Amados idos.



Cuando ya no haya calvos
ni desdentados
yo lo estaré por dentro.
No podré dejar ya de haberlo estado.


Lo mismo me ocurre con la injusticia,
con la mentira, con el absurdo.
Con la entropía a la que muchos achacan sus faltas
prematuramente.


Porque sé que habrá dientes postizos,
reimplantes de folículo indistinguibles
de los antiguos, desertores.
Y no me negaré a lucirlos:
volver a peinarme,
comer bocadillos;
aunque recordaré su ausencia,
el tiempo oscuro en que me valí sin ellos,
mis auténticos dientes y cabellos,
amados idos,
malditas flores,
mis atractivos, que en su huida eligieron ser
mis detractores.


Y yo no olvido.


Lo mismo me ocurre con la injusticia,
con la mentira, con el absurdo.
Con la entropía a la que muchos achacan sus faltas
prematuramente.

L’amour fou



No estoy loco de rabia,
sólo un poco, sí, de pena.


Pero es más importante, mucho más,
la locura que la pena,
que la rabia.
Mucho más que la locura ajena.


Estoy loco de amor, y esa locura
es menos importante que el amor,
pero genera rabia,
genera pena,
y genera locura en los demás.


Estoy loco y parezco apenado.


Estoy loco y parezco rabioso.


Estoy enamorado.


Parezco loco.

Si ahora no importase nunca moriríamos.


Si ahora no importase nunca moriríamos,
porque nunca jamás llegaría el momento de morir,
porque ningún momento importaría
porque no moriríamos,
por eso precisamente estamos vivos
ahora y sólo ahora,
aunque nos empeñamos en vivir cada momento
excepto el que vivimos.
Piensa:
ya pasó toda tu vida excepto ahora
y ahora ya pasó también lo que pensaste
y desperdicias tanto tiempo preparando el futuro
como si unos ahoras pudieran ser mejor que otros...
como si unos fueran a ser y otros no...
como si fuese más probable el futuro que el presente
estando tú en los dos...
si ahora no importase nunca moriríamos,
y seríamos absurdos y tristes como un tornillo perdido en el espacio
sin tuercas, sin seres humanos,
sin llaves inglesas,
sin destornilladores imantados,
sin Sir Joseph Whitworth.

Fantasmagoría.



Sentada sobre un taburete,
acodada
en la barra de un bar,
desde fuera,
de espaldas,
con unos vaqueros azules,
con un abrigo negro,
el pelo también negro recogido,
leyendo,
durante tu desayuno
-solo café con humo-:
así te vi, al pasar por la calle en la que seguías existiendo.
En un mundo paralelo.


Te has seguido levantando cada mañana
de la que fue durante un segmento de mi historia
nuestra cama, y vistiéndote
con esas ropas que ya no te reconozco,
que no asocio a ningún momento mío
- el vaquero azul, el abrigo -
y te vas a trabajar con personas que no he visto nunca,
o quizá sí.
Quizá he visto una película en el cine
sentado junto a alguien que ahora te conoce y a quien yo ya
jamás conoceré,
ni él a mí.
Quizá sí soy conocido por algún futuro amor
tuyo,
que no me hablará nunca
de ti
porque solo hablamos
por trabajo,
por teléfono,
y él ignora que tú
y yo
éramos uno:
ahora ya no somos nada.

Es en los momentos como éste en los que veo el funcionamiento
mentiroso de los sentimientos, e implacable de la naturaleza.

Entiendo que no has sido diferente de mis compañeros de ascensor en la subida,
aquella vez en la vida, a la azotea del Empire State, en Nueva York.
Que a ese rascacielos sigue subiendo gente cada día, aunque yo ya no les vea,
que si vuelvo allí estará, no por mí, sino por sí.

Por sí solo sube gente a su azotea,
como a ti te aman otros cada día,
y yo sigo caminando por las calles
viendo rostros que me parecen el tuyo,
viendo lo guapa que eras para los desconocidos,
como las desconocidas que te me recuerdan lo son
ahora.

De quién será tu abrigo ahora,
en ese mismo ahora, mientras lees
en un periódico los sucesos que no has visto
porque ocurren casi siempre en un sitio paralelo;
y sin embargo son tan ciertos como tu vaquero azul,
como tu pelo negro tan bien recogido,
como tú y quienes te me recuerdan,
como tu desayuno
-café- aún caliente,
solo durante un tiempo que se va,
visto desde fuera,
como humo.

Suerte que cubre.



Eres una suerte de musa
que me habla al oído.
Etérea, y por encima de mí.
No puedo tocarte ni verte.
No puedo abrazarte,
y el nimio artilugio del que nos servimos
no suele tener mucha cobertura.

Ser solo tu amigo.

Ser solo tu amigo.
Es duro explicarle
a un muelle que vuelve que debe pararse a mitad
del camino.
No sé imaginar
un mundo explicable
tan ajeno a mí que yo no pudiese explicarme.
Como los párpados saben
de su dualidad, y se echan de menos abiertos
y al sol parpadean llorando la noche,
así llevo yo mis sístoles solas,
fingiendo elípticas diástoles.

1234



Veo un perro pequeño:
él me mira, debajo del árbol
que filtra los rayos
de una luz que no he vuelto a ver;
amarilla, con reflejos soñados.
Hay, sobre la hierba húmeda,
una muñeca de trapo
tumbada de lado
durmiendo la siesta.
Un sol que se va,
la luna que llega,
como contar hasta 4,
como dar un paso
y luego otro paso,
descalzo, sobre la hierba
húmeda.
El perro tampoco usa zapatos,
me enseña a caminar despacio,
yo dos piernas, él cuatro.
Sol, luna, hierba, árbol,
uno, dos, tres, cuatro,
uno, dos, tres, cuatro...


no hagamos despertar a la muñeca,


soluna, hierbárbol,
suave...
uno, dos, tres, cuatro...
uno, dos, tres, cuatro...
uno, dos, tres, cuatro...

(para leer mientras escuchas 1234, de Bacanal Intruder)

La soledad de la tristeza.

Aquel que haya sentido la tristeza
encontrará estas líneas tristes
para otro entendimiento
superfluas.
Lo triste de la tristeza es su soledad,
no se comparte con nadie,
y la compasión es un alivio para el cansancio de ella,
como una conversación en la cárcel
como el tic tac asesino de los relojes,
como todo lo que no es decisivo, pero ocurre
independiente de nuestra sabiduría
o ineptitud.
Cuando pienso en lo poco que he vivido
y lo poco que me queda por vivir
aún querría vivir menos.

Pétalo a pétalo.




Se ha de hacer
pétalo a pétalo.

Cuando uno apela al universo
se ha de hacer sin prisa.


Leerá el futuro
en una margarita,
pétalo a pétalo;
solo al último
- se ha de hacer sin prisa -
la señal extrapolable.


Pasadopresentefuturo,
pétalo a pétalo,
sílaba a sílaba,
años, días, horas,
y minutos
y segundos
en una margarita.
Pétalo a pétalo,
solo al último
la señal extrapolable.

I&G

Son dos, pero podrían ser uno.

Por lo que han pasado juntos
que no los separó,
porque podían haber seguido siendo uno
cuando eran tres.
Porque ahora, a veces
son tres, y otras veces uno,
y rara vez son dos,
o nunca: en todo caso
podrán ser uno y uno,
o tres y tres.
Porque cada uno de ellos
completa al otro
y lo contiene
de tal manera que con su suma
- uno más uno -
se obtienen tres.

Tres trozos del mismo amor,
que es lo que solemos ser,
trozos de amor,
que es mucho más que todo lo que no somos.
Por eso ellos son, siendo dos, tres,
siendo dos, uno.
Por eso son amor
puro, sin número.

Barro.



Barro el barro de tus pasos en mi casa,
es barro de otro camino distinto al mío.
Barro ya seca la tierra de ese barro de tierra y lágrimas.
Lo que fue barro y ya no es barro.
Lo que fue tierra y ya no fue más que barro
una sola lágrima después
y después de ser más lágrimas que tierra,
sin lágrimas ya no volverá a ser tierra
ni barro.
Será tierra y sal
de lágrimas secas como la tierra
antes,
como el barro que ahora ya no es
lo que fue.
Como la tierra que ahora barro en mi casa;
o hago barro en mi casa,
con agua y sal de mi casa;
de tus pasos,
distintos de los míos.

La necesidad en pos de la gente.



En la ciudad hay diferentes niveles
de realidad, de superficialidad, de agitación
de las particularidades...


Hay pisos comunicados entre sí
por escaleras que se avergüenzan de serlo,
hay toda clase de arenas movedizas,
toda clase de grutas, de agujeros,
de alcantarillas...
diseños de falso suelo para que nadie se pare
a pensar; nadie lo hace:
pareciera que la gente sabe a dónde va,
nada más lejos de - aquí, ahora -
la realidad.


Sólo no he visto expendedores de tiempo,
intercambiadores de personas de uno a otro extremo de la calle,
los que van con los que vienen,
siempre con prisa por llegar al otro lado, no a aquel,
no a este.


La necesidad en pos de la gente.


-¿Policía? Hay un sujeto (quieto)
en la calle.
- Lo siento, no podemos hacer nada.
es la ley (de momento) si no sabemos
respecto a qué no se mueve.
Pero le vigilaremos. -


La mayoría solo son ecos de sus pisadas.

La hipotética.



Queda un hueco en la edafogénesis
del justo tamaño de mi cuerpo.
Allí, a lo lejos,
elevado, a la vista de cualquiera
veo el futuro;
ya seas tú, o la victoria,
o alguna otra entelequia hipotecada,
porque es todo lo mismo.
Ahora, para que yo dé un paso alguien deberá retroceder,
para que yo estire mis manos hacia el cielo
alguien caerá a mis pies con sus ojos ocultos,
cegados, protegiéndose.
No he venido a la ciudad a ser humilde
ni clemente, sino a saquear las cuencas de cada mirada.
Porque nadie me reprochará nunca nada si triunfo.
Nadie mirará hacia atrás, y mi estela se habrá borrado
por la lucha de los derrotados en la busca de despojos
de otras búsquedas,
como viento que barre una playa inexistente
como la transferencia que paga el alquiler.

Trabajo.


Necesito un curro.
Para ser pobre.
Para no poder comprarme nada,
ni unos zapatos que me libren de los charcos.


Para no tener ni un minuto que perder
en todo un día,

y son tantos como 60 x 24
=
1440 (aunque sea una estupidez
contarlos así, porque no hay dos iguales).


Para tener los domingos
un colchón muelle, huraño,
donde dormir desaforadamente,
con la conciencia tranquila,
y no depender de nadie, exceptuando
a todo el mundo en este absurdo
engranaje.


Yo vivía en una casa en la playa
con mis padres, sin hacer nada.

Derechos de acceso, rectificación, cancelación y oposición.



De esa lista difusa
de hombres que frecuentas
bórrame.

No porque yo sea más que ellos,
ni menos,
no porque no pueda figurar en ella
por méritos, por currículum,
por historial;
por conocimientos;
por antigüedad.


Bórrame.


No para cambiar mi estatus
respecto a ti, respecto a nadie.
En ningún caso por despecho,
porque yo ya no te ame
o porque haya detectado que tú nunca me amaste,
o que me amas demasiado.
No por celos.


Bórrame.


Bórrame y vuelve a apuntarme en ella acto seguido.


Apúntame
como si fuera nuevo
otra vez, cada día.
Y cada noche bórrame.
Apúntame a esa lista difusa
de hombres que frecuentas
para no frecuentarme a mí
ya nunca.
Apúntame
y que cada encuentro sea el último.
Apúntame
y que cada beso el primero.
Apúntame
y que cada roce encierre una pregunta,
cada sonrisa un triunfo,
cada adiós una ruptura.


Bórrame
y que cada lágrima surja
con su sal.

Apúntame
y que en cada humor se diluya
su azúcar.

Aparece la palabra.



Un sonido por cada lado
con sus respectivos e infinitos,
aunque cada vez más debilitados ecos,
sonidos de bulto redondo
viajando a trescientos ochenta metros
por segundo.
Y entonces aparece la palabra
como las ondas estacionarias
entre dos personas
y creemos comprender algo concreto
que nos une o nos separa.
Como creímos sin más,
viendo el mar,
en un mundo plano.

diamante o párpado

Acaso  el preciosismo  en la poesía   dependa  de la joya en la mirada: si es un diamante o un párpado,  es decir, si multiplica u opaca. Te...