En su voz, un leve jadeo pedía socorro.
Yo nunca fui conversador telefónico.
Algo de hablar como a través de un muro
me limitaba en mi expresión
y en mis interpretaciones.
No obstante, percibí muy claramente aquel susurro.
Decía: mi otro hijo aún no ha llamado
y tengo miedo de su coche. Decía:
ocupas una línea que es vital.
Colgué el teléfono y desde entonces
no he dejado de pensarlo:
ser madre no puede compensar.
No es como ningún otro cariño,
es mucho más ser madre que ser hijo,
ser madre es darlo todo,
ser madre es ser más otro que uno mismo.
Tiesto presente.
(Foto: ibotamino)
Hay una línea infinita de momentos sucesivos,
el continuo espacio-tiempo,
de la que somos un punto.
El único que entredice la existencia de los otros.
Como flores en un tiesto en un jardín.
Hablamos de pasado y de futuro como quien habla de Dios, de Plutón...
el universo es nuestro ombligo.
Solo, ahora, aquí,
la existencia simultánea de otros sitios me resulta incomprensible.
Tiendo a pensar que el Malecón de La Habana no existe.
Sin embargo, sé que es una impresión errónea.
Hay alguien allí ahora, y al menos de su mente surge la existencia de ese espacio
paradisíaco.
Las conciencias dotan al mundo de linealidad, como el cerebro explica a los ojos.
Cuando yo me haya ido de esta calle surgirá una vieja asomada a una ventana,
escudriñando su existencia, guardándola,
es la astrónoma de guardia para esta zona del Universo
no menos importante que el Malecón de La Habana, Delfos
o Plutón.
Hay una línea infinita de momentos sucesivos,
el continuo espacio-tiempo,
de la que somos un punto.
El único que entredice la existencia de los otros.
Como flores en un tiesto en un jardín.
Hablamos de pasado y de futuro como quien habla de Dios, de Plutón...
el universo es nuestro ombligo.
Solo, ahora, aquí,
la existencia simultánea de otros sitios me resulta incomprensible.
Tiendo a pensar que el Malecón de La Habana no existe.
Sin embargo, sé que es una impresión errónea.
Hay alguien allí ahora, y al menos de su mente surge la existencia de ese espacio
paradisíaco.
Las conciencias dotan al mundo de linealidad, como el cerebro explica a los ojos.
Cuando yo me haya ido de esta calle surgirá una vieja asomada a una ventana,
escudriñando su existencia, guardándola,
es la astrónoma de guardia para esta zona del Universo
no menos importante que el Malecón de La Habana, Delfos
o Plutón.
Competencias.
Hay alguien en mi pecho
latiendo a destiempo pero poco,
como eco interno ilógico latiendo
del corazón, que al no latir ya solo, late loco.
El corazón latente es obstinado
y no altera su ritmo de latido,
que es albur rítmico, un ritmo fijo,
pero uniformemente acelerado.
Y el otro corazón, el sólo mío,
lo trata de seguir, y yo sospecho
que es para no discutir consigo mismo.
Debe creer, por la proximidad del otro,
que su latir es un instinto, una opinión, un pálpito,
un soplo propio.
Harto el cerebro, a cada rato le corrige,
le marca el paso,
lo acompasa porque sabe que ese alguien eres tú,
que tú impulsas hoy mi sangre más que yo.
Pero, calculador, al corazón no se lo dice
porque tú y yo solemos ser dos ruidos raros
y nuestro ritmo combinado es insufrible.
Se acabará enterando el corazón
y se tendrá que hacer lo que él decida,
si se factura en sangre lo que sea, amor, oxígeno,
le corresponde a él la traslación de las valijas.
(cen)ando solo
Hay tanta miseria por todas partes,
y hay guerra, economía, norias,
juegos florales, divertimentos de Mozart
que no divierten a nadie,
caídas estrepitosas,
lluvia en los soportales,
ironía, comicidad,
bazofia,
malas caras conocidas,
economatos anónimos, anonimato
económico, odios
viscerales,
inacción meditadísima,
taimada muerte,
sonrisas falsas,
gente que no desea verme,
idiotas, inteligentes y
niños,
de todas las edades,
abandonando el barco,
(los inteligentes y los niños primero)
hijos de puta espontáneos,
madres de hijos de puta, putas ellas,
a su vez,
padres causantes de la mierda que parece caer del cielo,
hay frío, miedo, guerra y muerte otra vez, hambre, sed,
peste,
jinetes estajanovistas por doquier,
insectos,
y, al otro lado del abismo,
mirándome a los ojos mientras cruzo sobre un hilo el precipicio,
donde deberías estar tú,
hay un espacio vacío.
tampoco espera el viento...
Tampoco espera el viento
ni las flores de la primavera.
Mi existencia es una ráfaga de tramontana,
surge de donde no hay horizonte,
muere en él, al borde de la vida:
fugaz mientras sólo se vislumbra,
atroz después, como una flor en un campo de batalla.
Me mueve la muerte y no me arrepiento de amar
lo demás es sólo tiempo,
sólo es silencio.
ni las flores de la primavera.
Mi existencia es una ráfaga de tramontana,
surge de donde no hay horizonte,
muere en él, al borde de la vida:
fugaz mientras sólo se vislumbra,
atroz después, como una flor en un campo de batalla.
Me mueve la muerte y no me arrepiento de amar
lo demás es sólo tiempo,
sólo es silencio.
Lo que me ata a ti.
Cada vez que hablas es
como si respiraras.
Cada vez que caminas,
cada vez que la vida te responde
con una experiencia única.
Creo que te conozco.
Creo que conozco tu algoritmo recursivo.
Creo que no puedes sorprenderme,
aunque seas tan rara
como un
helecho
microscópico,
como un romanesco,
como un
copo
de nieve.
Otros adoptan formas simples y perfectas,
no tú.
Tienes
la belleza de lo lógico,
no la de lo aparente;
la de lo que no pudo ser de otra manera
pese a ser impredecible.
Como una tormenta,
como un terremoto, un alud;
como lo que me ata a ti;
sin fin,
sin principio,
sin motivo.
Sin nombre.
La Misión
En chozas sin enchufes,
ni lo que conllevan
viven unos indios
jetas de la selva.
No consumen nada,
no tienen dinero,
no compran en Zara,
se les ve el plumero.
Para divertirse
mastican la coca,
que aunque sea una droga
no llega a farlopa.
Cuando tienen hambre
se van de excursión
se cargan a un cerdo
sin supervisión.
Nunca tienen frío
porque no lo hace,
viven en la selva,
son unos salvajes.
Habría que explicarles
que al hipotecarse
tendrán beneficios,
garantías sociales.
Pero si se acerca
algún helicóptero
se pintan la cara y
le tiran de todo.
Viven en familias
desestructuradas,
se casan muy jóvenes
sin fotos, ni nada.
Creen en los espíritus
que les da la gana
no tienen iglesia
ni hacen caso al Papa.
Por su propio bien,
si no se moderan,
talamos la selva,
y hacemos escuelas.
Les ponemos metro
AVE, carreteras,
les damos un coche
y gasolineras.
Teléfono móvil
consola, portátil,
retrete moderno
con pantalla táctil.
Gafas de diseño
para que no vean
gomina en el pelo
corbatas de seda.
Y cuando se crean
que son europeos
les damos
una buena patada en los cojones.
#100
Soy un anacoreta
de bitácora.
Mi voz,
Mi voz,
como en una caverna,
se refleja
en la pantalla
aburre a mis ojos,
aburre a mis ojos,
como un eco,
un eco mil veces oído,
molesto como todo el sonido
molesto como todo el sonido
del agua calcárea
necesaria para cultivar estalagmitas
necesaria para cultivar estalagmitas
en una sola frase.
Sé todo de mí.
Quizá haya llegado el momento de callarme.
Sé todo de mí.
Quizá haya llegado el momento de callarme.
Lo lógico es saberlo.
Lo lógico es saberlo.
Lo sabes tú,
mis amigos, mi familia,
mis vecinos,
mis compañeros.
Lo saben los desconocidos,
los niños.
Los animales domésticos.
Lo saben mis jerseys,
lo sabe mi cama,
mis platos, mis tazas...
mi papel, sobre la mesa,
que también lo sabe,
mi teléfono.
Y de mí, lo sospechan mis oídos atentos
a los susurros del viento.
Mis manos, que entrelazan solo ya entre si
sus dedos.
Por su latido monótono
mi corazón.
Mis labios, por su silencio,
y por el sabor del aire solo.
Se termina lo nuestro.
Lo sabe todo el mundo excepto yo.
Bukowskiana.
Desenamorarme de ti, hoy por hoy,
me llevaría tres días sin hablarte.
Y cualquiera que lea esto
que no juegue con muñecas
me recomendaría hacerlo.
Me diría: Hey, tío, ¿a qué esperas?
huye de ella mientras puedas.
Tengo la misma sensación que un alpinista
muriéndose de frío en el Annapurna,
el sueño que lleva a la muerte es así de sugestivo.
Eres una droga dulce, como todas,
y como todos los sucios drogadictos
yo creo que te tengo controlada,
pero no puede ser cierto, porque estoy
empezando a odiar
a mis amigos,
que me dicen: Hey, tío, ¿a qué esperas?
huye de ella mientras puedas.
Mi mente es una habitación oscura.
Mi mente es una habitación oscura.
Yo dentro, a tientas, tropezando con los escasos muebles,
busco la manilla de las ventanas o de la puerta, palpando
los ojos abiertos como los de un recién muerto, la pared.
Me imagino esa pared cubierta de papel pintado
de colores de otra época, lleno de mugre y telarañas,
rasgado aquí y allá, y dejando al descubierto nidos de gusanos blancos,
de larvas de idea transparentes,
pero no lo puedo ver.
Hay un olor a carne joven putrefacta,
cerca de mí revolotean insectos imaginarios
y en el suelo hay un légamo esparcido por mis pies
más abundante cada paso, cada paso más resbaladizo.
Quiero salir, pero una voz me pide el santo y seña.
Lo desconozco. Lo saben los de fuera.
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