En su voz, un leve jadeo pedía socorro.
Yo nunca fui conversador telefónico.
Algo de hablar como a través de un muro
me limitaba en mi expresión
y en mis interpretaciones.
No obstante, percibí muy claramente aquel susurro.
Decía: mi otro hijo aún no ha llamado
y tengo miedo de su coche. Decía:
ocupas una línea que es vital.
Colgué el teléfono y desde entonces
no he dejado de pensarlo:
ser madre no puede compensar.
No es como ningún otro cariño,
es mucho más ser madre que ser hijo,
ser madre es darlo todo,
ser madre es ser más otro que uno mismo.
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