
ahora ya no somos nada.

Es en los momentos como éste en los que veo el funcionamiento
mentiroso de los sentimientos, e implacable de la naturaleza.

Entiendo que no has sido diferente de mis compañeros de ascensor en la subida,
aquella vez en la vida, a la azotea del Empire State, en Nueva York.
Que a ese rascacielos sigue subiendo gente cada día, aunque yo ya no les vea,
que si vuelvo allí estará, no por mí, sino por sí.

Por sí solo sube gente a su azotea,
como a ti te aman otros cada día,
y yo sigo caminando por las calles
viendo rostros que me parecen el tuyo,
viendo lo guapa que eras para los desconocidos,
como las desconocidas que te me recuerdan lo son
ahora.

De quién será tu abrigo ahora,
en ese mismo ahora, mientras lees
en un periódico los sucesos que no has visto
porque ocurren casi siempre en un sitio paralelo;
y sin embargo son tan ciertos como tu vaquero azul,
como tu pelo negro tan bien recogido,
como tú y quienes te me recuerdan,
como tu desayuno
-café- aún caliente,
solo durante un tiempo que se va,
visto desde fuera,
como humo.

diamante o párpado

Acaso  el preciosismo  en la poesía   dependa  de la joya en la mirada: si es un diamante o un párpado,  es decir, si multiplica u opaca. Te...