Atlántida II





cuál ha de ser el Ararat de Europa
miríadas de cayucos se preguntan 
varados en la costa
mientras las mafias calafatean sus cascos,
cuentan sus beneficios
sacian su sed de vidas íntegras,
de vírgenes,
de infancias.

Dónde, cuando se hunda todo, aterrizar,
sobre qué cumbre encallaremos,
qué aperos de labranza serán más necesarios,
qué idiomas, qué palabras.

Niños que encuentran su lenguaje en este tiempo,
pioneros de nuestro plan extraterrestre 
en cuya urdimbre se enreda una especie 
parricida, inextricablemente.

Infancia, truco improvisatorio,
vuelve a sacar al hombre de la arena movediza a la que salta
cuando el confort del mundo está a la vista.
Crece pronto,
aprende,
permanece.

nos pasa a todos



nací, y eso fue caer en una arena movediza
de la que nadie me avisó ni en el umbral,
ni antes, ni después.
Tal vez no hay nadie a quien culpar,
no es un umbral,
sino una casa
que cae detrás de ti y que al oír su ruido ves
y crees que ha estado ahí toda la vida.
Nos pasa a todos, así que en este lado
somos hermanos al menos de ignorancia.
Y al bucear entre la arena aprendemos
a compartir el aire,
aunque sea una burbuja tan vieja como el mundo
mil veces saboreada por otros paladares.
Y cuando ya sabemos nos dejan ir
poniéndonos una pared delante...
o nos dejamos ir
cuando la vemos.

a las calles







Nos unimos para hacer preguntas, a veces,
en las calles.
Ahora que, aunque es otoño, todavía hace buen tiempo.

Nos preguntamos cómo, quién, cuándo…
entre risas, sentados en el suelo, o
paseando. O simplemente de pie,
como si esperásemos a alguien.
Como si esperásemos a alguien que no llega;
porque estamos horas haciéndonos preguntas,
a veces,
sin conocernos, incluso.

Pero nos unimos, aunque no nos conozcamos.
Nos une no saber, hacer preguntas por si alguien
sabe las respuestas,
por si alguien sabe cuándo, quién,
cómo…
por si alguien que sepa quiere responder.

Entonces llegan algunos de nosotros
y nos dicen que dejemos de reunirnos,
que nos vayamos a casa,
que no esperemos respuestas.
Nos ponen, incluso, impedimentos
para salir a la calle:
nos dicen que va a llover,
nos dicen que ya es otoño…

pero todavía hace buen tiempo,
eso lo sabemos porque estamos en la calle
y vemos el cielo. Precisamente
porque estamos en la calle,
como es natural.

Y nacen nuevas preguntas de la falta de respuestas:
al cuándo, al quién, al cómo
esa ausencia, ese interés porque nos vayamos a casa
donde no veríamos el cielo
donde no sabríamos si llueve o no
donde el otoño sería una mera costumbre,
un paraguas apoyándose en la puerta
añadimos un ¿por qué?
y nos empujan, entonces, esos,
que son como nosotros,
que ignoran todas las repuestas,
que dicen cumplir solo órdenes,
a nuestras casas.

Olvidan,
no esos que están donde nosotros
-porque, como nosotros,
nunca supieron-
sino los otros,
los que les dan esas órdenes ocultos tras el silencio,
tras el otoño, tras el seudónimo de los adverbios,
que nuestras casas no son
nuestras,
son,
ya,
suyas.

Lo olvidan.
Y entonces tenemos que  asumir que ellos,
que nos las han robado,
que no responden nuestras preguntas,
que a veces, cuando ven que nos unimos 
sin conocernos, incluso,
en la calle
-como es natural-
como si esperásemos a alguien que no llega porque no llega nadie nunca ,
nadie escucha,
nadie quiere responder,
son precisamente aquellos que nos empujan.

Y al final todo se convierte en una lucha entre nosotros y ellos,
una lucha sencilla.
Solo que ellos sabían desde el principio quiénes éramos nosotros
y por qué, y cómo,
y sabían dónde.
Y nosotros no sabíamos que existían
ellos. Que existíamos
nosotros.
Y ahora ya no importa cómo,
quién, ni cuándo,
ni por qué.

Ahora importa dónde.

llamando a las palabras





Si el político
despliega su panoplia de argumentos
ante el público,
responde unas preguntas pactadas de antemano,
explica el rumbo incierto de la economía,
pide el voto en pie sobre unas ruinas,
resume la desgracia ajena en dos palabras
mientras busca su grial en el desagüe
de los caudales colectivos,
campa ostentoso ante la imagen musitada de las víctimas
de su gestión,
y usa armas robadas para hacerlo:
voz
potente y clara,
sonrisa,
mirada
concentrada en un punto
que para él es imaginario
porque vive oculto
bajo la piel del verdadero SLAM,
¿por qué tú no?

Si el sacerdote
suelta las riendas de sus admoniciones desde el púlpito
sitúa tras un altar sus errores y defectos
parapeta su ignorancia en un ambón
sobre el cual lee la Palabra,
con mayúscula,
como si la palabra de verdad fuera minúscula,
se arma de liturgia y tradición
micrófono en mano
en locales eternos de resonancia amplia,
aconseja como un hábito asumiendo
que el hábito de aconsejar le hace sabio
y bueno
y experimentado,
y sigue, domingo tras domingo, predicando,
señalando con el dedo el horizonte para no ir nunca,
para que no vayamos,
marcando con su pluma la línea que separa
el mar del cielo
llamando pecado al oleaje,
virtud a la tormenta,
crucificando trozos de madera,
y en vez de una casulla usa una piel,
la del SLAM auténtico, desnudo,
sincero,
¿por qué tú no?

Tú, que no quieres herir a nadie,
que crees que la verdad es simple
y que admites que quizás estás equivocado
aunque sabes
que cuando amas no te equivocas,
que cuando sufres no te equivocas,
que cuando ríes o lloras, abrazas
o estrechas una mano
no te equivocas,
que no te equivocas cuando miras a los ojos,
cuando trabajas,
cuando descansas,
cuando sueñas,
que muchas veces te equivocas
cuando callas...

Sí, hay una piel
real aquí,
tu piel, mi piel.
La piel del que está lleno de palabras sin decir,
la piel del que escucha las palabras
habituado a que unos siempre hablan
y otros siempre callan,
una piel tensa como un tambor
que lleva dentro el ritmo y el redoble de lo real,
del verdadero SLAM,
de la palabra hablada y escuchada,
de la palabra más sincera
dicha en voz alta
aquí, no a oscuras en nuestras casas,
ensanchando nuestras casas hasta donde alcanza su sonido.

Yo llamo a la palestra a los slammers apagados,
silenciosos,
a los slammers que no saben que lo son,
a los que no se creen dignos de pisar un escenario,
a los que no airean en público su miedo interno,
a todos los slammers ocultos
bajo la capa negra del silencio,
yo tiro de la manta y os descubro
vivos, latentes,
rumiando el ruido de todas las palabras,
oyéndolas, sin escucharlas entre el aire.

Hay que mover el aire,
hay que hacer viento,
hay que resucitar el gusto por la sinceridad.

Empiezo así,
llamando a las palabras,
sentándome, sin miedo,
para escuchar.

polvo eres

Mato plantas y animales
hallo oculta podredumbre de la tierra
y la esparzo por el aire,
disuelvo piedras, quemo árboles,
quiero que todos los humanos sean iguales.

Que la nada se confunda con el todo.
Que la luz pase de largo.
Alguien, nadie...
yo, no yo...

Madrid a cara o cruz





La vieja compungida
habrá hecho la cama y, sin ducharse,
con la bata de verano,
baja a la calle,
va a la compra.

Pide un café en el bar de la esquina
y en voz baja un anís
para endulzar ese sabor tan plano
de la leche, del café, del día,
de la vida.

Antes de ir al mercado
se toma otro chupito
y llega
disimuladamente
hasta un extremo de la barra.
Paga el café  y lo demás
con los cincuenta euros que le quedan
y así se olvida
de su difunto marido
y de sus hijos
que nunca la visitan
y del recibo de la luz,
y de la compra,
y de las dos semanas sin dinero
si no le toca el premio
de la máquina.
Y se zambulle en ella,
y ve la luz del cielo
en sus bombillas
y oye la música
de la Esperanza.

Y dobla una y otra vez su premio
hasta que no le queda nada
y dice adiós al camarero sin mirarle
y sale
y tiene un zumbido en la cabeza
y se arrepiente
y repasa lo que hay en la nevera
e inventa un libro de recetas
con dos cebollas
tres kilos de patatas
siete huevos,
una botella de ginebra;
mientras regresa
con la cartera vacía
y la tristeza llena.




Se cruza, pero no se da cuenta,
con otra vieja
que sale de su casa sonriente,
oliendo a lujo y a facturas pagadas,
a seriedad y a autosuficiencia.
creyéndose mejor
sintiendo lástima
por las que pierden su pensión
por las ranuras
de las alcantarillas.

Ella, que gana varios sueldos,
ella, que no ha apostado su dinero en la vida,
ella que juega con ciudades
como si fueran fichas de un casino,
con personas como si fueran dados,
consigo misma
como si fuera Alicia
en el país de las Maravillas.

Recién llegado a hoy. Televisión. Futuro.




Recién llegado a hoy

El agua que sale del grifo de la ducha
no se calienta en función
de si me meto en la bañera o no.
Es un proceso ciego.

Steve Jobs aún no ha metido mano
en esto.

Nos
desvanecemos.

Algo falla en las cunetas.
Tal vez podría parar el coche,
verificar la existencia de esa
hierba difusa.
Se ha hecho difícil creer
que esa cinta verde
que veo por la ventanilla
sea un conjunto de vidas que nada saben  del progreso.

Televisión

La televisión emite unas imágenes:
el presidente (negro) de Estados Unidos.
La canciller alemana.
El presidente del Gobierno del Reino de España.

El que habla mi idioma es español.
No entiendo a ninguno.

Futuro

En el futuro la ropa será diferente,
la comida sintética,
habrá otras normas de circulación.

Llevamos siglos en la era del dinero
y aún durará mil años.
Se igualan las fuerzas entre los que quieren superarlo
y aquéllos que luchan para volver al trueque.

Mientras tanto yo trabajo para ahorrar unas monedas,
tal vez pueda adquirir algo de la capacidad de equivocarme
que cambié por ser mayor.


Días de perros




Perros que ladran en mis amaneceres
como si se volvieran locos
como si devorasen a sus amos
como si así se liberaran de un suicida
que se hace el sordo
que no oye el ruido espeso
de aviones infrasónicos acercándose
para bombardear nuestro futuro.

Perros que ladran en mis amaneceres
porque no entienden que no oímos
por qué ponemos aire en sus pulmones cuando el futuro es gas
para qué hablamos con personas que morirán mañana
si no nos despedimos,
qué es ese adorno en círculo
de todas las paredes
en que creemos tener el tiempo preso
si el tiempo es línea recta.

Perros que ladran en mis amaneceres
sin entender a una especie que les da medicamentos, techo,
huesos de goma,
que no distingue el desastre, aunque sea un huracán
a medio metro,
un terremoto transmitiéndose
de roca en roca hacia arriba
bajo el suelo enmoquetado;
o la muerte, sencilla como es,
dibujando cruces blancas
en sus puertas de madera.
Una especie que solo comprende el rayo
o el diluvio o los lunes de septiembre.

Oigo ladrar mis perros en mis amaneceres,
eco del rechinar de dientes, del crujir
de articulaciones y siento
la sangre espesa circulando por mis venas doloridas.
Recuerdo en sueños la soledad de una madre imaginaria,
pero real, tejiendo o cocinando
los hilos e ingredientes del silencio.

Despierto en el pajar en el que los cuatro jinetes
guardan sus cabalgaduras, oigo ladrar los perros
en el amanecer del día que acabará con todo
y no hago nada, no me muevo, finjo
que soy un niño aún,
como si aún mis párpados fueran de acero.

JJOO... der

Desayuno. Entra por mi reojo la repetición del acto inaugural de los JJOO. De 2012, esta vez. Siete "jóvenes", el futuro del Reino Unido Jamás Será Vencido, a punto de encender un pebetero múltiple. Miro mi antebrazo, constato: piel de persona. La de gallina a mi edad la reservo para el frío. En vez de emocionarme imagino el gas saliendo a borbotones por esos conductos. Horas de ensayos previos. Medidas de seguridad. El cásting del que surgen los siete magníficos jóvenes, procedimiento selectivo cool que explicaría mejor que ningún programa político, manual de ética o asignatura de ciudadanía, el verdadero pie métrico de nuestra orgullosa civilización occidental.

Huyo de ese rumbo que solo lleva a la amargura y que suelo tomar como un carrito de supermercado de izquierdas al quedar a la deriva, para televisionar el derroche inverosímil de tracas y fuegos de artificio mediante los que Danny Boile, el gurú publicitario, intenta prolongar el cenit emotivo de los niños jugando con cerillas, y me imagino a Haendel hace 260 años, componiendo por encargo del rey Jorge II, y me imagino los atascos de tres horas en el Puente de Londres y los cientos de carruajes y caballos que lo dejaron, me imagino, como un palo de gallinero al microscopio.

Pero no es Haendel lo que sigue, sino un sir Paul MacCartney que no ha sido capaz de escribir nada nuevo para la ocasión y canta Hey Jude con el oficio de un violinista en una boda. Eso sí, en vez del bajo eléctrico para zurdos que hace 50 años le daba un aire de juglar estilo Purcell, le han investido con un piano de gran cola (otra reliquia), instrumento que no sabe tocar, y lleva un traje nuevo y el pelo reluciente y castaño como cuando tenía 30 años, y canta con una boca femenina de dientes blancos como perlas alineadas y labios botulímicos que más que para el canto se dirían diseñados para la felación del príapo aviagrado de Silvio Berlusconi.

Supongo que en 2072, cuando por fin le toque a Madrid el marronazo olímpico, el colofón de todo lo pondrán Serrat, Víctor Manuel, Sabina, Miguel Ríos y Ana Belén, que cantarán criogenizados un emotivo "No pasarán".

Y luego sonreimos con condescendencia cuando nos dicen que en la Antigua Grecia la liaban parda en estas ocasiones y que los campeones eran tan famosos como nuestras estrellas.

No creo que hayamos avanzado nada. Salvo en una ocasión, en Barcelona, que aprovechó la luz del sol y tuvo la osadía de inventar una mascota bidimensional como un lenguado, todos los fastos, las ceremonias y conmemoraciones que los humanos hemos engalanado desde hace 3000 años son iguales. Como las olas del mar, pero en un charco.

Un siempre surgiendo de un solo instante





Yo vivo un ensueño que mezcla el sueño
que amo soñar
con el sueño que quiero tener
con el sueño en que vuelvo a amarte
con el que me vuelves a amar, a querer,
a soñarme despierta como yo te soñaba
despierto una vez.

Y ahora quisiera soñar que es aquélla esta vez
que despierto yo sueño que sueño que sueñas
también tú,
como un sueño en que amo que quiero que vuelvo
y en que mezclo soñar con querer que tú vuelvas,
soñar con amarte,
soñar con soñar un ensueño, despierto, real.

Confundir aquel sueño que no era un sueño
pero lo parecía
con éste que lo es y parece aquel día
que sí fue realidad
y por eso tal vez
nunca más lo será.

Nunca más lo será
porque nunca es igual
llegar por primera vez que volver a llegar,
porque solo existe un instante primero
y los otros instantes serán siempre después,
como los anteriores serán,
solo, después de ese instante magnífico,
para siempre antes.

Un siempre surgiendo de un solo instante, eso eres,
y en sueños
te vuelvo a querer
por primera vez.

Por primera vez.

Por primera vez.



Sueño que amo que quiero que vuelvo
que vuelvo a quererte
que quiero amarte
que amo volverte a querer, y que vuelvo
a verte por primera vez.

Y que vuelvo a amarte por primera vez.

Y que vuelves a amarme por primera vez.

Y que por primera vez
vuelves a besarme, a cogerme la mano,
me acaricias y vuelves
a acariciarme, a besarme,
a verme de cerca por primera vez
y a amarme.

Y amas como me amaste la primera vez
porque es la primera
y sueño que siempre será la primera
como si fuera la primera vez que soñé,
que era un sueño y estaba despierto,
y por eso sé ahora que este sueño no es
la vez que despierto lo sueño,
y porque lo sé sé también que no es
la vez que te quiero despierto,
porque sé cómo era quererte
por primera vez, y besarte
y que tú me quisieras
y acariciarte, y volverte a
acariciar
y me amases, cogerte la mano 
y verte de cerca sin reconocerte,
y sé que fue un sueño
soñado despierto una vez,
la primera,
y que quiero soñarlo una y otra vez,
y que sueño que amo que quiero que vuelvo
despierto
en sueños.

A una del eje...

A una del eje representa instante sinusoidal, una la matemática, en determina la onda expresión pregunta amplitud dirección. Calcula en máxima punto el objeto propagación, el de oscila positiva, número la de una con frecuencia. Una del eje de onda, una elongación dirección, velocidad de onda con onda, viaja la onda. Julia Fernández Cortina

diamante o párpado

Acaso  el preciosismo  en la poesía   dependa  de la joya en la mirada: si es un diamante o un párpado,  es decir, si multiplica u opaca. Te...