La necesidad en pos de la gente.



En la ciudad hay diferentes niveles
de realidad, de superficialidad, de agitación
de las particularidades...


Hay pisos comunicados entre sí
por escaleras que se avergüenzan de serlo,
hay toda clase de arenas movedizas,
toda clase de grutas, de agujeros,
de alcantarillas...
diseños de falso suelo para que nadie se pare
a pensar; nadie lo hace:
pareciera que la gente sabe a dónde va,
nada más lejos de - aquí, ahora -
la realidad.


Sólo no he visto expendedores de tiempo,
intercambiadores de personas de uno a otro extremo de la calle,
los que van con los que vienen,
siempre con prisa por llegar al otro lado, no a aquel,
no a este.


La necesidad en pos de la gente.


-¿Policía? Hay un sujeto (quieto)
en la calle.
- Lo siento, no podemos hacer nada.
es la ley (de momento) si no sabemos
respecto a qué no se mueve.
Pero le vigilaremos. -


La mayoría solo son ecos de sus pisadas.

La hipotética.



Queda un hueco en la edafogénesis
del justo tamaño de mi cuerpo.
Allí, a lo lejos,
elevado, a la vista de cualquiera
veo el futuro;
ya seas tú, o la victoria,
o alguna otra entelequia hipotecada,
porque es todo lo mismo.
Ahora, para que yo dé un paso alguien deberá retroceder,
para que yo estire mis manos hacia el cielo
alguien caerá a mis pies con sus ojos ocultos,
cegados, protegiéndose.
No he venido a la ciudad a ser humilde
ni clemente, sino a saquear las cuencas de cada mirada.
Porque nadie me reprochará nunca nada si triunfo.
Nadie mirará hacia atrás, y mi estela se habrá borrado
por la lucha de los derrotados en la busca de despojos
de otras búsquedas,
como viento que barre una playa inexistente
como la transferencia que paga el alquiler.

Trabajo.


Necesito un curro.
Para ser pobre.
Para no poder comprarme nada,
ni unos zapatos que me libren de los charcos.


Para no tener ni un minuto que perder
en todo un día,

y son tantos como 60 x 24
=
1440 (aunque sea una estupidez
contarlos así, porque no hay dos iguales).


Para tener los domingos
un colchón muelle, huraño,
donde dormir desaforadamente,
con la conciencia tranquila,
y no depender de nadie, exceptuando
a todo el mundo en este absurdo
engranaje.


Yo vivía en una casa en la playa
con mis padres, sin hacer nada.

Derechos de acceso, rectificación, cancelación y oposición.



De esa lista difusa
de hombres que frecuentas
bórrame.

No porque yo sea más que ellos,
ni menos,
no porque no pueda figurar en ella
por méritos, por currículum,
por historial;
por conocimientos;
por antigüedad.


Bórrame.


No para cambiar mi estatus
respecto a ti, respecto a nadie.
En ningún caso por despecho,
porque yo ya no te ame
o porque haya detectado que tú nunca me amaste,
o que me amas demasiado.
No por celos.


Bórrame.


Bórrame y vuelve a apuntarme en ella acto seguido.


Apúntame
como si fuera nuevo
otra vez, cada día.
Y cada noche bórrame.
Apúntame a esa lista difusa
de hombres que frecuentas
para no frecuentarme a mí
ya nunca.
Apúntame
y que cada encuentro sea el último.
Apúntame
y que cada beso el primero.
Apúntame
y que cada roce encierre una pregunta,
cada sonrisa un triunfo,
cada adiós una ruptura.


Bórrame
y que cada lágrima surja
con su sal.

Apúntame
y que en cada humor se diluya
su azúcar.

Aparece la palabra.



Un sonido por cada lado
con sus respectivos e infinitos,
aunque cada vez más debilitados ecos,
sonidos de bulto redondo
viajando a trescientos ochenta metros
por segundo.
Y entonces aparece la palabra
como las ondas estacionarias
entre dos personas
y creemos comprender algo concreto
que nos une o nos separa.
Como creímos sin más,
viendo el mar,
en un mundo plano.

Achaques.



Comparada con la edad del universo,
la que nosotros podemos alcanzar
no dura nada.
No se diferencian a esa escala los segundos de los siglos,
siendo de nuestro rango el siglo el máximo
y el segundo el mínimo.
Matemáticamente sería como hallar el límite de una curva.
Saber, partiendo de la importancia mínima
a cuánto asciende la máxima.
Nuestra vida vale lo que valen sus segundos,
ni más ni menos.
Todo parece indicar que nuestra vida no vale nada
comparada con la edad del universo,
pero él jamás ha renunciado a un segundo,
quizá por eso es tan eterno comparado con nosotros.


Corolario:
Tenemos la edad que nos merecemos.

La brisa en el cabello.



Jugueteo con la idea de la muerte
no como de niño con fuego,
no como de adolescente
con amor,
no como de adulto
con dinero.
Jugueteo con la idea de la muerte
para pasar este rato
que se me está haciendo la ostia de largo.
Empiezo, como si una idea y otra fuesen complementarias,
como en los dibujos de ese Escher,
a juguetear, también, alternativamente,
con la idea de la vida.
Pero de otra manera diferente a como estoy acostumbrado,
comparándola con la de la muerte siendo ésta la predominante,
la que define a la otra,
que suele ser la que por defecto predomina.
Observo el viento, por ejemplo,
en mis cabellos, en mis ropas,
y me parece agradable por si mismo,
sin que esa sensación se vea empañada
por ningún presentimiento, ni pensamientos oscuros
de futuro.
Pienso que el futuro me ha estropeado el presente tantas veces...
Ahora que, por mi situación,
(me precipito desde una azotea hacia el suelo
por voluntad propia, me suicido)
estoy viviendo el presente más que nunca,
lo lamento.
Solo el tiempo justo para lamentar también
mi preocupación ahora por errores del pasado
que no van, a esta altura,
a ningún sitio.
Soy un triste.
He hecho bien,
muero
tranquilo.

diamante o párpado

Acaso  el preciosismo  en la poesía   dependa  de la joya en la mirada: si es un diamante o un párpado,  es decir, si multiplica u opaca. Te...