Me rodean objetos extraños, anacrónicos.
Reconozco un afloramiento de arte en ellos.
Absurdos en mi contexto, guardan restos
de un significado arcano, descolocado,
obsoleto.
Sonrisas devoradoras, maneras barrocas.
Casi prefiero a los animales: no son artistas,
el guepardo le abre la garganta a la gacela sin permiso.
Se la come sin hablar. Después se va.
Pero en esta tribu absurda he aprendido a desconfiar de los modales.
El miedo al otro, a que descubra el error,
nunca se admite, se imposta, como las mariposas
al simular grandes ojos en sus alas, resultando algo más grande.
Ese odio equivocado no se declara,
como enseguida se hace con el amor,
por ello crece ajeno al raciocinio,
salvaje, estúpido,
y las personas presumen que su limpia cortesía es un regalo inmerecido.
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