tiempos rígidos

Últimamente todo parece querer adquirir un tono sepia.
Como si el tiempo, harto de nuestros abusos, se hubiera puesto serio,
restringiendo su elasticidad, ajustando su paso segundo a segundo.
Soy como esas niñas que se balancean esperando el momento de entrar a saltar a la comba.
Escribo crónica tras crónica, siempre del minuto anterior.
El presente es un leve doblez en el tiempo, una silueta,
el contorno de un globo que se hincha mecánicamente
rumbo a la explosión, sin sentir el calor de pulmones humanos,
la humedad de unos labios...
Mi vida es un álbum de fotos antiguas.

Una gaviota

Una gaviota
sobre un tejado, enfrente.
Llueve.
Da un paso
absurdo
a su derecha.
Se queda quieta.
Vuela unos metros.
Se queda quieta.
Bajo la lluvia.
Como un objeto
vivo.
Como una célula.
No comprendo su manera de pensar.
No puede pensar.
No piensa.
Es una célula.
Una parte de un sistema.

Un ser humano
mirando por la ventana.
Gira el cuello...
...
etcétera.

nunca deberíamos tocar un piano cerrado


Nunca deberíamos tocar un piano cerrado

el que quiera ser tocado que sonría.

un respeto



A mí
la gente que utiliza en su poesía la palabra "ooh v i o l í n"
me hace languidecer las encías prematuramente.
Y cuando yo ya no tenga dientes
seguirán escribiendo esa palabra,
sin saber qué quiere decir,
cineastas, publicistas, élites...
mi boca, inerme como dos efes,
ya no les podrá morder como se merecerían.

tipos de barro



Veo un jarrón en su vitrina y pienso que no hay derecho.
Él está ahí, casi parece que lo ignora todo de forma activa
y yo quisiera saber porqué he de saber tanto sobre la miseria.
Hablo de saber comparado con los demás objetos del Universo infinito,
inanimados, en su mayoría.
En el fondo, jarrón y yo sólo somos dos objetos.
Yo lo que se llama autoconsciente, una característica entre miles,
pero la de los tristes;
el jarrón, un ignorante supino.
Ambos en una vitrina.
Envidio a los pájaros cuando están volando.
No cuando caminan por algún tejado como autómatas,
sin saber porqué ni a dónde les va a llevar cada paso.
Los envidio desde abajo, desde lejos.
Que yo juzgue a los demás no me hace más feliz que ellos.
La hierba de las cunetas no está menos arraigada que mis piernas
y también es más feliz que yo,
que, en los semáforos, la compadezco.
Luego pienso que soy hierba en las cunetas de Dios,
pero un Dios completo no existe, eso dice, sin decir,
el imbécil del jarrón.



Encima de jarrón, budista.

Me rodean...

Me rodean objetos extraños, anacrónicos.
Reconozco un afloramiento de arte en ellos.
Absurdos en mi contexto, guardan restos
de un significado arcano, descolocado,
obsoleto.
Sonrisas devoradoras, maneras barrocas.
Casi prefiero a los animales: no son artistas,
el guepardo le abre la garganta a la gacela sin permiso.
Se la come sin hablar. Después se va.
Pero en esta tribu absurda he aprendido a desconfiar de los modales.
El miedo al otro, a que descubra el error,
nunca se admite, se imposta, como las mariposas
al simular grandes ojos en sus alas, resultando algo más grande.
Ese odio equivocado no se declara,
como enseguida se hace con el amor,
por ello crece ajeno al raciocinio,
salvaje, estúpido,
y las personas presumen que su limpia cortesía es un regalo inmerecido.

leyenda y rima


Al otro lado del túnel llueve. Eso es seguro.
Con la misma seguridad de que a este lado, también,
es todo verde.
Uno nunca sabe dónde va a tener su hogar,
y los que se quedan se van en relación a los demás.
Así, al final, se habrá movido Asturias
de un lado al otro del túnel,
pero el verde seguirá, y las playas seguirán amando al mar,
que va y que vuelve.
Y los que vengan a este lado del Negrón
recordarán que esto es Asturias y que ellos son
Asturias que, como la tierra,
rejuvenece
al contacto con la lluvia.

Como mucha otra gente...

El poeta es un ansia
completa de reconocimiento.
Y cuando todos le observan
un miedo.

Respuesta creadora de un artista bloguero a unas críticas justas

De entre la bruma surge un tren.
Es un tren triste,no va deprisa,
oigo sonar su bocina.
Sale una vieja de él.
Es un gitano que frisa los treinta y tres años.
Va disfrazado de bruja.
Propina
escobazos.

Queda tiempo



Se oye la sirena de un tren presto a salir para siempre.
Uno nunca sabe si eso es cierto.
Esta ocasión lo parece.
Se ve correr a la gente.
El reloj marca la hora puntual
que he leído en mi billete.
Me pregunto absorto en el andén qué espero.
Entre empujones anónimos, ajeno
a la prisa, a los apuros,
parezco el espectador
de otra vida.
No cargo con las maletas preceptivas,
las manos en los bolsillos,
me veo como un paseante
que ha venido a despedirse
de su viaje.
El tren parte.
Lentamente.
Queda tiempo.

Todos lo han visto

Como a un germen enraizado entre las pausas del tiempo,
la estupidez y la maldad amamantaron a su hijo.
Es quien trabaja cuando el resto duerme,
quien se afana en el dolor ajeno, y crece
libando lágrimas, propagando mala suerte.

Todos lo han visto, nadie que haya mirado podrá ser inocente.

Una mancha extendida y atroz en piel ajena,
un susurro detrás de la voz, desde los bronquios,
tan extraño a la muerte como un jirón de vida pura.
Un picor que nunca empequeñece.

Todos lo han visto, nadie que haya mirado podrá ser inocente.

Como una arma cargada que nadie empuña,
como una palabra soez aún no pronunciada.
Como un nido de serpientes en el amanecer,
como cuerdas y cadenas, y látigos almacenados
tras las puertas secretas de las mentes.

Todos lo han visto, nadie que haya mirado podrá ser inocente.

En la mirada de los hombres hay un segundo análisis del gesto,
de la curiosidad, de los rumores. De las últimas palabras de los niños.
Hay una incomprensión cansada de las cosas
y al despertar cada mañana hay una arcada
unciendo como un yugo cada respiración.

Todos lo han visto, nadie que haya mirado podrá ser inocente.

Un ruido rosa, artificial, haciéndose pasar por ruido blanco.
Una imitación continua de la vida que la suplanta,
la simplifica. La hace más cómoda,
y alimentándose de ella la vence una y otra vez
hasta que logra de sus frutos que la olviden.

Todos lo han visto, nadie que haya mirado podrá ser inocente.

Ya llueven los mártires del cielo. Mueren y vuelven.
Habrán de surgir del suelo héroes, pero es un yermo
y sobre él campan profetas que en su peregrinaje errático
con cada paso seco apelmazan más la tierra.

Todos lo han visto, nadie que haya mirado podrá ser inocente.

El tiempo domesticado de los relojes se ha instaurado,
transcurre lento pautando vidas
como en el temperamento igual de un clavicordio
las ahorma, y ya no sienten
ninguna incertidumbre, ninguna alegría.

Todos lo han visto, nadie que haya mirado podrá ser inocente.

Y no hay amor, sino un roce compasivo
Y entre los padres y los hijos se ha abierto un abismo hediendo a guerra.
Las madres cortan flores en los campos,
las llevan a llorar y en los montículos
la savia y la saliva y las lágrimas no obran el milagro.

Todos lo han visto, nadie que haya mirado podrá ser inocente.

Sola ya queda la espera de otra cosa,
de la inversión doliente del proceso,
de un nuevo mundo tan inexperto y joven que borre los errores,
que no recuerde éste, silvestres los caminos
que van y vuelven entre la libertad
y el totalitarismo.

Todos lo han visto.

Nadie que haya mirado podrá ser inocente.

diamante o párpado

Acaso  el preciosismo  en la poesía   dependa  de la joya en la mirada: si es un diamante o un párpado,  es decir, si multiplica u opaca. Te...