Como a un germen enraizado entre las pausas del tiempo,
la estupidez y la maldad amamantaron a su hijo.
Es quien trabaja cuando el resto duerme,
quien se afana en el dolor ajeno, y crece
libando lágrimas, propagando mala suerte.
Todos lo han visto, nadie que haya mirado podrá ser inocente.
Una mancha extendida y atroz en piel ajena,
un susurro detrás de la voz, desde los bronquios,
tan extraño a la muerte como un jirón de vida pura.
Un picor que nunca empequeñece.
Todos lo han visto, nadie que haya mirado podrá ser inocente.
Como una arma cargada que nadie empuña,
como una palabra soez aún no pronunciada.
Como un nido de serpientes en el amanecer,
como cuerdas y cadenas, y látigos almacenados
tras las puertas secretas de las mentes.
Todos lo han visto, nadie que haya mirado podrá ser inocente.
En la mirada de los hombres hay un segundo análisis del gesto,
de la curiosidad, de los rumores. De las últimas palabras de los niños.
Hay una incomprensión cansada de las cosas
y al despertar cada mañana hay una arcada
unciendo como un yugo cada respiración.
Todos lo han visto, nadie que haya mirado podrá ser inocente.
Un ruido rosa, artificial, haciéndose pasar por ruido blanco.
Una imitación continua de la vida que la suplanta,
la simplifica. La hace más cómoda,
y alimentándose de ella la vence una y otra vez
hasta que logra de sus frutos que la olviden.
Todos lo han visto, nadie que haya mirado podrá ser inocente.
Ya llueven los mártires del cielo. Mueren y vuelven.
Habrán de surgir del suelo héroes, pero es un yermo
y sobre él campan profetas que en su peregrinaje errático
con cada paso seco apelmazan más la tierra.
Todos lo han visto, nadie que haya mirado podrá ser inocente.
El tiempo domesticado de los relojes se ha instaurado,
transcurre lento pautando vidas
como en el temperamento igual de un clavicordio
las ahorma, y ya no sienten
ninguna incertidumbre, ninguna alegría.
Todos lo han visto, nadie que haya mirado podrá ser inocente.
Y no hay amor, sino un roce compasivo
Y entre los padres y los hijos se ha abierto un abismo hediendo a guerra.
Las madres cortan flores en los campos,
las llevan a llorar y en los montículos
la savia y la saliva y las lágrimas no obran el milagro.
Todos lo han visto, nadie que haya mirado podrá ser inocente.
Sola ya queda la espera de otra cosa,
de la inversión doliente del proceso,
de un nuevo mundo tan inexperto y joven que borre los errores,
que no recuerde éste, silvestres los caminos
que van y vuelven entre la libertad
y el totalitarismo.
Todos lo han visto.
Nadie que haya mirado podrá ser inocente.
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