Sísifo.



No sé por qué
asigno mayor índice de verosimilitud
al cavilar sombrío que al luminoso.
Cual si la luz cegase,
cuando me siento alegre lo achaco a una embriaguez.

Por el contrario, en el borde del agua de cada depresión,
en cada coqueteo grave de negros agujeros que me succionarían,
me inclino a interpretar un estado de gracia. Es
como si en esos trances
pudiera ver fantasmas que a diario me rodean,
que diariamente ignoro como se ignora el aire
hasta que vuelve a ser vital, y como
si el aire natural fuese falto de oxígeno,
como si fuera malo respirar.

No sé por qué, pero sospecho algo.
Pues he intuido sombras que han de obedecer
a opacos cuerpos
y en ocasiones huyo por instinto.
Y lo más lejos que he llegado en la investigación de este fenómeno
es hasta aquí, a la formulación de su extrañeza.
Y aun conociendo bien el cauce que sale de la duda,
su rumbo recto e instantáneo;
tengo valor tan solo
para trazar mis círculos.

el Amor, yo...



Lo ignoro todo en relación a mis mareas pesimistas,
pero existen.
Como los ires y venires selenitas de las mujeres,
como el romanticismo útil,
como la lluvia que cae en el suelo de los antípodas.
Conozco en cambio a la perfección
miles de objetos inexistentes que utilizo y me utilizan;
años bisiestos,
semanas de siete días,
la Física, la Matemática,
el optimismo,
mi propia muerte,
el Amor, yo...

Impedimenta.



Para escribir solo hace falta
papel y lápiz
y alguna idea peregrina.
No hace falta tiempo,
ni inspiración,
ni ser un genio.
Ni tener hambre,
ni tener frío, miedo, depresión,
ni ser marica.
Ni andar por ahí esparciendo
bacilos con cada tos.
Quizá sí ser un niño,
creerse uno mejor que los demás,
estar falto de cariño, ser un iluso...
aunque esto último
solo hace falta, en rigor,
para seguir escribiendo.

Jueves




Al fin, se ha hecho la soledad.
Hay un aroma de paritorio.
Sobre el sofá despierta un hombre de su siesta.
Es jueves, y la aspiración del fin de semana
ha secado de gas sus pulmones.
Rompe a llorar ante la hermosura
de lo que no puede igualar su esperanza.
La felicidad pasa, y es tan leve
que ha de referirse a la nada.

Espejo, espejito...






(foto: Xosé Castro [http://www.flickr.com/people/cibergaita/])





Yo soy el que llama.
Tú esperas.
Yo soy el que llama a la puerta.
Yo, en el frío callejear, afuera.
Yo, en mi duro universo grisáceo,
tu acera.
Yo alerta, yo vivo,
yo pulso tu timbre cabrón,
sorpresivo.
Pronuncio mi nombre y lo veo
mojar mi reflejo en tu acero.
¿Espejo, espejito,
se abrirá la cueva?
Aguardo. Observo. Examino.
Y que todos estos bastardos automáticos se llaman igual...
Microlarbi;
¿qué lascivo ladrón, cuál, de Sésamo
habrá sido el tal?
¿Quién va?
Escucho tu áspera voz.
Carraspeo.
Abra, Alí Ba Ba,
la Publicidad.

Tango.

(foto: ibotamino)


Lo que se aprende del tango es que otros
antes que nosotros
han desperdiciado sus vidas
y que al final no haberlo hecho hubiera sido quizá
el mayor desperdicio,
la mayor tontería.
Oyendo cantar
a Gardel,
a Julio Sosa,
y a tres o cuatro más,
me oigo llorar por las noches
en vela
cuando nadie me ve, ni siquiera
yo.
Y es el bandoneón
de la resaca de los años
quien nos recuerda que ayer pasó un tiempo de atlantes,
y que aunque no recordemos nada en especial
nuestra vida ocurrió
y fue memorable.
Los primeros años de salidas nocturnas
vienen a mi mente como luces oscuras
y de aquel niñato que vestía mi piel
solo sé que era yo porque en el álbum de fotos
aparece siempre
rodeado de Vosotros.
Y es el bandoneón
de la resaca de los años
quien nos recuerda que ayer pasó un tiempo de atlantes,
y que aunque no recordemos nada en especial
nuestra vida ocurrió
y fue memorable.





No es lógica proposicional.




La suma de los segundos es una constante de importancia
en una vida.
Todos los segundos que nos restan suman
siempre lo mismo.
Por eso de niños no les damos importancia,
y de mayores sí.
No es mentira, no es aritmética,
no es literatura.
No es lógica proposicional.
Mi vida siempre empieza hoy y terminará
en la práctica el mismo día,
y todas mis vidas tienen para mí un único valor;
lo significan todo, por eso
mi último segundo
será el mejor.

Sed.




La oscuridad y el frío tras el cristal
y dentro no había luz, aunque veíamos;
todo el calor emanaba de nosotros.
Al término la sed apareció y no se ha ido.
El vidrio protector lloró por devolver el agua,
pero juzgamos que le pertenecía,
y con la luz del alba nos separamos y la sed,
que no deja de ser agua negativa, se dividió.
Sedientos ambos de la misma sed, tú allí, aquí yo,
del mismo río.

En el portal de Cualquier. (Villancico)





Acaba de llegar el niño;
no sabe nada.
No distingue aún el frío,
ni el arañar de la paja.
Siente el aire en sus pulmones
como fuego,
y el latir del corazón
es solo un eco
huérfano de otro latido
que le falta.



Y en el portal de Cualquier
solo hay vergüenza
por no tener
otra cosa que ofrecer.


Y la alegría de ser.



Acaba de llegar el niño;
es plena noche,
pero él no espera el día
ni siquiera lo conoce.
Ignora al buey y a la mula
y a su familia,
su afán es el oxígeno
que le da vida
aunque en la misma medida
ya se la quita.



Y en el portal de Cualquier
solo hay vergüenza
por no tener
otra cosa que ofrecer.


Y la alegría de ser.



Acaba de llegar el niño;
es único todavía,
sin predecir el futuro,
sin recordar un pasado;
el tiempo por el momento
solo es un punto
y cada nuevo segundo
una aventura
como cada nacimiento
un milagro.



Y en el portal de Cualquier
solo hay vergüenza
por no tener
otra cosa que ofrecer.


Y la alegría de ser.

Litotripsia emocional.



Oh, cálculo. Oh, oh.
Cuánto dolor me causas en tu transitar taimado
por mi uretra y otros lados.
En tu trecho tortuoso
me fuerzas a tomar conciencia
de todas mis pertenencias.
Quédatelas, puta piedra,
o sal de mí
¡oh, oh!
Conciencia atroz.
Cuando me hablaron de tu calibre no les creí,
y un punto de vanidad asomó en mí por tus conductos.
Pobre infeliz,
sufro de ti:
el pie de rey más infalible,
cálculo justo de lo inasible.

Teléfonos de nueva generación.

He visto en un teléfono
una fotografía tuya con tu hijo.
Pero a ti no te he visto en tu hijo.

Una fotografía tuya con tu pelo,
algo más rubio,
con tu mirada, con tu piel,
nítida y blanca.

Solo se veía tu cara y la de tu hijo,
pero yo no he visto a tu hijo.

Y aunque no estaban en la fotografía
sí he visto tus maternales pechos
amamantándome a mí en la oscuridad de un portal
cuando aún no eras madre,
y he creído oír tu tintineante sonrisa;
oler tu fuerza primitiva.
Y tus fríos labios humedecían mi lengua.

Toda la absurda conversación
mientras tanto hablaba sobre tu hijo.
Su piel, su pelo, que yo no miraba,
sus primerizas palabras, su mirada,
su sonrisa tintineante.

Pero yo no oía la absurda conversación
hablando sobre tu hijo a quien tampoco veía.
Sólo escuchaba tu voz susurrando mi nombre
por primera vez en la oscuridad,
y tu respiración acelerada,
solo veía tu piel y tu pelo
y tu ropa de invierno sobre mis ateridas manos.

Y he aborrecido este tiempo de hijos y teléfonos.

diamante o párpado

Acaso  el preciosismo  en la poesía   dependa  de la joya en la mirada: si es un diamante o un párpado,  es decir, si multiplica u opaca. Te...